Estamos llegando al futuro. 2013 siempre me ha sonado a cosa interestelar. Supongo que nadie se lo había imaginado así. Los coches siguen sin volar y todavía no comemos a base de pastillas, sino de platos de cocido y macarrones a la boloñesa –los que tienen la suerte de poder comerlo–; eso sí, algunos frigoríficos ya hablan y muchas máquinas rigen nuestra vida. Pero el problema sigue siendo el mismo de siempre: la cosa está mal repartida. Unos tienen mucho y otros apenas tienen nada. Y lo peor es que esto no sólo ocurre con el dinero. Quizá eso sea lo más grave. Hay quien apenas tiene amor. O quien tiene demasiado odio. Esta es la catástrofe, la clave de todo lo demás. Y por eso el mundo es injusto. Porque algunos no han aprendido a amar. Así que este es mi único deseo para el año que comienza: que amemos un poquito más. Lo mismo esto suena demasiado cristiano y se parece de modo siniestro a los tuits del Papa y a las cosas de Paolo Coelho. Pero al fin y al cabo, si lo pensamos bie
Cuaderno de bitácora de Miguel Ángel Hernández. Reflexiones apresuradas sobre arte, literatura y cultura visual.