Tocarse con el lenguaje

–¿Qué, cómo llevas las vacaciones?
–¿Vacaciones? Eso quisiera. No hay manera de cerrar nada. Mil textos me acosan, y a mí ahora solo me apetece leer.
–Pues lee, colega.
–Eso quisiera, pero leyendo me siendo culpable.
–¿Por?
–Por no escribir. Culpable por no escribir.
–Hay tiempo para todo en esta vida. Hay momentos en momentos en los que uno tiene que leer, sí o sí. Si no, ¿cómo vas a poder escribir algo en condiciones?
–Tienes razón. No se lo digas a nadie, pero, ¿sabes algo? Creo que soy mucho más lector que escritor. Al final escribo cuando no tengo más remedio. Y cuando escribo siento que debería estar leyendo, que se me está escapando algo. Es como hablar y escuchar. Cuando hablas demasiado no escuchas a los demás. Y por lo general los demás tienen mejores cosas que decir que uno.
–Te entiendo. Pero hay que guardar un equilibrio. A veces tienes que decir tú también. Imagino que habrá cosas que necesites decir y que no encuentres quien las diga, o al menos que las diga como a ti te gustaría escucharlas.
–Por eso escribo. Cuando me gustaría leer algo y no lo encuentro. Pero es un placer extraño.
–¿Y ahora? ¿Por qué escribes ahora? ¿Por qué esta mañana, esta entrada del blog? ¿Qué necesidad?
–Ninguna necesidad. Ninguna. Es verdad. Pero estaba hablando conmigo, y necesitaba ver por escrito lo que me estaba diciendo. A veces escribir también es eso, quitarse cosas de encima. Escribir como una terapia, sacarse lo que lleva uno dentro, vaciarse para poder seguir leyendo.
–Vamos... vomitar.
–Pues casi. Vomitar. En ocasiones es algo así, lo necesito por eso. Es como limpiar la mente. Y estos diálogos que he empezado en el blog me sirven casi como meditación.
–No jodas.
–Sí, es como mirarse al espejo y quedarse ahí un rato, junto a tu imagen, sin pensar, hasta que empiezas a no reconocer lo que ves.
–Como ahora, ¿no?, cuando no reconoces lo que escribes.
–Más o menos, sí, como ahora.
–¿Y qué? ¿Logras algo?
–Algo sí. Cinco minutos de diálogo y ya me quedo más tranquilo. Ahora me pongo a leer y a terminar cosas.
–Tío, a mí me parece –de hecho siempre me lo ha parecido– que esto es como masturbarse. Un acto de onanismo. Hablar contigo, decirte cosas, tocarte con el lenguaje, y luego eyacular, en plan negro sobre blanco.
–Quizá. "Tocarme con el lenguaje", me ha gustado la expresión. Te la pido prestada.
–Tuya es, total yo también soy tú, no me puedes robar nada. Lo mío es tuyo.
–Aun así, quisiera pedirte permiso para usarla en algún texto. ¿Puedo?
–Que sí, pesado. Qué paranoia, ¿no?
–Paranoia no. Esquizofrenia en todo caso. Escindirse para escribirse, para tocarse con el lenguaje, siempre desde el afuera, penetrarse con las palabras, dejarlas entras por todos los orificios del cuerpo, por todos los poros de la piel.
–Colega, déjate hoy a Lacan y a Bataille, que hay cosas que hacer. ¿Has entregado lo de los sexenios?
–Sí, ayer. De eso no quiero hablar que me se me desequilibran los chakras.
–En ese caso lo dejamos ya, que parece que la cosa iba bien. ¿No crees?
–Sí, mejor acabar ahora.
–Que tengas un buen día.
–Tú también.
–Nos vemos en tu mente.
–Ok. Si ves que paso delante de ti y no te reconozco, dame un toque. A veces no sé ni quién soy.
–No preocupes. Si te pierdes, te digo algo.
–Saluda al Yo.
–Y tú al Súper Yo.
–Al Ello lo dejaremos que duerma, que cada vez que despierta la lía parda.

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