–Oye, cuánto tiempo, ¿cómo vas? ¿Terminas ya de corregir exámenes o k ase? –Calla, calla, qué pesadilla, llevo prácticamente tres semanas que no hago otra cosa. –Pero tiene que dar gusto ver cómo han aprendido los chiquillos. –Hombre, chiquillos, chiquillos... algunos ya saben lo que se hace, y otros me doblan la edad. Y sí, está bien cuando ves que han aprendido, que todo ha servido al final de algo, pero qué monotonía, señor, qué cansino. Doscientos cincuenta exámenes, a una media de tres folios y pico por examen, con una letra ilegible... y en todos pone lo mismo, más o menos. –¿Y puedes ser objetivo? –Eso es imposible. Al menos en este tipo de exámenes de desarrollo. Depende de muchas cosas. No es ciencia. Yo lo único que sé es que no soy injusto con nadie poniéndole menos nota de la que se merece. Es posible que en algún caso dos exámenes iguales puedan tener uno más nota que otra –depende de tantas cosas, lo que has leído antes...–. Quizá uno tenga suerte y por alguna razón
Cuaderno de bitácora de Miguel Ángel Hernández. Reflexiones apresuradas sobre arte, literatura y cultura visual.