Por fin remitieron las cenizas del volcán de nombre impronunciable y las cosas siguen su curso en los cielos. Sin embargo, imperceptiblemente (tan imperceptible como la ceniza), algo parece haber cambiado. Aparte, por supuesto, de las enormes pérdidas económicas en todo tipo de sectores, la erupción ha abierto también una brecha en el pensamiento y nos ha permitido reflexionar sobre la viabilidad de un mundo sostenido por hilos. Ha sido un acontecimiento no traumático, no devastador, casi diría que poético; sublime, en el sentido romántico del término. Por vez primera, no es la muerte la protagonista de la catástrofe, y las imágenes dolorosas no han ofuscado el pensamiento. Ahora ha sido la ceniza la que ha cegado nuestros ojos, la que, paradójicamente, negando la visibilidad de los aviones, nos ha hecho ver la fragilidad de nuestros sistemas de comunicación. Y desplazándonos, dejando a miles de personas fuera de lugar, nos ha puesto a todos en nuestro sitio. Lo curioso es que esta ve
Cuaderno de bitácora de Miguel Ángel Hernández. Reflexiones apresuradas sobre arte, literatura y cultura visual.