Es curioso lo rápido que se olvida uno de las cosas, o lo rápido que pasa página. Antes siquiera de haber recibido una respuesta (positiva; porque esta gente no responde si es que no) de editores o agentes, ya me he comenzado a olvidar por completo de la novela que, con todo el esfuerzo del mundo había conseguido escribir. En el momento en el que imprimí los casi 300 folios, y aun sabiendo que había miles de cosas que podía mejorar –si supiera, claro está–, la cosa ya dejó de tener sentido. Y ahora, si digo la verdad, hasta me da igual que se publique o no. Yo ya he conseguido lo que quería. Acabarla. Saber lo que pasaba, contar una historia. El resto no importa demasiado. A mí me da de comer otra cosa. Lo curioso es que, durante el tiempo en el que la estaba escribiendo, no dejaba de pensar en los posibles lectores, en la gente que querría que la leyese, en lo que podía gustar o no gustar, en enviarla a premios, a editoriales de prestigio... era una manera de mantener la ilusión. Pero...