Las aguas regresan a su cauce y vuelve la normalidad. Sin embargo, en todo regreso y toda vuelta, como ya he escrito aquí en alguna ocasión, siempre permanece una falta, algo que no se recupera del todo. La pérdida –la de un ser querido, la de una idea, la de una creencia (la de la creencia en la especie)– nunca se subsana; siempre se mantiene latente. La posibilidad de que eso que ha regresado vuelva a esfumarse en cualquier momento acecha por todos los rincones como un fantasma, y es algo con lo que uno debe aprender a convivir. Un escepticismo radical, una desconfianza que ha de ser equilibrada con una mínima creencia. Una ironía, una distancia, una risa fría ante las cosas. Entiendo ahora la risa de los personajes de Beckett o de las esculturas de Juan Muñoz. Una risa a medio camino entre la ataraxia y el estupor. Noto que mi humor se congela y se resquebraja. Me miro al espejo y observo que, con las emociones fuertes de estos días, me han salido más canas en la barba. Tengo la sen
Cuaderno de bitácora de Miguel Ángel Hernández. Reflexiones apresuradas sobre arte, literatura y cultura visual.