[Publicado en La Opinión, 27 de junio de 2015] A veces no es necesario entender un libro para disfrutar de él. Y cuando digo “no entender” no me refiero a “no saber de qué va”, sino a no poder situar perfectamente la acción, la narración, el espacio, la temporalidad…, a no poder hacerse una imagen perfecta, clara y delimitada de lo que está sucediendo en todo momento. Eso es lo que ocurre –al menos lo que a mí me ha ocurrido– en la lectura de Distancia de rescate , la novela de la escritora argentina Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978), que nos sumerge en una nebulosa en la que los límites de la realidad de difuminan y todo se vuelve confuso e indeterminado: una madre temerosa y obsesionada por mantener la “distancia de rescate”, un miedo constante a perder a quien se ama, un paisaje que en lugar de salvar nos condena, un niño envenenado que ya nunca vuelve a ser el mismo, un alma transmigrada, un cuerpo vacío… y un momento en el que todo sucede, el punto en el que “nacen los
Cuaderno de bitácora de Miguel Ángel Hernández. Reflexiones apresuradas sobre arte, literatura y cultura visual.