Invasión
[Publicado en La Opinión de Murcia, 6/6/15]
Después del éxito de Fin,
David Monteagudo (Viveiro, Lugo, 1961) regresa a la novela
con un libro que deja claro que estamos ante un narrador sólido y con una
capacidad magistral para crear historias, personajes y situaciones que
desestabilizan la realidad y que se sitúan en ese lugar complejo que aúna la
novela de género y la literatura con mayúsculas. En Invasión (Candaya, 2015) nos encontramos con la historia de un personaje anodino,
García, un oficinista cualquiera, que un día comienza a ver cómo la ciudad,
poco a poco, se va llenando de gigantes. Sólo él los percibe; nadie más. El
propio personaje cree que son alucinaciones, pero con el tiempo las visiones
comienzan a adueñarse de la realidad y son muchas las pistas que nos conducen a
pensar que aquello que creemos una ilusión quizá pueda ser una realidad, como
por ejemplo los tubos de plástico que pueblan las fachadas de los edificios y
que muestran que la ciudad entera parece estar en obras. Algo está cambiando en
los interiores de las casas. Los habitantes parecen necesitar más espacio.
Invasión está a
medio camino entre La metamorfosis de
Kafka –y La invasión de los ladrones de
cuerpos, de Jack Finney. Aquí el bicho extraño son los otros. Pero poco a
poco, cuando esa extrañeza se hace común, el otro acaba siendo aquel que no ha
cambiado. Aquello que en Fin sucedía
a través de la conversación, en el exterior, en Invasión sucede en el interior del sujeto. En las dos novelas el
mundo tal y como lo conocíamos comienza a perder sentido. En el primer caso, todo
comienza a quedarse vacío –los habitantes de las ciudades parecen haberse esfumado
y los protagonistas son una especie de supervivientes de algún evento que siempre
está fuera de campo–. Ahora ese proceso de destrucción de la normalidad es
narrado desde la mente del individuo, de modo que el lector nunca tiene claro
del todo si lo que sucede es real o se trata de una alucinación. Este trabajo
con la incertidumbre –y la capacidad magistral de Monteagudo para crear
situaciones de tensión narrativa– es sin duda una de las mayores virtudes de la
novela. El autor nos lleva de un lugar a otro constantemente y nunca podemos
estar seguros de si todo aquello que pasa por la cabeza de García sólo está ahí
o también en el mundo real. En el propio lector se reproduce la incertidumbre
de García. También en nosotros habita la paranoia.
En realidad, si lo pensamos bien, todo es una alucinación.
Lo que pasa en nuestras vidas, digo. Sabemos que el conocimiento que tenemos
del mundo es una reconstrucción. Nadie ve las cosas exactamente igual que los
otros. Sólo existe “nuestro mundo”. La realidad no existe fuera de nosotros. O
al menos no podemos tener acceso jamás al mundo del afuera, al mundo tal y como
lo ven los otros. Sólo podemos imaginar qué es lo que los otros percibirán,
pero nunca estar al cien por cien seguros de cómo será su mundo. En Invasión esa sensación de
inconmensurabilidad de la percepción es explotada hasta el final y todo va
perdiendo sentido. La imaginación se resquebraja y se pierde la fe en el pacto
con lo real: ya nada es fiable y todo puede ser cualquier cosa.
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Hay un relato de Cortazar que trata un tema parecido, no recuerdo cómo se llama. Supongo que Monteagudo lo conocerá y le habrá servido de inspiración.
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