Las mejores lecturas de 2024

Esto no es una lista de lo mejor del año. Porque para hacerla tendría que haberlo leído todo. Y soy consciente de mis límites y gustos como lector. A pesar de leer muchísimo (soy un vicioso del asunto), no me llega para dar cuenta de muchísimas cosas. No me he puesto a contar, pero creo que la cosa sobrepasa los cien libros. A un ritmo de dos o tres por semana salen entre 120 y 140. No llevo un registro. De todos modos, aunque lo llevara, este texto lo escribiría de memoria. Sobre todo porque me gusta pensar, al acabar el año, en los libros que más poso me han dejado, los que he seguido habitando un tiempo después de su lectura.

Si me pidieran uno solo, por encima de todos los demás, creo que tendría que quedarme con Madre de corazón atómico, de Agustín Fernández Mallo (Seix Barral). Es el libro perfecto. El que más me ha marcado de todos los que ha escrito. Hasta el momento, mi preferido de su bibliografía era Limbo (Alfaguara) —tengo clavada en la memoria la historia del “ruido del mundo” y la búsqueda de la cinta TDK que lo guarda—. Pero la lectura de Madre de corazón atómico me deslumbró en todos los sentidos. El manejo equilibrado de la emoción, la manera de entrelazar las ideas sobre el mundo con la historia familiar, lo abstracto y lo concreto, la inteligencia de cada página, la belleza de cada frase. De todos los publicados este año, es el libro que realmente me habría gustado escribir.

Junto a este magnífico libro, otros muchos se han quedado conmigo. Pondría en segundo lugar El informe: trabajo intelectual y tristeza burocrática, de Remedios Zafra (Anagrama), uno de los ensayos más relevantes que se ha publicado en España este año. He subrayado y doblado prácticamente la mayoría de las páginas, y he asentido en cada argumento e idea. Es una radiografía precisa de la precariedad de los trabajadores culturales y de la burocracia a la que estamos sometidos. Una reflexión también sobre los usos del tiempo y la necesidad de encontrar otra forma de vida que no nos convierta en máquinas sin afectos. Si Remedios Zafra escribiera en inglés, la citaríamos constantemente como citamos a Bauman, a Byung-Chul Han o a Naomi Klein.

Un libro delicado que he leído despacio y también permanece junto a mí es La última frase, de Camila Cañeque (La Uña Rota). Una pequeña joya que tendría que estar en todas las casas de los amantes de los libros. Una reflexión sobre el final de las obras literarias que es también una meditación sobre las formas de acabar, sobre el fin de la vida, sobre las despedidas. Lo he leído tres veces y creo que lo volveré a leer. Curiosamente, enlacé su lectura con la de Imaginemos una frase, de Brian Dillon (Anagrama), que también se construye sobre frases relevantes de la historia de la literatura que se quedan vibrando en nuestra memoria. Es la potencia del fragmento, de la frase que por sí sola genera significado.

Por supuesto, he vivido mucho tiempo dentro de Este es el núcleo, la novela de Leonardo Cano que ganó el Premio de Novela Ciudad de Barbastro (Galaxia Gutenberg). No soy objetivo ahí. Por la amistad y porque he leído varias versiones hasta el manuscrito final. Pero precisamente por eso sé valorar el trabajo de precisión que hay detrás de una estructura milimétrica, una prosa pulida y una historia que nos atañe a todos (los desafíos de la inteligencia artificial, la memoria del amor y la búsqueda de la felicidad).

También me ha emocionado Nela 1979, de Juan Trejo (Tusquets), donde lo personal y lo histórico se dan la mano de una forma excepcional. La necesidad de encontrar palabras para escapar del olvido. La historia de la hermana fallecida y los estragos de la heroína, entreverada con el relato de un tiempo y un país que quería ser moderno. La leí poco tiempo después de leer Los niños dormidos, de Antoine Passeron (Libros del Asteroide), un libro sobre el VIH en Francia, donde la heroína también tiene una presencia importante. Uno de los libros de no ficción más importantes que se publicaron el año pasado y al que llegué algo tarde.

Ha sido el año de descubrir a dos escritoras que me han fascinado y seguiré a partir de ahora: Jakuta Alikavatzovic y Chloé Aridjis. Dos descubrimientos que se han producido en el ámbito del arte. De Alikavatzovic leí Como un cielo en nosotros (Muñeca Rusa), el libro que relata su experiencia de una noche en el museo del Louvre. Y de Aridjis, Desgarrado (Fondo de Cultura Económica) y El nivel de aire (Museo del Prado); la primera protagonizada por una vigilante de sala de la National Gallery y la segunda, por una comisaria que va a organizar una exposición en el Museo del Prado. Es así como se escribe sobre arte desde la literatura. Quiero leerlo todo de estas escritoras.

Me he reído muchísimo con El mejor libro del mundo, de Manuel Vilas (Destino). He vuelto a algunas de sus páginas varias veces para rememorar escenas. Lo he leído en voz alta a mi mujer y nos hemos rulado de la risa. Es un Quevedo de la exageración. Lo disfruté mucho, muchísimo. Creo que es su mejor libro desde Ordesa, y me ha extrañado que no esté en más listas de lo mejor del año.

Me quedan algunos más, que también estarían en la lista de lecturas que he gozado este año: Ropa de casa, de Ignacio Martínez de Pisón (Seix Barral); Baumgartner, de Paul Auster (Seix Barral); Los alemanes, de Sergio del MolinoDuración de un fantasma, de Ismael Martínez Biurrium (Aristas Martínez); La voz sombra, de Ryoko Sekiguchi (Periférica), Bad hombre, de Pola Oloixarac (Random House) y Almenara, de Miguel Ángel Ruiz (Xordica).

Hay también toda una serie de libros que aparecen en las listas y que aún tengo pendientes. Sé que algunos son obras maestras. Caerán más adelante. De entre todos ellos, entono el mea culpa por no haber sacado tiempo para leer La llamada, de Leila Guerriero (Anagrama) y Minimosca, de Gustavo Faverón (Candaya). Estoy convencido, por lo que he leído de estos autores, que voy a disfrutarlos muchísimo.

Por último, he de decir que este año me he dejado muchos libros a medio. Más de la cuenta. No voy a hacer sangre —sobre todo porque no me pagan aquí para buscar enemigos—, pero algunos de los que copan las listas de este año en muchos medios se me han hecho una bola terrible y los he tenido que abandonar. Desde hace un tiempo, no continúo leyendo aquello que no me apasiona. No está la vida para perder tiempo en leer algo que no te interesa. Y, como también trato de no gastar energía en lo negativo —no soy crítico, no cobro por eso—, no daré títulos ni autores. Prefiero quedarme con lo bueno, que ha sido mucho, muchísimo

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