Me acabo de dar cuenta de que en mis estanterías sólo hay libros malos. Los peores de cada escritor. ¿Por qué? Muy fácil. El resto los he dejado y los he perdido para siempre. Me jacto de tener todos los libros de Paul Auster, de Vila-Matas, de Cioran, de Thomas Bernhard, de Slavoj Zizek, de Georges Didi-Huberman, de Mario Bellatin, de Ricardo Menéndez Salmón, de Gonçalo Tavares... Si un autor me gusta, intento tener todo lo que ha escrito; y leerlo, por supuesto. Y, claro, no todo siempre es igual de bueno. A veces, las obras maestras son tres o cuatro, o una. Y el resto complementa, ayuda o contribuye a formar la obra del escritor. Pero a mí no me importa leer textos menores. Leo autores, no libros. Además, a veces incluso llego a empatizar más cuando leo los libros malos de los buenos escritores; es como si viera sus debilidades y los pudiera tener más cerca. Casi –lo confieso– disfruto viéndolos caer en el fango, porque de algún modo siento que allí puedo acompañarlos. Sin em...