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Dedos sobre un teclado

¿Cómo es posible que siendo historiador del arte y con más de 40 años aún no hubieras visitado Florencia? Pues es posible. El viaje siempre pospuesto. Demasiado evidente. Florencia, la cuna del Renacimiento. Ya llegará el momento. Y el momento ha llegado. En plena ola de calor, pero ha llegado.

Supongo que pasará un tiempo para que pueda procesarlo todo. No me cabe una obra de arte más en la cabeza. Comprendo ahora a Stendhal (aunque nunca sepa poner la h en su sitio). No era la belleza. Era la saturación. La imposibilidad de asumirlo todo. Quizá también por eso la necesidad de volver a escribir aquí. Para poner palabras a la experiencia, para ordenar algo esa masa de imágenes que se entrelazan ahora en la cabeza. Ahí se confunden museos, iglesias, frescos, esculturas, miniaturas y palacios. Y, claro, también calles, restaurantes, paninos y aperoles. Todo ahora mismo es una misma cosa. 

Esa es también la razón por la que hoy hemos parado. Un domingo en Florencia sin apenas salir de casa. El calor y los mosquitos ayudan, claro. Pero sobre todo la necesidad de frenar al menos un día. De respirar un segundo y dejar que todo comience a buscar su lugar. Parar para escribir, para cerrar los ojos y dejar que fluyan las palabras. Aunque sea así, sin pensar demasiado, sin volver la vista atrás un segundo para corregir. Así serán también el resto de las entradas de este blog. Como las que escribiría en un cuaderno. Esbozos. Palabras precarias. Escritura contingente. Dedos moviéndose sobre un teclado. Poco más.


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