Tiempo por venir 11
Lunes 1 de julio
Te levantas temprano y comienzas la novela. Por fin. Durante toda la mañana, ensayas tonos y puntos de vista. Es, sin duda, lo más difícil. Tienes la historia. Esquemas y mapas. Una fotógrafa en crisis que recibe el extraño encargo de realizar el retrato de un difunto. Hoy, en pleno siglo XXI. A partir de esa premisa has esbozado los personajes, los escenarios, los conflictos y el posible desarrollo del relato. El esqueleto de la historia. Tienes en la cabeza el principio, los puntos de giro e incluso el final. Sobre todo, el final. Un final aproximado. Pero te falta lo más importante. Quién cuenta, desde dónde y cómo lo cuenta. La voz, el tono, la perspectiva. El narrador. Pruebas una tercera persona, pero no acaba de funcionar. Tampoco una primera. No sabes entrar en la mente de la fotógrafa. Prefieres que sea un personaje cerrado.
Pasas horas y horas dándole vueltas y al final acabas llegando a una conclusión: necesitas un narrador testigo. Es el que mejor sabes manejar. Alguien que cuenta la historia que presencia o la historia que le han contado. Quizá el director del archivo fotográfico. O, mejor, un estudiante de prácticas. Regresas a los esquemas y comienzas a reestructurar. Con ese narrador, sin embargo, la historia tal y como la tienes planteada se colapsa en varios puntos. Es un problema matemático. Hoy no lo podrás resolver.
Con la inquietud de lo irresuelto, acudes al ambulatorio y el médico te renueva el vendaje. La rodilla está bien. Intenta no andar y descansa, dice. Le haces caso. Si por descansar se entiende leer y escribir como un poseso.
Regresas a casa y te vuelves a encerrar. Intentas leer buscando una solución. Tras más de cien páginas de la última novela de Muñoz Molina, decides dejarla para otro momento. Sacas, no obstante, varias ideas para el tono de lo que quieres escribir. La voz bien construida, el punto de vista reflexivo y nostálgico... Ahí ves al gran escritor, aunque la novela no te llegue a entusiasmar.
Cuando estás escribiendo, lees de un modo diferente. Un carpintero que se fija en las juntas de la madera y en el modo de ocultar los tornillos, más que en la belleza del mueble. Lecturas de inspección. [Sigue leyendo]
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