Un niño gordo que sólo quería leer
[Hace una semanas te invitaron a escribir una Carta Blanca para El País Semanal. Enseguida pensaste escribirla a tu héroe de ficción preferido, el protagonista del libro que más te marcó como lector: Bastian Batasar Bux. Volviste a leer La Historia Interminable. Te volvió a emocionar. Y te sorprendió literariamente. Pura literatura postmoderna. También te llamó la atención algo que no sabías: el traductor del libro es Miguel Sáenz, el traductor de Thomas Bernhard. Sin saberlo, dos de tus libros favoritos (El malogrado y La historia interminable) los has traducido la misma persona. Pero de eso no escribiste en la carta blanca. Hablaste de Bastian, de la pasión por leer, del recuerdo del tiempo en que vivías dentro de Fantasía]
Querido Bastian Baltasar Bux:
Han pasado casi treinta años desde que leí por primera vez La Historia Interminable, pero todavía hoy soy capaz de evocar la agitación y el estremecimiento que sentí al llegar a casa y adentrarme en sus páginas, escondido bajo la colcha del sofá del salón. Yo también tenía diez años, era un niño gordo que sólo quería leer, huía de algo –aunque en ese momento aún no tuviera claro exactamente de qué– y quería escapar hacia el mundo de los libros. Por eso entré sin dudarlo en la tienda del señor Koreander, robé contigo aquel libro de color cobre y páginas escritas en rojo y verde y estuve a tu lado en el desván del colegio mientras te sumergías en el universo de Fantasía.
Yo fui tú, querido Bastian. Pero tú también fuiste yo. También tú estuviste conmigo, en la casa de la huerta, en el sofá granate de escay con los brazos craquelados. Todo el día y toda la noche. Y aprendí contigo que leer es una forma de no estar solo, un modo de vivir la vida de los otros, pero también de comprender, a través de los demás, que la vida propia tiene sentido.
Esta Navidad –quizá porque pensaba escribirte– he vuelto a abrir el libro mágico. He regresado a Fantasía, pero también a la memoria de aquellos días en los que te encontré por primera vez. He regresado a aquella tarde en que saqué prestado el libro de la biblioteca, me he visto a mí mismo debajo de la colcha del sofá, iluminando el texto con la linterna naranja de foco cuadrado que mi padre utilizaba algunos domingos para regar. He sentido la presencia cercana de mi madre. Y también he visto de nuevo el patio de mi colegio, el día que me llevé a clase el libro para finalizarlo en el recreo. Allí, estaba todo de nuevo: el polvillo del chinarro en las manos y en los ojos, el sonido del papel de aluminio de mi bocadillo, las migajas del pan crujiente cayendo sobre las páginas del libro, la sirena llamando a clase. Y yo, terminando de leer ese libro interminable. Allí, pero contigo. En el desván de tu colegio. Atrapado por una imagen que me ha acompañado toda mi vida: un niño, en un lugar solitario, con un libro sobre las piernas. Todavía hoy, cada vez que leo, no importa dónde esté, mi mente se traslada a ese espacio. A ese tiempo maravilloso. El verdadero reino de Fantasía.
Sigo siendo tú, querido Bastian. Aún hoy. Una última cosa: cuando leí con diez años La Historia interminable, todavía no sabía que los libros los escribían las personas. Lo único que me importaba era lo que había entre las páginas: las aventuras, las historias, los personajes. Tal vez por eso esta carta es para ti y no para Michael Ende. Porque en aquel momento, tú eras lo único importante para mí. Bastian Baltasar Bux, no el autor que te había creado. El personaje, no el escritor. No podía imaginar en aquel entonces que, mucho tiempo después, yo llegaría a escribir algún libro y tendría la oportunidad de conocer el otro lado de Fantasía. Pero ésa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.
Querido Bastian Baltasar Bux:
Han pasado casi treinta años desde que leí por primera vez La Historia Interminable, pero todavía hoy soy capaz de evocar la agitación y el estremecimiento que sentí al llegar a casa y adentrarme en sus páginas, escondido bajo la colcha del sofá del salón. Yo también tenía diez años, era un niño gordo que sólo quería leer, huía de algo –aunque en ese momento aún no tuviera claro exactamente de qué– y quería escapar hacia el mundo de los libros. Por eso entré sin dudarlo en la tienda del señor Koreander, robé contigo aquel libro de color cobre y páginas escritas en rojo y verde y estuve a tu lado en el desván del colegio mientras te sumergías en el universo de Fantasía.
Yo fui tú, querido Bastian. Pero tú también fuiste yo. También tú estuviste conmigo, en la casa de la huerta, en el sofá granate de escay con los brazos craquelados. Todo el día y toda la noche. Y aprendí contigo que leer es una forma de no estar solo, un modo de vivir la vida de los otros, pero también de comprender, a través de los demás, que la vida propia tiene sentido.
Esta Navidad –quizá porque pensaba escribirte– he vuelto a abrir el libro mágico. He regresado a Fantasía, pero también a la memoria de aquellos días en los que te encontré por primera vez. He regresado a aquella tarde en que saqué prestado el libro de la biblioteca, me he visto a mí mismo debajo de la colcha del sofá, iluminando el texto con la linterna naranja de foco cuadrado que mi padre utilizaba algunos domingos para regar. He sentido la presencia cercana de mi madre. Y también he visto de nuevo el patio de mi colegio, el día que me llevé a clase el libro para finalizarlo en el recreo. Allí, estaba todo de nuevo: el polvillo del chinarro en las manos y en los ojos, el sonido del papel de aluminio de mi bocadillo, las migajas del pan crujiente cayendo sobre las páginas del libro, la sirena llamando a clase. Y yo, terminando de leer ese libro interminable. Allí, pero contigo. En el desván de tu colegio. Atrapado por una imagen que me ha acompañado toda mi vida: un niño, en un lugar solitario, con un libro sobre las piernas. Todavía hoy, cada vez que leo, no importa dónde esté, mi mente se traslada a ese espacio. A ese tiempo maravilloso. El verdadero reino de Fantasía.
Sigo siendo tú, querido Bastian. Aún hoy. Una última cosa: cuando leí con diez años La Historia interminable, todavía no sabía que los libros los escribían las personas. Lo único que me importaba era lo que había entre las páginas: las aventuras, las historias, los personajes. Tal vez por eso esta carta es para ti y no para Michael Ende. Porque en aquel momento, tú eras lo único importante para mí. Bastian Baltasar Bux, no el autor que te había creado. El personaje, no el escritor. No podía imaginar en aquel entonces que, mucho tiempo después, yo llegaría a escribir algún libro y tendría la oportunidad de conocer el otro lado de Fantasía. Pero ésa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.
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