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Un lunes

Ha pasado una semana y aún no te has recuperado del todo. Demasiadas emociones al mismo tiempo. Y también una detrás de otra. Ni siquiera sabrías por dónde empezar. Simplemente las anotas ahora para volver a pensarlas, para escribir de ellas más adelante. Sin tiempo de nuevo, más que un diario en voz baja, esto empieza a convertirse en un diario pospuesto.

Lunes. Comes con Enrique Vila-Matas, Marta López y los hermanos Castro (Fernando y Javier). Atiendes a las historias. Prefieres escuchar. A Enrique y a Fernando. Apenas dices nada. Hay momentos en los que es mejor callar. No por aparentar, sino por aprender. Callar para saber. El placer de escuchar, de no tener que decir por decir. Ya hablarás en tu conferencia.

Vila-Matas y el arte contemporáneo. La tesis: sus libros activan el arte, lo hacen funcionar más allá de los museos, lo llevan a la vida. Repites esa idea demasiadas veces y al final acabas liado dándole vueltas a la misma cuestión.

Mientras hablas, no puedes evitar mirar de reojo los más de setenta folios de Fernando Castro. Comprendes entonces que también es mejor callar. De lo contrario, no saldréis de allí en toda la noche. Fernando es excesivo. Brillante y maravilloso. Su conferencia es un libro. Y también una performance. Dos horas y doscientas quince imágenes. No perdona ninguna. Conecta ideas una detrás de otra. De pequeño se cayó en la marmita.

Al terminar, Enrique se sienta un segundo entre vosotros. Con dos frases le da sentido a ambas intervenciones. Parece que todo ha tenido sentido. Lo sientes. Incluso más allá de las palabras.


Por la noche te encuentras con Sergio del Molino. Ha presentado su libro a la misma hora a la que dabas tu conferencia. Es lo único malo del día, que las dos cosas se hayan solapado. Leíste La mirada de los peces este verano en un vuelo a Guayaquil. De un tirón y sin levantarte del asiento. Es un libro que te toca por muchísimas razones. Como todo lo que escribe Sergio. Su literatura la sientes muy cercana. Y este libro aún más. Hablarás de él más adelante, en otra entrada de este nuevo diario, en otro post de este blog que ahora pretende resucitar. Pero la noche del lunes no habláis de su libro, sino del tuyo. Le enviaste el manuscrito de tu novela y llevas unos días inquieto esperando su lectura. Cuando os encontráis, te abraza y te da la enhorabuena. Lo que te dice te alegra aún más la noche. Y sobre todo te hace creer con fuerza en lo que has escrito.

Tras un gin-tonic en el Albero, despides a Sergio en el hotel. Regresas a casa y, de camino ,se te eriza la nuca y los ojos se te humedecen. No es el frío –aún no ha llegado del todo–. Es la emoción. Es ese intervalo infraleve entre la vida y la literatura. Es la suerte de haber vivido un día como este lunes que acaba. Es también todo lo demás. Lo que no dices pero sientes. Lo que no escribes pero aún respiras. Los momentos fugaces en los que el tiempo –ese que no cesa de desaparecer– parece querer detenerse.

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