Aquí y ahora, 39
Lunes 17 de abril
Temprano, continúas con la corrección de la novela. Comienzas ahora con la parte del pasado, escrita en segunda persona. Es un tono diferente y pasas el día acostumbrándote a una voz martilleante y seca que te recuerda a la que utilizas en este diario. La realidad reverbera en la ficción, constantemente.
Por la noche, planchas el traje de huertano para el Bando. Los pliegues del zaragüel son una pesadilla. Mañana vas a parecer un acordeón.
Martes 18 de abril
Escribes temprano el diario y comienzas a vestirte. El zaragüel, la camisa de lino, las calcetas amarillas, la faja mostaza, el chaleco rojo, las esparteñas atadas a media pierna… es una especie de ritual en el que el tiempo se condensa. Sales a la calle y no te ves ridículo. Se percibe ya el buen ambiente y la alegría. Es el Bando de la Huerta. Es la fiesta de Murcia. Y tú eres un huertano travestido.
Comienzas con Marta y sus amigos cerca de la Plaza de las Flores. Allí te encuentras con media Murcia. Apenas puedes beber nada en medio de tanto saludo. Después llega Raquel, que acaba de salir de trabajar y tomáis unas marineras con Leo y María. Habéis reservado en un restaurante y tú llegas ya sin hambre y con varias cervezas en el cuerpo. Al terminar, visitas el camión de tu sobrino, que está cargado de comida y bebida. Allí te ofrecen un Ballantine’s con Coca-Cola que apenas lleva Coca-Cola y eso es lo que te deja KO. A partir de ese momento ya te mueves como un zombi. Un zombi alegre del siglo XVIII que ha perdido la vergüenza. Así es como consigues llegar al Parlamento justo a tiempo para el Madrid-Bayern. Gana el Madrid y Leo y tú salís a celebrarlo. Pero las calles ya están llenas de gente demacrada. Entráis al Bizz’art y allí tienes que dejarte la copa. No puedes más. Regresas a casa con todo en su sitio. El camino de vuelta se hace eterno. Las esparteñas se te clavan en el alma. Murcia no se acaba nunca. Pero el Bando llega a su fin.
Miércoles 19 de abril
La resaca es llevadera. Podría ser peor. Te levantas con el tiempo justo para preparar el equipaje y coger el autobús que te lleva al aeropuerto. El avión sale a su hora y llegas a Barcelona a media tarde. La cabeza te duele menos de lo esperado. Duermes como un lirón.
Jueves 20 de abril
Visitas por primera vez la Agencia MB. Estás nervioso e ilusionado. Allí está Mónica, Txell, Christian, Inés y todos los demás, incluso Greta. Sentado en el sofá les hablas de la novela que estás a punto de terminar. Percibes el interés sincero y te llena de emoción. Te hacen sentir como un escritor de verdad. Un autor de MB. Comes con Mónica y seguís hablando de proyectos literarios. Después lo pensarás durante toda la tarde: si hace un tiempo te hubieras visto en esta imagen, no lo habrías creído. Se te están cumpliendo todos los deseos.
Con la sonrisa en los labios y cargado de libros, te encuentras con Marta, Jaime y Miren. Contáis chistes y hacéis tiempo hasta la charla de Enrique Vila-Matas y Teju Cole en el CCCB. La disfrutas como un crío. Dos escritores a los que admiras, frente a frente. Al final de la charla incluso te animas a preguntar. Te tiembla la voz y te lías intentando ser claro. Pero ambos te responden. A la salida Teju Cole te firma la edición americana de Cada día es del ladrón y charlas unos segundos con él. Después, saludas a Enrique y os emplazáis para el próximo sábado. Ahora sí que la sonrisa no te cabe en el cuerpo. La sensación de felicidad no se va durante la cena, ni tampoco después. El día ha sido perfecto. No podrías pedir más. No podrías ser más feliz.
Viernes 21 de abril
Por la mañana te acercas al MNAC para ver Insurrecciones, la exposición sobre el levantamiento y la revuelta que ha comisariado Georges Didi-Huberman. Es excepcional. Una descomposición de la idea de insurrección: la elevación, el salto, la rabia, el gesto, la protesta, el enfrentamiento, las palabras, los deseos, las madres, el duelo, la promesa… Es el ejemplo de lo que debe ser una exposición. Una experiencia de ver, conocer y sentir. No sólo una acumulación de obras en torno a un tema, sino una narración, una manera de contar la historia a través de las imágenes. O de dejar que sean ellas quien la cuenten. Hacía tiempo que no sentías tanta empatía en una exposición. Hacía tiempo que no te apetecía tanto comisariar una exposición. Una exposición así.
Por la noche, cenas con Marta en el Giardinetto. Le habías hablado del restaurante y te apetecía que lo conociese. Al terminar llegan Leo y Pepe y también Juan Soto y Andrea. El porcentaje de murcianos es apabullante. Las camareras se acuerdan de ti y te invitan al primer Old fashioned; la última vez no les salió bien. Los tres que te tomas esta noche saben a gloria. También la conversación y la amistad. Y los besos y los abrazos. Murcia en Barcelona. Todo es celebración.
Sábado 22 de abril
La resaca de los Old fashioned es tremenda y sólo comienza a remitir después de comer.
A media tarde, acudes a la conversación entre Enrique Vila-Matas e Ignacio Martínez de Pisón en La Central. Los modera Anna Maria Iglesia. Hablan de cómo se conocieron y de su amistad literaria. Escuchándolos, eres consciente de su trayectoria, y también de que eres un recién llegado y que todo sigue siendo un camino de aprendizaje.
Tras la charla, tomas un café con Enrique, Paula, Marta y Martín. Después se une Mónica. El resto se va a la fiesta de La Vanguardia. Supuestamente, es el sitio en el que hay que estar. Pero tu prefieres sentarte a escuchar las anécdotas de Enrique. Las historias de la
vida loca de la literatura, de la literatura loca de vida.
En un momento, os acordáis del cónsul de México y del evento del junio pasado en el mismo lugar. Sigue siendo una presencia ausente. Ya no está. Quizá nunca estuvo. Recuerdas la silla vacía en la cena. Quizá en el fondo siempre fue un fantasma. Un fantasma que ha dejado huella. Huella criminal. Podría ser el personaje de una película de David Lynch. El cónsul borrador.
Tras la cena, recibes la llamada de Juan. En el Giardinetto, dice, te esperan todos. Y en efecto, allí están todos. Todos los escritores que admiras. Todos los amigos que quieres a rabiar. Está Sergio, Luis, Marta, Silvia, David… Los abrazas a todos. De nuevo es alegría. De nuevo es incredulidad. De nuevo te acuestas con la sonrisa en los labios. Por esto y por todo lo demás.
Domingo 23 de abril
Barcelona es una fiesta. Qué pena que hoy tengas que volver. Nunca has visto un Sant Jordi. Es el día del libro. Y, en algunos casos, también de la literatura. Por supuesto, no son la misma cosa. El libro es un soporte. La literatura es otra cosa. Hay literatura más allá de los libros. Y libros –los más– que no son literatura. El problema es cuando se confunden las cosas y se meten en el mismo saco. Pero mejor celebrar los libros que cualquier otra cosa. Mucho mejor.
En el tren de regreso intentas leer, pero un hombre mayor no cesa de hablar a todo volumen. No se calla hasta Alicante. Radia todas las estaciones por las que pasáis. Sabe de todo. Ni siquiera puedes aislarte con los auriculares. El tono de la voz vibra en tu estómago. Alguien le llama la atención y dice que ahora no es hora de dormir. Te gustaría ponerte a leer en voz alta uno de los libros que has comprado. El ensayo de Didi-Huberman sobre la insurrección. Levantarte y leérselo junto a su oído. Dejarlo sordo a base de notas al pie de página de Walter Benjamin. Sueñas con eso en el momento en que consigues dormirte. Tienes esa imagen en la cabeza cuando de nuevo la voz se te clava en el estómago: “Xàtiva, La Socarrada”. Su puta madre.
Cuando se baja en Alicante respiras aliviado y puedes prestar atención a la polémica que se ha armado en Facebook. Gente peleándose en público y perdiendo los papeles. Imaginas la escena como un patio de colegio virtual. Tres tirándose de los pelos y el resto mirando, algunos jaleando, otros callados y disfrutando, otros rojos de vergüenza. Eso es en el fondo la red, el patio de colegio de los adultos, el jardín de infancia que nos hace conscientes de que aún no hemos crecido, que quizá no lo hagamos nunca.
Llegas a casa menos cansado de la cuenta y Raquel te espera con el regreso de Prison Break. La serie te conduce unos años atrás en el tiempo. La ves y recuerdas ese momento en el que hacíais esgrima y comentabais los episodios después de perder combates, una y otra vez. Sientes nostalgia de aquel tiempo feliz. Pero no lo cambiarías por este. En realidad, no cambiarías nada por nada. Te gustaría quedarte en este presente. Aquí y ahora, para siempre.
Al día siguiente comienza la locura. Clases mañana y tarde, textos por entregar, conferencias… No sabes cuándo vas a tener un momento de descanso. Pero eso es mañana. Hoy todavía saboreas las vacaciones. Hoy todavía das gracias por todo. Hoy todavía es Aquí y ahora. Y lo escribes para que no se olvide.
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