[Emitido en Preferiría no hacerlo, programa literario de Aragón Radio. 18/04/16. Escuchar Podcast]
Me levanto a las
cuatro y media de la mañana. A las seis sale el autobús para Nueva York, donde
por la tarde tengo una charla en el master de escritura de NYU. Como no puede
ser de otro modo, calculo mal y al final tengo que correr para llegar
a tiempo. Subo al autobús sudado y el calor ya no se va en todo el viaje. Son
cuatro horas y pico de estrechuras en las que intento dormir aunque apenas puedo
cerrar los ojos.
En Nueva York
llueve y hace un día desapacible. Recibo un correo de la universidad para
corregir los datos de la memoria del proyecto de I+D. Tengo que pasar varias
horas en un Starbucks encerrado ante el ordenador. En el hotel no me dejan hacer
el check-in hasta las tres, así que deambulo por las calles como un flâneur
melancólico, parándome en los semáforos con la mirada perdida, pensando entre
otras cosas en lo que voy a decir por la tarde en la charla.
Me compro un
teléfono nuevo y me meto en McNally Jackson, la librería en la que a finales de
mes presentaré la traducción de Intento
de escapada. Me pongo nervioso solo de pensarlo.
En el hotel
intento dormir, pero tampoco puedo. No estoy en las mejores condiciones para
hablar.
A las seis quedo
con Sergio Chejfec y hablamos de literatura antes de la conferencia. Llegamos
al King Juan Carlos I Center y allí nos espera Reinaldo Laddaga, al que he
leído bastante pero no conocía hasta el momento. Nos presentan y dialogamos
sobre arte y literatura delante de un público que parece interesado. La
conversación fluye y me siento cómodo pudiendo hablar en español. De nuevo, lo
percibo como un regalo.
Después de la
charla, saludo a amigos como David y conozco a varios estudiantes del máster.
Uno de ellos se llama como yo y me regala su libro. Oh, Lorem Ipsum! En Goodreads aparece como obra mía. Es mi primer
libro escrito por otro. Pienso inmediatamente si me servirá para la ANECA.
Supongo que mientras nadie lo reclame como suyo no habrá problema.
Inmediatamente se me ocurre un cuento sobre un escritor que llena su currículum
a través de los libros de los demás y que al final incluso consigue
arrebatarles la autoría.
Por la noche,
ceno en casa de Adriana, rodeado de argentinos. El apartamento es
impresionante. Las vistas más aún. Desde el balcón se ve el Chrysler. Es el
lugar en el que uno alguna vez ha soñado con vivir. Tras varias botellas de
vino y una conversación que va desde lo extraño que sabe el mate con el agua de
Nueva York a lo increíble que es la exposición de Jeremy Deller en la Fundación
Proa, me doy cuenta de que son más de las dos de la madrugada y que mi autobús sale a las seis.
Llego al hotel algo mareado y con el tiempo justo para recoger los libros que
he comprado, tumbarme en la cama unos segundos, ducharme y salir para Bryant
Park.
De nuevo, en el
autobús no puedo dormir. Es incluso más estrecho que el anterior y no encuentro
el modo de descansar. Llego a Ithaca a las diez, en medio de una nevada y, sin
solución de continuidad, me meto en el congreso de la Society sobre el tiempo.
A las tres de la tarde, los ojos se me cierran y por un momento pierdo
contacto con la realidad. Pero remonto y aguanto hasta la última conferencia. A
las siete, no puedo con mi alma y aun así decido quedarme y me acerco al vino de la
recepción. Conozco allí a una poeta amiga de Teju Cole y quedamos en hacer una lectura.
De modo milagroso, sigo en la cena después de varios vasos de vino. Y me
sumo al resto de los becarios cuando deciden tomar la última en The Rock, donde pido un Manhattan bien
cargado para rematar la machada. Cuando salimos de allí, se me ocurre decir que en casa tengo el vino que
traje de España y sigo un poco más con Craig, Jessica y Maria. Es en su casa
donde decidimos bebernos las botellas que me traje la última vez. Se nos hacen
más de las tres. La última la abrimos por vicio y apenas podemos probarla. Me canso incluso ahora al escribirlo.
Caigo en la cama
y me levanto al día siguiente como si me hubiera pasado un tráiler por encima.
Vomito varias veces y mi cuerpo no responde. Sólo al final de la tarde consigo
resucitar.
El domingo limpio
la casa y lavo la ropa, como si así intentase también regresar a la rutina. Leo
de un tirón El arte expandido, el último
libro de Mario Perniola y comienzo a leer La
generación de la posmemoria, de Marianne Hirst.
El lunes amanezco con la sensación de que de nuevo empieza el mundo. Durante la semana leo, escribo, trabajo, hago gestiones burocráticas e incluso relleno mi formulario de impuestos. Vida aburrida y normal. La necesito. Vine a Ithaca para encontrar la soledad y no he podido escapar de la locura.
El lunes amanezco con la sensación de que de nuevo empieza el mundo. Durante la semana leo, escribo, trabajo, hago gestiones burocráticas e incluso relleno mi formulario de impuestos. Vida aburrida y normal. La necesito. Vine a Ithaca para encontrar la soledad y no he podido escapar de la locura.
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