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Diario de Ithaca 26 (Preferiría no hacerlo)

[Emitido en Preferiría no hacerlo, programa literario de Aragón Radio. 11/04/16. Escuchar Podcast] 

Despierto en Ithaca solo y sin demasiadas cosas que hacer. No hay clase durante esta semana por el Spring Break. Hago unas compras, devuelvo el coche alquilado y regreso a casa con paso lento. Mientras desciendo la colina, miro a mi alrededor y comienzo a ser consciente de que esto se acaba. Un mes y medio  más, y adiós a la aventura americana. Ya empiezo a sentir la nostalgia que sentiré en el futuro.

Planifico lo que me queda de estancia y comienzo directamente a escribir el ensayo que quisiera terminar –al menos dejar esbozado– antes de volver. Escribo de un tirón durante varias horas sin siquiera levantarme. Estoy feliz. Escribiendo soy feliz.

El viernes por la mañana tomo un café con Daisy y hablamos de literatura, editoriales y agentes literarios. Por la tarde, hace sol y tomo unas cervezas en el porche con Joe. En un día he hablado más inglés que en las últimas semanas.

Por la noche, comienzo a leer No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles, la última novela de Patricio Pron. No la suelto prácticamente hasta que la acabo. Pron es uno de los escritores que más admiro. El modelo de escritor al que me gustaría parecerme algún día (junto a Tavares o Menéndez Salmón): intelectual, elegante y preciso. Y esta novela es un desafío. Mientras la leo no puedo dejar de pensar en Bolaño. Y también en Benjamin. Literatura, política, arte, violencia y crimen. Es una gran novela. Uno percibe desde el principio que está ante una obra maestra. Todo un desafío para el lector.


Me hace olvidarme de algo que debería haber recordado y que rápidamente comienza a atormentarme: la memoria del proyecto de investigación del ministerio. Tengo que presentar el informe anual, el informe final y la memoria económica. Paso tres días recluido sin hacer otra cosa que rellenar papeles con frases que ni siquiera yo me creo. Una inutilidad para justificar una miseria. Por momentos me desespera porque no tengo ni idea de cómo usar la aplicación ni de qué significan los términos que utilizan. Si el inglés se me da mal, el lenguaje burocrático directamente no lo comprendo.

Es algo para unos pocos privilegiados. O para gente con paciencia. Quizá en el fondo no sea más que una estrategia disuasoria. Conmigo, desde luego, lo han conseguido: no vuelvo a solicitar un proyecto mientras me acuerde.

Con la soledad y el estrés del proyecto, regresa el insomnio y tengo que masturbarme varias veces para poder dormir. Ni siquiera necesito porno. Me vale con la imaginación.

En internet comienzan las noticias sobre los Papeles de Panamá. Allí sale todo el mundo. Pero lo curioso es que ya nadie se extraña de nada. Igual que wikileaks y que todas las filtraciones. Nada es ya escandaloso porque todo ya huele a podrido. Algunos desfalcan, estafan y escapan de todo. Y otros tenemos que quemar días, noches y semanas para justificar la miseria que el ministerio te para comprar libros y organizar tres charlas.

En los descansos de la memoria, mientras tomo aire y maldigo al ministerio, la universidad y a toda su generación, veo alguna serie en la televisión para descansar la mente. Acabo los dos últimos capítulos de Colony. Me gusta. Comienzo a ver The Path. No me convence del todo. Veo el final de 11.22.63. Es magnífico. Incluso veo El ministerio del tiempo y me entretiene. Y pienso que tengo que escribir algo sobre los viajes en el tiempo y esa idea conservadora de intentar mantener las cosas como están porque otro presente seguro que habría sido peor.

El lunes conozco a una artista venezolana cuyo trabajo me impacta. Deborah Castillo. Una estudiante de mi seminario, Sara, ha organizado una charla y una exposición sobre ella. Y lo que muestra está lleno de sugerencias. Iconoclastia, fetichismo, política, historia, género. Es una obra potente sobre la que algún día me gustaría escribir. Por la noche, ceno con ella, Sara, Sonja, Rosa y Adrián y paso un velada muy agradable. A veces, estar aquí es una suerte.

Al llegar a casa, termino por fin la memoria y la envío por correo, consciente de que me habré equivocado mil veces. Y, en efecto, a la mañana siguiente me escriben para decirme que soy un desastre y que tengo que corregir mucho de lo que he hecho.

El martes lo vuelvo a enviar y cruzo los dedos. Después leo el paper para el seminario del día siguiente. Antes de dormir, disfruto con Artforum, una pequeña joya de César Aira. Una de esas que sí son buenas. De las mejores. Subrayo frases que uno se tatuaría: “La superstición es el verosímil de lo sobrenatural”. Y cosas así. Es Aira en su mejor versión. Me duermo con la miel de la buena en literatura en los labios. Creo que sueño con el Paraíso. Y me despierto feliz.




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