Diario de Ithaca 23 (Preferiría no hacerlo)

[Emitido en Preferiría no hacerlo, programa literario de Aragón Radio. 14/03/16. Escuchar Podcast]

El jueves la clase de nuevo se hace larga, aunque tenemos una discusión productiva y por un momento parece que todo avanza. Justo después de salir llega la traducción del texto sobre Bryce que tengo que presentar la semana que viene y me quedo en el despacho repasándola hasta bien tarde. Por la noche, en casa, sigo trabajando y me acuesto de madrugada con el texto ya casi acabado.

El viernes me levanto temprano, escaneo las imágenes, las inserto en el documento y envío por fin el paper al resto de los becarios. Siento el alivio directamente en la espalda, como si me hubieran quitado una losa que comenzaba a enquistarse en la piel.

Por la tarde, celebramos el cumpleaños de Craig en el Finger Lakes Cider House, una especie de restaurante en las afueras de Ithaca donde sirven sidra artesanal y comida local. El ambiente no puede ser más auténtico. La clientela, las barbas, las camisas de cuadros, los granjeros, el violinista y la cantante country… Lo observo como si fuera una imagen típica. Lo veo todo a través de un filtro de Instagram.

Después, nos quedamos con Maria y Jessica en el Argos y conocemos al dueño del bar y a unos artistas locales. Cuando cierran nos llevan a un almacén oscuro y polvoriento en el que trabajan. Raquel dice: “y ahora es cuando sacan la motosierra y comienza la película”. Es siempre la voz de la razón.

El sábado, a pesar de la resaca, logro trabajar toda la mañana y comienzo a perfilar la versión del texto sobre Bryce que tengo que enviar a la revista académica que ya me asedia. Me falta tan sólo la introducción. Siento ya el final en la punta de mis dedos.

Por la tarde, Tim me invita al partido de Hockey que juega Cornell contra Union. Es la primera vez que voy al Hockey. Y la experiencia me fascina. El ambiente, el himno, la banda de música, de nuevo todo se convierte en imagen. Otra vez estoy en una película. Tardo un tiempo en acostumbrar la vista a la rapidez de la pastilla. Es velocidad pura. Me hechiza el sonido de los sticks y los jugadores chocando con el cristal. Es una coreografía extraña e hipnótica. Al final gana Cornell. Pasan a los cuartos de final. Me alegro como si fuera mi Real Murcia. Será por los colores. Let’s go Reds.


Al llegar a casa, vemos tres capítulos de la nueva temporada de House of Cards. Creo que es incluso mejor que la anterior. El poder, el mal, la estrategia… y esa sensación de no saber de qué parte estás. De nuevo, como con Breaking Bad, uno se sorprende deseando que triunfe el villano.

El domingo por la mañana me levanto temprano y logro, por fin, acabar el texto. Lo envío y entonces cae la otra losa que aún estaba sobre mi espalda. Me quedo unos minutos sentado frente al ordenador, con la mirada perdida, como si estuviese asumiendo que realmente he podido con esto. En silencio, limpio la mesa de trabajo y lo dejo todo listo para empezar de nuevo. Ese espacio vacío que ahora es necesario llenar es lo que me da la vida.

Bajamos al pueblo y nos comemos una hamburguesa obscena para celebrarlo. Es el último domingo que Raquel está en Ithaca. Todo le sabe a nostalgia.

El lunes hace ocho años que murió mi madre. Es extraño cómo el paso del tiempo acaba quitándonos las palabras. He escrito mucho sobre esta pérdida. Pero ahora, ocho años después, no sé qué decir o escribir. Ni siquiera sé qué es lo que pienso. Sólo sé que hoy hace ocho años que murió mi madre.

Por la tarde hacemos un maratón de House of Cards y la acabamos del tirón. Las miradas a cámara del final me dejan petrificado. Los Underwood son la nueva Górgona Medusa.

El miércoles llega el seminario.  Supuestamente es el día de la performance mayor, el momento en que tengo que demostrar al resto de los becarios por qué estoy aquí. Todos han leído el paper. Yo sólo tengo que explicarlo durante unos minutos y después comienzan las dos horas de asedio. Quince intelectuales de alto nivel contra un señor de Murcia. Durante un instante veo esa imagen desde fuera. 

Me defiendo como puedo, y al final sobrevivo. Las felicitaciones parecen sinceras. Les ha gustado el artículo. Cuando acabo, entro en mi despacho unos segundos y respiro. Por un momento me siento parte de esa comunidad intelectual. Por un momento, siento el privilegio y la fortuna de estar aquí. Por un momento, le encuentro sentido a todo esto. Por un momento, sí. Ahora, mientras lo escribo, intento evocarlo.  



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