Diario de Ithaca 22 (Preferiría no hacerlo)
Hoy la clase sale mejor de lo esperado. Me centro tanto en el tema que se
olvida el inglés. Después, algunos alumnos me comentan que están aprendiendo
con las lecturas y que tendría que estar contento. Me alegran la mañana.
Por la tarde asisto a una velada poética que organizan l]os estudiantes de
Romance Studies. Leen en inglés y no me entero de nada. Pero disfruto de la
experiencia. Me encantaría, eso sí, continuar con ellos en el sarao de después,
pero soy responsable y regreso a casa a continuar con el texto sobre Fernando
Bryce que tengo que entregar. Cuando me despido y digo que me tengo que ir se
me parte el alma. Cuando llego a casa y me sitúo frente al ordenador me siento
un héroe. A pesar de que esa noche apenas avance unos párrafos.
El viernes por la mañana no me concentro y decido acabar Marienbad eléctrico. Había previsto
degustarlo a pequeños sorbitos, pero no me puedo aguantar y lo leo del tirón.
Hay en Vila-Matas más sabiduría que en todos los textos sobre arte que estoy
leyendo para el artículo que escribo. Leo el libro con pasión pero también con
una especie de deseo. Ése es el tono que quisiera lograr en mi artículo, esas
son las sensaciones que quisiera transmitir. Por supuesto, no soy Vila-Matas,
ni quiero copiarlo. Pero no puedo evitar encontrar en él la inspiración. Cuando acabo de leer, le hago una foto al libro con lo que debió de ser el despacho de Nabokov
al fondo y se la envío a Vila-Matas. Me contesta con un e-mail brillante y
cariñoso. Me alegra la mañana, el día y la semana.
El sábado amanece la calefacción rota y me subo a trabajar a la Society.
Raquel se queda junto al radiador eléctrico. Paso toda el día en la oficina,
solo, concentrado, intentando acabar el texto que ya se me está atragantado. El
deadline es unos días y tengo también que traducirlo para el seminario de la
semana próxima. No encuentro el modo de sacármelo de encima. Es una especie de
condena. Creo que he engordado precisamente porque estoy somatizando la
saturación de información –de todo lo que
he leído– y la imposibilidad de ponerla por escrito.
Sólo cuando por la noche comienzo a quitarle importancia a la tarea, el
texto comienza a salir. A veces uno se bloquea porque piensa que las cosas son
más importantes de lo que realmente son. Escribe un artículo para una revista
académica y cree que lo va a leer todo el mundo. Pero en realidad está
escribiendo para cuatro o cinco interesados. No más. No va a cambiar el mundo
si el texto es mejor o peor. Cuando llego a esa conclusión y me relajo, el
texto fluye. Hoy me alivia no tomarme demasiado en serio, aunque en el fondo
sepa que no voy a poder escapar del todo a la responsabilidad.
El domingo por la mañana estamos invitados a un brunch en casa de Annetta.
De nuevo, allí los fellows de la society son amables, agradables… buena gente. Hace un día soleado y apetece pasear, pero tras la comida me vuelvo a
encerrar con el texto. Ya fluye, pero necesito horas y horas para terminarlo. Apenas salgo de la habitación para asomarme a la ceremonia de los oscars.
Este año no he visto ninguna de las películas. Me interesa poco, pero me sirve
para relajarme.
Al día siguiente acabo una parte y la envío a traducir. Voy acabando el
texto por fragmentos. Al fondo comienzo a ver la luz. En una semana es posible
que esté todo.
Comenzamos a ver 11.22.63, la
nueva serie de J. J. Abrams basada en la novela de Stephen King. Engancha desde
un principio. Es magistral. El viaje en el tiempo está utilizado con una
inteligencia tremenda. Después veo un episodio El ministerio del
tiempo. Me gusta la serie y me divierto mucho
con ella. Pero la cuestión de la verosimilitud y los problemas ideológicos que
hay detrás –los menos evidentes– me dan mucho que pensar. Tomo notas para
escribir algo en algún momento.
El miércoles, en el seminario, no me entero de mucho. Pongo el piloto
automático y pienso en cómo acabar el texto sobre Bryce. Después, por la tarde,
tampoco presto demasiada atención a la conferencia sobre Franz Fanon y la
negritud. Me siento mal por tener la cabeza en otra cosa. Cuando intento
engancharme a la charla ya es demasiado tarde y no logro seguirla. Aprovecho
entonces y saco el cuaderno. Esbozo la entrada del diario de esta semana. Llego
a casa y lo escribo de un tirón. Lo escribo mientras pienso en todo lo que me
queda por hacer. Lo escribo, como todo lo que he hecho esta semana, con la
cabeza en otra cosa, en otro lugar, en un tiempo por venir, en un tiempo que se
resiste a llegar.
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