Diario de Ithaca 22 (Preferiría no hacerlo)

[Emitido en Preferiría no hacerlo, programa literario de Aragón Radio. 22/02/16. Escuchar Podcast]

Hoy la clase sale mejor de lo esperado. Me centro tanto en el tema que se olvida el inglés. Después, algunos alumnos me comentan que están aprendiendo con las lecturas y que tendría que estar contento. Me alegran la mañana.

Por la tarde asisto a una velada poética que organizan l]os estudiantes de Romance Studies. Leen en inglés y no me entero de nada. Pero disfruto de la experiencia. Me encantaría, eso sí, continuar con ellos en el sarao de después, pero soy responsable y regreso a casa a continuar con el texto sobre Fernando Bryce que tengo que entregar. Cuando me despido y digo que me tengo que ir se me parte el alma. Cuando llego a casa y me sitúo frente al ordenador me siento un héroe. A pesar de que esa noche apenas avance unos párrafos.

El viernes por la mañana no me concentro y decido acabar Marienbad eléctrico. Había previsto degustarlo a pequeños sorbitos, pero no me puedo aguantar y lo leo del tirón. Hay en Vila-Matas más sabiduría que en todos los textos sobre arte que estoy leyendo para el artículo que escribo. Leo el libro con pasión pero también con una especie de deseo. Ése es el tono que quisiera lograr en mi artículo, esas son las sensaciones que quisiera transmitir. Por supuesto, no soy Vila-Matas, ni quiero copiarlo. Pero no puedo evitar encontrar en él  la inspiración. Cuando acabo de leer, le hago una foto al libro con lo que debió de ser el despacho de Nabokov al fondo y se la envío a Vila-Matas. Me contesta con un e-mail brillante y cariñoso. Me alegra la mañana, el día y la semana.



Por la noche cenamos en casa de Jonathan. No nos ha dado tiempo a pasar por el supermercado y somos los únicos que no llevamos nada. Afortunadamente llegamos los primeros y sólo los anfitriones se pueden hacer una mala imagen de nosotros. Cuando los demás llegan con flores, botellas, dulces y otros regalos miramos hacia el suelo intentando encontrar el sitio para escondernos. Aun así, la velada es agradable y la comida está deliciosa. Todo el mundo es simpático y complaciente. Regresamos a casa con la sonrisa en la boca.

El sábado amanece la calefacción rota y me subo a trabajar a la Society. Raquel se queda junto al radiador eléctrico. Paso toda el día en la oficina, solo, concentrado, intentando acabar el texto que ya se me está atragantado. El deadline es unos días y tengo también que traducirlo para el seminario de la semana próxima. No encuentro el modo de sacármelo de encima. Es una especie de condena. Creo que he engordado precisamente porque estoy somatizando la saturación de información  –de todo lo que he leído– y la imposibilidad de ponerla por escrito.

Sólo cuando por la noche comienzo a quitarle importancia a la tarea, el texto comienza a salir. A veces uno se bloquea porque piensa que las cosas son más importantes de lo que realmente son. Escribe un artículo para una revista académica y cree que lo va a leer todo el mundo. Pero en realidad está escribiendo para cuatro o cinco interesados. No más. No va a cambiar el mundo si el texto es mejor o peor. Cuando llego a esa conclusión y me relajo, el texto fluye. Hoy me alivia no tomarme demasiado en serio, aunque en el fondo sepa que no voy a poder escapar del todo a la responsabilidad.

El domingo por la mañana estamos invitados a un brunch en casa de Annetta. De nuevo, allí los fellows de la society son amables, agradables… buena gente. Hace un día soleado y apetece pasear, pero tras la comida me vuelvo a encerrar con el texto. Ya fluye, pero necesito horas y horas para terminarlo. Apenas salgo de la habitación para asomarme a la ceremonia de los oscars. Este año no he visto ninguna de las películas. Me interesa poco, pero me sirve para relajarme.

Al día siguiente acabo una parte y la envío a traducir. Voy acabando el texto por fragmentos. Al fondo comienzo a ver la luz. En una semana es posible que esté todo. 

Comenzamos a ver 11.22.63, la nueva serie de J. J. Abrams basada en la novela de Stephen King. Engancha desde un principio. Es magistral. El viaje en el tiempo está utilizado con una inteligencia tremenda. Después veo un episodio El ministerio del tiempo. Me gusta la serie y me divierto mucho con ella. Pero la cuestión de la verosimilitud y los problemas ideológicos que hay detrás –los menos evidentes– me dan mucho que pensar. Tomo notas para escribir algo en algún momento.


El miércoles, en el seminario, no me entero de mucho. Pongo el piloto automático y pienso en cómo acabar el texto sobre Bryce. Después, por la tarde, tampoco presto demasiada atención a la conferencia sobre Franz Fanon y la negritud. Me siento mal por tener la cabeza en otra cosa. Cuando intento engancharme a la charla ya es demasiado tarde y no logro seguirla. Aprovecho entonces y saco el cuaderno. Esbozo la entrada del diario de esta semana. Llego a casa y lo escribo de un tirón. Lo escribo mientras pienso en todo lo que me queda por hacer. Lo escribo, como todo lo que he hecho esta semana, con la cabeza en otra cosa, en otro lugar, en un tiempo por venir, en un tiempo que se resiste a llegar.




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