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Diario de Ithaca (Preferiría no hacerlo)

Queridos amigos, a partir de esta semana comienzo a colaborar con el programa de radio Preferiría no hacerloque se emite en Aragón Radio todos los lunes a las 21'00h conducido con sabiduría y locuacidad literaria por Sergio del Molino e Iguazel Elhombre. Será un intento de diario o, más bien, de crónica de lo que me vaya sucediendo por aquí. En un alarde originalidad lo he llamado "Diario de Ithaca" –hay días en los que uno no está para pensar demasiado–.

La primera entrada es un tanto filosófica, casi de ponerse en situación. Las próximas serán más prosaicas. Al día siguiente de su emisión dejaré aquí en el blog el texto leído y el enlace al podcast, donde, aparte de mi voz temblorosa y falta de gracia, podréis escuchar entero el Preferiría no hacerlo de la semana, sin duda uno de los programas sobre libros y literatura más interesantes y divertidos del panorama radiofónico nacional.

Esta semana: Lolita, Nabokov, Marta Sanz, Martínez de Pisón y mucho más. Y en medio de todo eso, “Diario de Ithaca”.

Escuchar el podcast Aquí



Hoy comienzo este diario. Lo hago, una vez más, porque alguien me lo pide. Tengo la sensación de que todo lo que he hecho en la vida es porque alguien me lo ha sugerido. Soy un Bartleby al revés. Ante cualquier petición, por alocada que sea, acabo respondiendo: “prefería hacerlo”. Y es así como empiezo hoy, porque Sergio me lo ha pedido y yo no sé decir que no. Mejor un diario que otra cosa.

Escribo esta vez en primera persona, como si así intentase recuperarme y dejar de lado eso yo desdoblado de mi Presente continuo, un intento anterior de dar cuenta de mi vida como si eso le importase alguien. Aquí vuelvo al yo. Por alguna razón ahora lo necesito. Y es curioso. Porque cuando uno está solo –como ahora lo estoy yo en Ithaca, en los bosques del condado de Tompkins, en el estado de Nueva York– no cesa de hablarse a sí mismo. Y muchas veces incluso en voz alta. Es una manera de ser dos, un modo de paliar la soledad. Y sin embargo, yo, solo, esta vez, no quiero ser dos, o al menos no de ese modo. Y por eso escribo hoy: “Yo. Aquí. En este preciso momento. Escribo”.  

Llevo en Ithaca más de un mes y medio, aunque tengo la sensación de que realmente he comenzado a vivir en este pueblo desde hace dos semanas. Me he tenido que cambiar de casa por culpa de unos vecinos ruidosos. Hijos de puta. Casi me amargan la vida. Tomé la decisión de irme de allí el día en que imaginé claramente cómo sería verlos morir acribillados a balazos. Me di miedo. Mucho. Y eso sí que preferí no hacerlo.

Afortunadamente la casa nueva es tranquila. Hay ruido, claro. La gente al pasar, los coches a lo lejos, incluso las campanas de las iglesias del pueblo. Pero nada fuera de lo normal. El ruido que hace la vida al moverse hacia delante.

He comenzado a ver Mad men. A veces es todo el inglés que oigo en un día. Eso y algún podcast matutino mientras camino colina arriba hacia el despacho de la Universidad. En él supuestamente tengo que investigar sobre el tiempo. A eso es a lo que he venido a la universidad de Cornell, a la Society for the Humanities, a recluirme durante un curso académico a leer, pensar y escribir sobre las relaciones entre el tiempo y el arte contemporáneo.

El tiempo. Creo que eso es precisamente lo que en el fondo he venido he buscar. Y eso – el tiempo lento, pausado, el tiempo denso que uno experimenta cuando está solo– es lo que aún no he logrado encontrar por ninguna parte.

Siento que vivo desincronizado. El tiempo que he traído conmigo –la velocidad, las mil cosas que hacer, el tiempo ansioso y repetitivo de la actualidad– me acompaña como un eco todos los días y ahuyenta todo eso que aquí he venido a buscar. Quiero quitármelo de encima, como quien se quita un jersey o una mochila. Pero las cosas son más difíciles. Es necesario mudar la piel para mudar el tiempo. Y eso se me ha olvidado cómo hacerlo.

Me preguntan “qué tal Ithaca, qué tal tu retiro”… y yo respondo que bien, paz, tranquilidad, sosiego y esas cosas. Pero en el fondo sigo en el mismo lugar. No logro apartarme del mundo, no encuentro el modo de escapar del tiempo acelerado, dejarlo correr, hacerme a un lado y ver las cosas con distancia. Estoy lejos pero puedo alejarme de nada. 

Hoy me he puesto trascendente. Lo sé. Demasiado, quizá. No siempre será así. La vida sucede sobre todo en los pequeños detalles. Pero hoy, al comenzar este diario, no he podido evitar pensar que he venido aquí a escribir sobre el tiempo, y que eso, el tiempo, ese tiempo mágico que me tendría que haberme recibido con los brazos abiertos, ha decidido esconderse y alejarse de mí.

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