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Fascismo acústico

R. ha regresado a España y te has quedado solo. Al llegar a Ithaca, después de la ida y vuelta en coche a New York para acercarla al aeropuerto, sientes que la casa está vacía. Es curioso que eches de menos sus espacios en una casa que no es la tuya. Han sido sólo tres semanas, pero cada uno ha ido ocupando su rincón y las huellas se forman en menos tiempo de lo que imaginas. Ese sillón que hace un menos de mes te resultaba extraño es ya una ausencia concreta. Por un momento, te invade la nostalgia. Pero es sólo un momento, porque nada más llegar encuentras a los vecinos dando por saco y lo que te invade es una gana de ponerles una bomba para que se callen. Esto del ruido americano va a acabar convirtiéndose en una pesadilla.

A las cuatro de la mañana del miércoles pasado escribiste un estado de Facebook cagándote en los muertos del ocupante de la habitación de al lado del motel de New Jersey en el que pasabas la noche con R. Al día siguiente salía su avión de regreso a España y queríais descansar para que el viaje no se hiciera demasiado pesado. Pero no hubo manera. La televisión de la habitación contigua sonaba a todo volumen y así era imposible dormir. El sitio era algo chungo, así que decidiste no hacer nada y esperar a que la apagaran. Pero conforme avanzaba la noche y la televisión seguía sonando, el cabreo iba en aumento hasta llegar la desesperación, hasta llegar a escribir “si tuvieras un arma te plantabas allí y le volabas la tapa de los sesos”, hasta llegar a pensarlo seriamente.


Es algo que no aguantas, el fascismo acústico, que la gente te haga escuchar sus mierdas, que le importe un bledo si molestan o no. Eso lo que te va a tocar todo el año. Tus vecinos de casa también son de esos que les gusta poner la música a todo volumen. No la pones tú y tienes que tragarte lo suyo. Poner la música a todo volumen es una forma de decir claramente que te importa una mierda todo lo demás, que se jodan los otros. Poner la música a todo volumen es una manera de restregar tu polla por la cara a los vecinos, de penetrar sus oídos, de violar su intimidad. Es, en una palabra, ser incivilizado. Joder al personal.

Creías que en España la gente era ruidosa –la imagen típica de los murcianos gritando en los museos, o los andaluces montando jaleo–. Pero no way. Estos americanos también dan por culo. Y mucho. Especialmente los estudiantes. Imaginas que luego serán serios en los exámenes, pero ahora no hay huevos a aguantar sus gritos y voceríos. Vas por la calle y parece esto una jungla. La noche los transforma. La luna los convierte en grito. Sus borracheras son más ruidosas que las vuestras. De lejos. Hay algo de totalitario en ese hacer ruido y montar escándalo. Es un tipo de invasión. A veces no son necesarios los tanques ni las armas de fuego. Y la resistencia a eso es muy jodida. Cabe ponerles flamenquito a toda pastilla, contraatacar con Melendi. Pero la guerra que se puede iniciar entonces es demasiado sangrienta. Dios dirá.




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