Michel Houellebecq, novelista
[Publicado en La Opinión, 11/07/15]
Hay escritores que saben tomar el pulso de una época. Autores
cuya literatura es capaz de dar forma a la conciencia de un momento de la
historia. Michel Houellebecq es, sin
duda, uno de ellos. Y su literatura tiene la extraña facultad de radiografiar
el presente y captarlo en todos sus detalles; los que están a la vista y, sobre
todo, los que laten debajo de aquellas cosas que vemos. Su última novela, Sumisión, es un buen ejemplo de esto. En ella nos encontramos con nuestro
presente, pero también con un futuro posible, con nuestros miedos, nuestros
deseos, nuestras frustraciones, nuestras esperanzas…, nuestro inconsciente, el
inconsciente de la Europa contemporánea.
Sumisión es un
texto profético. Una especie de ciencia ficción posible. Un futuro por llegar
que, sin embargo, contiene mucho del presente. Cuando uno lee este libro, siente
un constante desasosiego respecto a su temporalidad. Ese futuro en el que
occidente es gobernado por el Islam es uno de los escenarios que alguna vez se
nos ha pasado por la cabeza, uno de los futuros que nuestro presente suele imaginar.
Y ese mundo por venir –temido, pero posible– coincide también –y esta es una de
las verdaderas claves del pensamiento de fondo de la novela– con la
desestructuración y el fracaso de las utopías de la modernidad. Las ilusiones
de la Ilustración –la creencia en el progreso, la utopía, la consecución de un
mundo mejor, de unos sujetos libres y cada vez más felices– se han ido al
traste por sí solas. El protagonista de la novela siente desde un principio ese
desencanto ante un sistema que hace tiempo que comenzó a desmoronarse. Aquí
Houellebecq vuelve a las que quizá sean su obsesiones centrales: el pesimismo, la
pérdida de sentido de todo y el individualismo radical, que deja al sujeto solo
frente a un mundo en el que las certezas han desaparecido.
La literatura de Houellebecq es como la de Nietzsche, el
signo del fin de una era. Una literatura absolutamente nihilista y
desencantada: sus personajes han dejado de creer y vagan por el mundo sin
ningún tipo de verdad a la que aferrarse; han perdido incluso la capacidad de
sentir y emocionarse, de responsabilizarse del destino de los otros. Están
solos, alejados de toda posibilidad de construir una comunión con los demás.
Ante esa situación –que es una de las consecuencias del mundo moderno–, lo que
propone la novela es que el Islam acaba llegando en parte como una especie de
solución, una intento de reparar aquello que salió mal en el pasado. En este
sentido, no hay que ver la novela como una distopía radical, sino como un escenario
posible, una especulación; una ficción teórica en la que, además, se despliega
un juego literario sutil e inteligente con Joris-Karl Huysmans –el autor sobre
el que protagonista escribe–.
Más allá de todo esto –y de otras muchas cuestiones entre las que estarían la centralidad del sexo, el machismo, la misantropía o el cinismo de la vida académica y la burocracia–, es necesario subrayar que Sumisión es una novela tremendamente bien construida. Como en el resto de sus obras, Houellebecq se aleja de grandes alardes experimentales para desplegar un dispositivo narrativo que es absolutamente eficaz y funciona a la perfección. A veces, al referirnos a este autor, nos detenemos tan sólo en sus opiniones, en las polémicas de fondo, en las ideas de sus libros, y restamos importancia a su hacer como novelista o incluso a su prosa. Sin embargo, creo que no debemos olvidar al Houellebecq escritor. Muchas de sus novelas son narrativamente magistrales. Algunas de ellas servirían como modelo para utilizarlas en talleres de escritura y enseñar cómo se construye una historia, cómo se presenta un personaje, cómo se trabaja una elipsis, cómo se acelera la historia o cómo se pasa de un punto de vista subjetivo interior a un perspectiva general. Aunque a veces lo olvidemos, Houellebecq, aparte de ser un tipo extremadamente inteligente –todos sus libros están llenos de reflexiones brillantes–, es un novelista como la copa de un pino. Y Sumisión es un claro ejemplo de esto.
Más allá de todo esto –y de otras muchas cuestiones entre las que estarían la centralidad del sexo, el machismo, la misantropía o el cinismo de la vida académica y la burocracia–, es necesario subrayar que Sumisión es una novela tremendamente bien construida. Como en el resto de sus obras, Houellebecq se aleja de grandes alardes experimentales para desplegar un dispositivo narrativo que es absolutamente eficaz y funciona a la perfección. A veces, al referirnos a este autor, nos detenemos tan sólo en sus opiniones, en las polémicas de fondo, en las ideas de sus libros, y restamos importancia a su hacer como novelista o incluso a su prosa. Sin embargo, creo que no debemos olvidar al Houellebecq escritor. Muchas de sus novelas son narrativamente magistrales. Algunas de ellas servirían como modelo para utilizarlas en talleres de escritura y enseñar cómo se construye una historia, cómo se presenta un personaje, cómo se trabaja una elipsis, cómo se acelera la historia o cómo se pasa de un punto de vista subjetivo interior a un perspectiva general. Aunque a veces lo olvidemos, Houellebecq, aparte de ser un tipo extremadamente inteligente –todos sus libros están llenos de reflexiones brillantes–, es un novelista como la copa de un pino. Y Sumisión es un claro ejemplo de esto.
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