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Presente continuo (28 marzo - 3 abril)

VIERNES 28/ Infraleve
Por la mañana, Marcel Duchamp. Dos horas para explicar su obra. El deseo y el azar. El amor y la muerte. No todos están convencidos. Cuesta trabajo hacerles ver que Duchamp en realidad era un filósofo, un pensador que miraba el mundo de modo diferente y que veía problemas y soluciones donde el resto ni siquiera se había parado a mirar. Te demoras especialmente en el concepto de “infraleve”. Te fascinó desde la primera vez que lo leíste entre sus notas: lo más fino que lo fino, la distancia que separa a la sombra del suelo, el sonido de las uñas al crecer, el peso de las lágrimas…, lo que queda en el espejo cuando dejas de mirarte. Energías y distancias poéticas para pensar a la contra un mundo materialista y mecanizado.

Por la tarde, escribes el “Presente continuo” de la semana. Envías el texto y sales para el Teatro Circo a ver La vida resuelta. Lo confiesas, no eres muy de teatro. Esto es algo que deberías cambiar; lo dices siempre. Sobre todo porque al final, cuando vas, suele acabar gustándote, como hoy, que disfrutas muchísimo con la comedia. Los cinco actores están tremendos –Carlos Santos, por supuesto; y también el resto–. La historia es típica, pero funciona a la perfección. Te hace reír. Y pasas un rato muy agradable.

Después, con J., celebráis el cumpleaños de L. Treinta y siete. Tú también estás cerca de eso. Llegan sus amigos y tomáis unos gin-tonics en el Pura Vida. La noche se alarga –cómo no– y hacéis una pequeña ruta por el Trémolo y el Bizz’art en la que no paráis de encontrar amigos. Acabáis en el 12 y medio. Hacía muchísimo tiempo que no terminabas una noche allí. Pero hoy pinchan A. y C., y no os los podéis perder. L. y J. –al que has conocido esta noche pero parece que sois amigos de toda la vida– estudiaron con C.; tú tenías un pequeño grupo con A. Estáis muy a gusto allí, pero a las cinco y media vuestro cuerpo ya no puede más y decidís regresar a casa. Justo antes de salir, A. pincha “I Cry”, la canción de vuestro viejo grupo, Bartleby Club, ése que te gustaría algún día rescatar pero que nunca tienes tiempo para ello. Pones el Shazam en el móvil y ves cómo reconoce la canción. Haces una captura de pantalla, la tuiteas y subes la foto a Instagram. Esa tontería te hace feliz.

SÁBADO 29 / El viento
El sonido del viento te despierta. Parece que se vaya a caer la casa. Permaneces un tiempo despierto y acurrucado en la cama. Nada hay más placentero que quedarse bajo las sábanas cuando en el exterior todo se mueve. Es como volver al vientre materno.

En la televisión ves las noticias de una ONG que reparte comida sólo a españoles. Solidaridad xenófoba. Una contradicción que no acabas de comprender.

Por la noche, a las dos son las tres. El tiempo se evapora.

DOMINGO 30 / Ciencia ficción    
Te levantas temprano a correr. Quieres aprovechar el día y lo haces. Te encuentras a media Murcia corriendo por la mota del río. La fiebre del running se está yendo de las manos. Corres incluso tú, que en tu vida has hecho ejercicio. Desde luego, algo extraño está pasando. Esa misma sensación de extrañeza es la que tienen los habitantes de Orentes, el pequeño pueblo murciano al que van a llegar los extraterrestres en El absurdo fin de la realidad, la novela de Pedro Pujante que consigues leer casi de un tirón durante la tarde. Supuestamente es un libro de ciencia ficción, pero en el fondo es una anti-novela llena de reflexiones sobre la literatura. El protagonista del relato intenta escribir un discurso de bienvenida para los extraterrestres, y mientras éstos llegan, el texto se llena de autores y referencias a obras de ciencia ficción, pero también a clásicos de la literatura. Y al mismo tiempo, mientras la llegada no acaba de llegar, la realidad comienza poco a poco a descomponerse. El espacio y el tiempo, e incluso la voz del narrador, empiezan a confundirse y modificarse. Disfrutas mucho con la lectura, que por momentos se vuelve hilarante. Un descubrimiento.

LUNES 31 / Sobrevalorado
Empiezas la semana escribiendo. Pasas toda la mañana sin levantarte del escritorio. Sientes cómo fluye. Hay un momento en el que la historia empieza a salirte por las venas y tienes dos opciones: ralentizarla y escribirla poco a poco; o seguir tal y como está saliendo a toda prisa, casi poseído, para ver hacia donde te lleva. Te dejas ir. Y así llegas incluso al final de la historia. Acabas exhausto después de poner “fin”, aunque sepas que se trata de un fin altamente provisional. Pero has llegado. Sabes que ése es el lugar en el que quieres concluir. Es la vuelta de reconocimiento desde donde estabas, la avanzadilla para ver lo profunda que era la cueva. Ya hay fondo. Ahora es cuestión de seguir soltando cuerda.  

Para celebrarlo, sales a correr. Necesitas desentumecer los músculos que no se han movido en más seis horas de escritura continua.

Por la noche, acabas de ver True Detective. A lo largo de la semana has visto todos los episodios. Te costó trabajo entrar; después, durante un momento, te enganchó, y al final te ha decepcionado. Aunque decepción quizá no sea la palabra. Es una serie muy pretenciosa, manierista, formalista, llena de pose y efectos vintage. Tres capítulos habrían bastado. Te das cuenta de que ésa es una de las derivas de las series contemporáneas, la pose o, como se llama ahora, el “postureo”, el esteticisimo desbordado que en ocasiones puede incluso llegar a cargarse una historia aceptable. True Detective no es la peor serie que has visto, ni mucho menos –incluso hay cosas que te han gustado bastante, como por ejemplo la construcción de la historia–. Pero, desde luego, tienes claro que no es para tanto.


MARTES 1 / Cansancio
Esta mañana no tienes clase. Pero en el despacho no cesas de recibir alumnos como si fueras una especie de doctor. A las 13h has quedado con J.M. para hablar de literatura. Después de unas cervezas coméis juntos y seguís la conversación. Cada vez que hablas con él aprendes de su experiencia. Le insinúas sobre qué va tu nueva novela y le transmites tus inquietudes. En dos frases ya ha captado la idea y te da consejos que seguro que vas a utilizar. Es una suerte que en Murcia puedas encontrar interlocutores así.

Llegas a clase de Crítica con el tiempo justo. Hoy toca Hal Foster y la importancia del psicoanálisis como estrategia de escritura. Ves las caras de desidia y hastío de los alumnos; como si todo eso que cuentas no fuera con ellos. Y en un momento determinado decides explotar. Paras la clase y les echas un rapapolvo. Te vas creciendo conforme hablas y temes que se te vaya de las manos el enfado, aunque al final logras controlarte. Pero es que se trata de algo que nunca has entendido. Una carrera vocacional, una asignatura optativa, y que a nadie le interese lo que estás contando. No es que les transmitas el maná, claro. Pero te dejas la piel en intentar simplificar las cosas para hacerlas más fáciles. Te gusta la docencia. Pero cuando notas que la transmisión se ha cortado, que no hay comunicación entre emisor y receptor, te frustras. Es como hablar frente a un muro. No hay nada más descorazonador.

Regresas a casa cansado y te tiras en el sofá a ver la Champions. Tenías previsto leer y escribir esta noche. Pero no puedes hacerlo.

MIÉRCOLES 2 / Libros
Te levantas temprano y escribes durante dos horas antes de ir a clase. Cierras el cuaderno y sales corriendo para Filosofía. Llegas justo. Hoy toca el surrealismo. Y te entretienes demasiado, te vas por las ramas y acabas contando chistes de psicoanalistas argentinos. Sin tiempo ni para un café, subes a Bellas Artes y continuas con Crítica de Arte. Acabas con Rosalind Krauss y la introducción del pensamiento de Georges Bataille y el concepto de lo “amorfo” en el arte contemporáneo. Un concepto, dices, que pretende ser la contrapartida al concepto de “forma” y las implicaciones ideológicas de control y sumisión que el formalismo acaba teniendo. No paras de escribir títulos de libros y referencias en la pizarra. Nada te satisface más que ver cómo apuntan esas referencias. Recuerdas que aquello te hacía feliz cuando eras estudiante. Te vienen a la cabeza las clases de Francisco Jarauta, la pizarra llena de conceptos, autores y recomendaciones bibliográficas. Y te ves tomando nota de todo aquello para salir corriendo a la biblioteca a conseguirlo y a leerlo por la noche o tras sacar un momento libre. Ese momento fue una especie de apertura de ojos. Nunca estarás lo suficientemente agradecido.

La tarde la pasas escribiendo. Vas cogiendo ritmo. Te has creado un calendario y te gustaría tener un primer borrador a mano –más allá de ese previo fin que habías escrito– para después de las vacaciones de semana santa. Probablemente no tendrás tiempo, pero si no te pones plazos el trabajo se eterniza. Tu vida es un constante no cumplir plazos, horarios y listas de tareas que tú mismo te autoimpones. Lo extraño de todo es que, aun a sabiendas de que jamás consigues llegar a los objetivos que te propones, te sigas empeñando en gastar tiempo en planificar. Probablemente tenga que ver con alguna pulsión masoquista.

Después, ves el Madrid contra el Dortmund. Qué fácil ha sido esta vez.

Por la noche, acabas la lectura de Agua dura, el libro de relatos de Sergi Bellver. Has ido leyendo los cuentos durante toda la semana, dosificándolos y buscando siempre el mejor momento para disfrutar de su prosa precisa y cuidada. Es curioso que casi todos los cuentos desprendan una bruma que casi te toca la piel, una atmósfera cargada –dura– que te lleva no sólo a imaginar, sino también a sentir la tactilidad y el misterio de lo contado. Y a pesar de que esa bruma no deje ver del todo la historia, que la fragmente y la diluya para que quede siempre algo no dicho, se trata de cuentos tremendamente
cinematográficos. Cuentos que te conducen al cine denso de los Cohen o a las historias y espacios de Stephen King. Si tuvieras que elegir entre los relatos de libro, te quedarías con la potencia de “Islandia” y con la inquietud de “El nudo de Koen”. Hay mucho oficio y solvencia literaria detrás de esos cuentos.


JUEVES 3 / Demasiadas cosas
Clase sobre arte y feminismo. Acabas reivindicando el papel de la mujer en la historia y la relación del arte y la vida con la política. Citas a Simone de Beauvoir, Linda Nochlin y Judy Chicago. Escribes en la pizarra: “lo personal es político”. Estás menos espeso que la última vez. Sin apenas tiempo para respirar, subes a Espinardo en moto y llegas justo para la clase de Crítica. Esta vez querías hablar de Foster y acabas hablando de lo que cobran los críticos y de las relaciones de poder. Te das cuenta de que a los estudiantes les interesan también estas cosas. No sólo de teoría vive el hombre.

Pasas casi toda la tarde sentado frente a la universidad, en La Toga, de reunión en reunión. Cuatro seguidas. Casi tienes que poner el cronómetro para cambiar de una a otra. Todos te piden consejo. Por alguna razón creen que tu opinión sirve de algo. Y eso es algo que te preocupa mucho.


Llegas ya tarde a casa. R. ha cenado. Te quedas un rato escribiendo y te acuestas tarde. Sueñas con extraterrestres y con el fin del mundo. Te despiertas sobresaltado en varias ocasiones. Entre sueños, recuerdas que hoy Esperanza Aguirre se ha dado a la fuga y ha tirado la moto de un agente, que Valcárcel ha dimitido después de diecinueve años y que ha habido elecciones a Rector en la Universidad. Todo te suena a eco y a murmullo. Demasiadas brumas. Sigues durmiendo.

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