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Presente continuo (11 - 17 abril)

VIERNES 11 / Amor y amistad
Abres los ojos a las once. La cabeza te explota. La noche fue excesiva, en todos los sentidos. Y hoy el día promete ser del mismo estilo. Queréis enseñarle a J. el tapeo murciano.

A medio día te escapas unas horas al tanatorio para acompañar a A., que ha perdido a su mujer. Pasas en un segundo de la alegría a la tristeza. La vida es eso. Transiciones bruscas. De la luz a la oscuridad en cero segundos. A. está tranquilo. Ella era joven, pero tras el tiempo de enfermedad, parece que la muerte se siente como una liberación. Está en el mismo tanatorio en el que estuvo tu madre. En la misma sala. Al situarte frente a la ventana que muestra el ataúd, eres consciente de que allí está todo resumido. Pero esta vez no lloras. Sólo cuando subes al coche los ojos se te llenan de lágrimas y aprietas con fuerza los dientes. No entiendes nada. Y entonces decides parar de pensar. No es normal en ti; siempre intentas llegar al fondo de las cosas, aunque duela. Pero hoy prefieres “pensar para otro lado”. Y pones una barrera invisible ante la avalancha de preguntas y emociones que intentan avasallarte. Cierras la llave de paso de lo inevitable. Te sorprendes de poder hacerlo. De poder dejarlo para otro momento.

A las tres y pico quedas con L., J., J. y  J. –cada J. es un nombre diferente; pero aquí todos son J.; que cada cual que se aplique el que le corresponda– en el Jesús del Rosario, un bar con encanto cerca de San Antolín. Las anchoas encebolladas son una delicatesen. Como todo lo demás. Aunque lo que más te llama la atención son los modales del camarero. Su mala leche parece ser un clásico del bar. Cuando ya han cerrado y están esperando que os vayáis para recoger, J. pide postre y el camarero, agarrándose sus partes, le responde que le va a poner neibol. No podéis parar de reír. Tienes que volver.

A las cinco, empiezas a estar nervioso porque llega la hora de enviar el “Presente continuo” y aún no lo tienes escrito. Llevas el ordenador contigo y necesitas un lugar tranquilo para poder terminarlo. Tomáis entonces unas copas en el Parlamento y allí, mientras los demás hablan, te sientas en una mesa aparte y comienzas a escribir. L. y los tres J. conversan de todo un poco. J. te saca una foto que luego subes a Instagram. “Murcia no invita a la lógica”. Parece una performance.

Acabas el texto, lo envías y te unes al grupo. Al poco, llegan D. y M.L., que habían intuido que estabais allí porque no os localizaban por ninguna parte. A media tarde decidís llevar a J. a la zona de Pérez Casas. Entráis en el Chinatown. Eso sí que parece otro mundo. Allí os citáis con M., que toma unas copas con vosotros. Entras al aseo y al salir alguien te pide que te hagas una foto con él. Te ha visto en algún lugar, dice.

Después de varias copas y de cercioraros de que la belleza femenina está por todas partes, os encontráis con más amigos escritores en la Cueva de la Cerveza y cenáis algo antes de caer rendidos. L. está amarillo. Demasiado para el cuerpo. Pero decidís seguir. Y entráis en el Bizz’art, que para variar está a reventar. El grupo se dispersa y tú te quedas con M. hablando casi toda la noche. Habláis del amor y las relaciones de pareja. Le dices que estás escribiendo de eso y le cuentas la historia. Te despides con un abrazo intenso que te habría gustado que durara toda la noche. Hablar de amor es también hacer el amor. Hacerlo presente, de un modo diferente. El lenguaje siempre dice más de lo que dice. El lenguaje también “hace”. Y M. te cautiva.

Mientras, ves que J. está desatado. Se ha crecido. Murcia le encanta. Te quedas con él un poco más y lo acompañas al Musik. Sigues saludando personas. J. dice que pareces el Papa, dando abrazos y bendiciendo al personal. Algo de eso hay.  A las cinco y media decides que ya es demasiado tarde. Tu cuerpo no aguanta más. Es el propio J. el que te dice que te vayas, que no le importa, que él se queda un rato más. Y tú regresas cansado pero feliz. Una vez más.

SÁBADO 12 / Contar historias
Amaneces temprano y sin resaca. Escribes. Avanzas algo en la novela. Por la tarde vas con R. a ver El gran hotel Budapest. Es una maravilla narrativa. Wes Anderson tiene una facilidad para contar historias e hilar tramas que está fuera de lo común. Es una historia emotiva y que toca directamente la fibra sensible, como todas las de Stefan Zweig, en cuyos relatos está inspirada la película. Sales con ganas de escribir y leer. La noche acaba tranquila en casa. Comienzas a leer El territorio interior, el libro de Yves Bonnefoy que ha publicado Sexto Piso. Un viaje al interior del alma a través de cuadros e imágenes. El afuera y el adentro se dan la mano. Tienes que leerlo con detenimiento para apreciar la hondura de la prosa y la inteligencia de cada párrafo.

DOMINGO 13 / Improvisar
Comida en casa de J.M. y E., alumnos que se han convertido en amigos. Comida muy agradable. Bromas sin cesar con G. Y un vino delicioso. Después, torrijas y té. Y música improvisada. J.M. toca la batería, G., la guitarra y tú, el teclado. No te sale nada de lo que quieres tocar. Pero aun así disfrutas. Y pierdes la noción del tiempo.


LUNES 14 / Madrid
Pequeña escapada a Madrid con R. En el tren, ves el nuevo episodio de Juego de Tronos. Te quedas sin aliento. No esperabas eso. De ninguna de las maneras. Después, comienzas a leer No tan incendiario, de Marta Sanz. Lo disfrutas muchísimo. Es un ensayo directo, lleno de grandes ideas y políticamente incorrecto. Subrayas frases una detrás de otra. Casi lo acabas antes de llegar.

Por la tarde, mientras R. le da una sorpresa a un amigo, tú tienes un Stendhal en La Central. Demasiados libros que quisieras leer. Se te acumulan las cosas. Compras algunos. Menos de los que quisieras.

A las nueve, aperitivo en casa de V. Tienes ganas de que ella y R. se conozcan. Está su familia y se une R., que también es murciano. El aperitivo se alarga. Habláis de literatura y de lo que ocurre en Murcia. Intentas convencer a R., el murciano que vive en Madrid, de que las cosas han cambiado, que Murcia es un hervidero cultural y especialmente literario. Parece que habláis de Murcias diferentes. De cómo se ve desde fuera y cómo se vive desde dentro. A las dos y pico volvéis al hotel. Te duele el cuello y duermes raro.

MARTES 15 / Pequeños placeres
Paseo tranquilo con R. por Madrid. Coméis en el Street-xo. Estabas deseando poder llevar a R.; sabes que estas cosas le gustan. Disfrutáis de todos los platos. Y luego también del helado y del momento de relax en la terraza. Pequeños placeres necesarios.

Volvéis en el tren de la tarde y entre sueño y sueño te da tiempo a leer de un tirón El pudor del pornógrafo, la primera novela de Alan Pauls que acaba de reeditar Anagrama. Es un libro insólito, kafkiano, sensual, pero con un punto de vista y una historia que te interesa para lo que estás escribiendo. El amor, sus variantes más ilusorias, y la narración epistolar. Algo de eso hay un tu novela.

MIÉRCOLES 16 / Eros
Te despiertas temprano y escribes sin parar cinco horas seguidas. Al acabar, antes de comer, sales a correr un poco para aclarar la mente. Te haces daño en el gemelo. Y el cuello te sigue molestando.

Por la tarde, comienzas a leer La agonía de Eros, el breve ensayo de Byung-Chul Han en el que dice que el amor hoy ha desaparecido. Ya no amamos porque el otro ha sido domesticado. En la sociedad del rendimiento todo se iguala; el vértigo del otro se anula y el amor se convierte en mercancía, en un objeto que se consume. El libro está lleno de frases grandilocuentes y discutibles, aunque apuntas muchas ideas para el texto que tienes que escribir sobre Madame Bovary en la contemporaneidad. Acabas convencido de que Emma Bovary es un precedente de este deseo narcisista propiciado por la sociedad de consumo.

Por la noche, ves la final de la Copa del Rey en casa de M.J. y B. La cabalgada final de Bale os levanta a todos del asiento y os abrazáis desbordados de alegría. Después, con P., L. y M., salís a celebrarlo. Unos gin-tonics en el Pura Vida y una última en el Bizz’art. La noche esta vez no se alarga. No más de lo necesario.

JUEVES 17 / Era necesario
Temprano, escribes. A las once y media, quiropráctica. Tres horas enteras de masaje y agujas. Lo peor es la banda sonora. Llegas a casa dolorido, cubierto de ungüentos y medio hipnotizado. Te sientes muy raro, como poseído por un deseo perverso e infrecuente que acabas llevando a la práctica. Sexo extraño. Parece formar parte de una especie de ensoñación. Después, duermes la siesta y te levantas sin saber muy bien donde estás y qué ha pasado. En ese estado de medio inconsciencia te sientas a escribir y acabas la tercera parte de la novela. Un personaje toma tu personalidad en esos momentos. Era necesario todo esto sucediera para que la protagonista pronunciara la frase que cierra esta parte: “sólo es posible ver aquello que no se desea”. No sabes muy bien lo que significa. Tampoco lo sabe el personaje. Pero estás convencido de que más tarde tendrá sentido. O quizá no. Pero hoy esa frase tenía que ser escrita. Eso es lo único que tienes claro. Era necesario.

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