Presente continuo 17 - 23 enero
[Diario personal publicado semanalmente en La Opinion de Murcia]
VIERNES 17
Fracasa otra vez
En el telediario
hablan de unas pastillas para borrar los malos recuerdos. Te parece que el
futuro ya está aquí, como si Black Mirror
se hubiese hecho realidad. Vamos a poder recordar sólo lo que queramos.
Cortar, pegar y manipular nuestra memoria como si fuese una película. Podremos
reescribir el pasado de modo biológico. Tienes que pensar con detenimiento
sobre esto.
Por la tarde
tienes una charla en un máster de arteterapia. Y de camino hacia el máster has
pensado seriamente en dar una conferencia pésima para que no te llamen más y
así tener tiempo para poder escribir. Pero nada más comenzar te das cuenta de
que conectas con el público y que la conferencia sale incluso mejor de lo
previsto. Fracasas en tu intento de fracasar, como le pasa a uno de los
personajes de Aire de Dylan, la
novela de Vila-Matas.
Por la noche, vas
con R. al cumpleaños de M. Ha organizado una cata de vinos. Aunque no conoces a
los invitados, rápidamente se establece un ambiente muy agradable y habláis de
todo un poco. Normalidad y cordialidad absoluta. Durante toda la noche, eso sí,
dejas claro varias veces que no vas a beber mucho vino porque al día siguiente
tienes un almuerzo temprano y quieres estar con el cuerpo preparado. Sin
embargo, nada más empezar la cata, no puedes parar y, cuando te levantas
contento de la silla, te das cuenta de que has probado todos los vinos con
bastante generosidad. De nuevo, has vuelto a fracasar en tu propósito.
SÁBADO 18
Vida de contrastes
Querías haberte
levantado temprano a correr, pero la cabeza te explota. Te ha sonado el
despertador con el tiempo justo para ducharte y salir para el Yeguas. Esta
semana os recordaron que el otro día, en un momento de exaltación de la amistad,
habíais quedado con A. para comeros un lechal que él mismo iba a cocinar y
llevar allí. Tú no recordabas nada. Y L., tampoco. Pero decidís ir y disfrutar
de la comida. Está delicioso, como todo lo que coméis y bebéis. A. lo ha hecho
en el horno del panadero y la carne se deshace en la boca. Te sientes un
privilegiado por poder probar esas cosas.
A las dos llegas
a casa con el tiempo justo para ducharte y salir hacia el tanatorio. La madre
de tu cuñada C. ha muerto. Estaba enferma, aunque no imaginabas que todo fuese
a ocurrir tan rápido. Este es un mundo de contrastes. De la celebración de la
vida, al llanto por la pérdida en apenas unos segundos. Cada vez que vas al
tanatorio, cada vez que alguien cercano muere, cada vez que eres consciente de
que esto se acabará tarde o temprano, hay un momento –a veces más largo y otras
más corto– en el que todo parece detenerse en tu cabeza y te preguntas cosas
que habitualmente dejas pasar. Son los grandes interrogantes para los que no
hay repuesta y que siempre intentamos evitar. Es como enfrentarse a un abismo.
Sientes la palpitación acelerada en el pecho e inmediatamente decides dejar de
pensar. Es un agujero negro de sentido. Precisamente porque no hay ningún
sentido. A no ser que uno crea en la vida eterna, claro. Entonces todo es
diferente.
Por la tarde, y
con la incertidumbre de que todo se puede acabar en cualquier instante, decides
disfrutar de la tarde. Y vas al Parlamento con L. a ver el fútbol; primero, el
Madrid y luego, el Murcia. Continuáis con los gin-tonic y a las nueve volvéis a
tener ganas de cenar. Se une R. y también unos amigos. La noche sigue un poco
más. A las doce ya no sabes ni dónde estás. Y tu cuerpo tampoco. Es hora de
parar. Por hoy es suficiente. R. conduce.
LUNES 20
Encontrar la voz
Empiezas la
semana corriendo por la mañana. Es casi un ejercicio mental. Correr el lunes
como una especie de símbolo de que todo va bien y que empiezas con ganas. Después,
te encierras a escribir. Habías comenzado a avanzar, pero siempre había un
momento en el que te quedabas atrancado. Y llevas ya varios días pensando que
quizá es que la voz con la que la estás narrando no es la correcta. Tenías la
historia y la estructura, pero todo te sonaba demasiado artificial.
A media tarde, la
voz y el tono perfecto aparecen. Un tono a medio camino entre lo epistolar y lo
confesional. Hay cosas que quieres contar que no pueden ser conocidas por el
lector hasta un momento determinado de la trama. Cosas que, sin embargo, el
narrador sí que conoce. Y la única manera de presentar eso de modo natural es
inventar un interlocutor al que el narrador cuente la historia. Alguien que
sepa cosas que el lector no sabe, de modo que la información pueda ser
dosificada poco a poco sin necesidad de giros o fórmulas extrañas, y sobre todo
sin trucos o engaños. Cuando llegas a esa conclusión y comienzas a escribir
así, notas que todo fluye y sale con total naturalidad. Y sin levantarte apenas
para cenar, escribes hasta las cuatro de la mañana. Esbozas la novela entera,
hasta el final, como poseído la voz. Son treinta páginas que escribes con el
bolígrafo casi sin despegar del cuaderno, como si fuera escritura automática. Te
acuestas con la voz del narrador reverberando en tu cabeza. Y adviertes que la
escritura se parece mucho a la labor de un ventrílocuo; hacer, imitar, inventar
voces. Pero de alguna manera ocurre al revés. Es como si el personaje, el que
narra o el que habla, poseyera al escritor. Un ventrílocuo poseído por las
voces. Sólo en el momento en el que la voz te tiene a ti puedes comenzar a
escribir. Y la voz te ha tomado. Había una historia, había unos personajes,
había una estructura –un orden–, y ahora hay una voz.
MIÉRCOLES 22
Bicicleta
Te levantas
temprano para escribir. Durante unas horas, vives encerrado en el cuaderno.
Después, sales a la calle y vas a recoger la bicicleta que te has comprado.
Hace tiempo que no montas en bici, pero por una serie de razones –entre ellas,
que sigues teniendo la moto rota– has decidido que es buen momento retomar esa
costumbre. Recuerdas tu infancia y tu adolescencia. La bici era esencial en la
huerta hasta para ir a comprar el pan. Recuerdas tu cuerpo lleno de moratones,
huesos rotos y heridas varias. Poca gente se ha caído tanto como tú en
bicicleta. No había día que no llegases a casa con algún percance. Aunque nunca
nada serio. Después, no te has vuelto a caer.
Hace unos años
compraste una bici. Intentaste salir algunas veces a pasear en ella. Pero
rápidamente quedó arrumbada en la cochera. Hasta que alguien decidió llevársela
de allí. Pero desde hace unas semanas, desde que has comenzado a ir a Murcia
andando, desde que has empezado a hacer algo de ejercicio, parece que tu cuerpo
reclama de nuevo la bici, como si el niño quisiera volver. Y por eso no has
dudado en comprar ahora una. Una bici retro, inspirada en las bicis de
principios de siglo. Nada más montarte y darte una pequeña vuelta para visitar
a J. te ha venido a la cabeza la imagen de los ancianos montados en bici por
los caminos de la huerta. El ritmo lento, pausado, casi detenido, de su
pedaleo. Es algo que tienes grabado en la mente y que aún te sigue fascinado.
JUEVES 23
Autoficción de segundo grado
Por la tarde, das
una pequeña charla en el taller de Lola López Mondéjar. Te gusta la experiencia.
Hablar de tu novela, de cómo la escribiste, de los problemas que tuviste… Disfrutas.
Aunque ya todo te suena muy lejano. Te obsesiona mucho más lo que estás
escribiendo ahora.
Después, cenas
con L. y sales a dar una vuelta. Es el último jueves que vas a poder hacerlo
–en el segundo cuatrimestre tienes clase los viernes bien temprano–, así que todo
tiene un tono nostálgico. Quizá por ese sentido de despedida se os va un poco
la mano con la alegría.
En un momento de
delirio, al hablar de Salinger con intensidad, L. se desabrocha los pantalones
y, sin venir a cuento, muestra unos segundos su miembro. El bar está lleno y
parece que nadie se ha dado cuenta. Ha sido un movimiento rápido y casi
imperceptible. Al menos eso es lo que quieres pensar.
Después, la noche
se alarga un poco más. Sigues con N. y con otros amigos. Cuando son las cinco y
media, pides una pizza y vuelves andando a casa muy despacio, casi como si
fueras un flâneur, disfrutando del
paseo. El frío de la madrugada te despierta. Pasas junto al auditorio. Y
piensas por un momento en Marcos, el protagonista de tu Intento de escapada. Te ves a ti mismo como el personaje de tu
propia novela. Es una sensación extraña. Una especie de autoficción de segundo
grado. Quizá sean los efectos de la noche. O quizá sea que a veces la realidad
y la ficción acaban siendo la misma cosa.
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