Presente Continuo 12
VIERNES 15
Cursos y seminarios.
Despiertas
temprano en Huesca. Demasiado temprano. Te has traído la ropa de deporte para
ir al gimnasio del hotel, pero en el último momento te arrepientes y subes a la
habitación. Quizá la próxima vez.
La jornada es
larga. Cinco conferencias y una mesa redonda desde la nueve de la mañana a las
nueve de la noche. El tema es el álbum familiar y las maneras en las que ha
cambiado la representación de la familia en los últimos años. Entre los
ponentes hay de todo: artistas, guionistas, cineastas, antropólogos y tú, historiador
del arte, que hablas de las obras de arte que reflexionan sobre el pasado para
construir relatos familiares. Hablas de la memoria, del recuerdo, del olvido,
de la guerra, del trauma. Y te sientes muy cómodo. Es una charla parecida a la
que diste en Helsinki hace unos meses, pero ahora es en español, y puedes
improvisar sobre la marcha, saltarte cosas e introducir nuevas ideas. Mientras
lo haces piensas en la libertad que permite el lenguaje cuando eres tú el que
lo domina y no al revés.
En la cena te
sientas junto a S., cuyo último corto ganó un Goya el año pasado. Su trabajo te
parece muy interesante, pero sobre todo su personalidad y sus intereses. Conectáis
de inmediato. Y pasáis toda la noche hablando de literatura. Es curioso,
comparte contigo autores, temas y rutinas de lectura. A veces uno encuentra
almas gemelas de modo fugaz. Y es consciente de que esas personas, si vivieran
cerca, seguramente estarían entre sus mejores amigos.
SÁBADO 16
Más que literatura.
El AVE hacia
Madrid sale a las ocho. Te levantas a las seis y media para hacer la maleta y
llegar a tiempo a la estación. Apenas has dormido y el día va a ser también
intenso. Quieres ver exposiciones en Madrid y pasar la tarde en el festival
Eñe. Y el trayecto del tren, las dos horas y pico, lo quieres dedicar a
escribir el Presente Continuo de la semana pasada que, una vez más, lo has
dejado para el final y lo vas a escribir de un tirón, a partir de las pequeñas
anotaciones que has ido tomando durante la semana.
Subes al AVE,
sacas el ordenador y comienzas a escribir. A los quince minutos de viaje, el
tren se para. Sigues escribiendo, metido de lleno en los recuerdos de la
semana. Para no escuchar a la gente del vagón, tienes la música a todo volumen.
Es un manera de abstraerte del entorno y poder concentrarte. Después de un
tiempo, vuelves en ti, miras a tu alrededor y te das cuenta de que el tren no
se ha movido. Lleva ahí media hora. Te quitas los auriculares y por fin
escuchas: se ha roto, nos vamos a quedar aquí hasta que venga otro tren.
Así, parados,
estáis más de tres horas, sin cobertura móvil y en medio de ninguna parte. Al
final llega un tren. Tenéis que bajar todos –los treinta y cinco viajeros– por
una escalera hacia las vías y subir en el otro tren. Comienza a llover. Hace cada
vez más frío. La Guardia Civil ha venido para ayudar a la gente a acceder al
nuevo tren. No es demasiado fácil subir por la escalerilla que han puesto allí.
Tú no tienes demasiado problema. Pero piensas en las señoras mayores que iban
en el asiento de al lado. Haces fotos de la escena. El tren llega a Madrid a
las dos, con cuatro horas de retraso. Adiós exposiciones.
Comes con L. y
B. en un restaurante cubano. Empezáis a beber daiquiris para acompañar la yuca
y la carne mechada y acabáis justo a tiempo para llegar al Círculo de Bellas
Artes y ver la primera mesa redonda de la tarde. No tenéis entrada. J. llevaba
unas cuantas pero aún no ha llegado. Así que os coláis. Entráis con decisión y
nadie os para. Os han visto cara de escritores. O algo así.
Entre charla y
charla saludas a muchos amigos y conoces a varios escritores y editores. Desvirtualizas
a muchos que sólo conocías a través de las redes sociales. Cuando los saludas
parece que os uniese una gran amistad. Es extraño. Más que conocer, parece que
ahora la gente se reconoce. El primer contacto no es exactamente el primero. Es
una suerte de déjà vu siniestro.
Después, cena y
copas. En el Galdós, dejas que G. te pinte los labios de rojo sangre. Mientras
estáis sentados hablando de literatura, oyes un estruendo y ves que alguien
está tirado en el suelo. Es R., que ha tropezado con la puerta y ha tenido una
caída monumental. Os acercáis corriendo para ver si está bien. Perfectamente.
Ha sido un lapsus, dice. La literatura tiene estas cosas.
La noche se
alarga bastante. Se forman parejas extrañas. Os quedáis al final sólo unos
cuantos. Cuando lo cierran todo, B. os lleva a un antro cuyo nombre no
recuerdas. Está cerrado. Toca a la puerta durante varios minutos con suavidad
diciendo “Tony, Tony, Tony”. A ti te recuerda a Sheldon Cooper. A esas horas
todo recuerda a algo.
Allí pides un
Oporto que ya no te puedes beber. Te das cuenta de que a lo largo del día has
bebido vermú, vino, cerveza, whisky, ron, ginebra y ahora, el Oporto. Sólo de
pensar en la resaca del día siguiente te entra un mareo. Son más de las cinco.
No puedes seguir la conversación. Te adentras hacia el baño con dificultad y
por allí te encuentras a otros escritores que te saludan. Decides que es hora
de volver al hotel.
DOMINGO 17
Deseos.
La resaca es de
las mayores que has tenido. L. dice “esto ha estado a punto de salir mal”. Y es
verdad. El dolor de cabeza es tremendo y el traslado en taxi hasta Chamartín es
duro. Quizá si vomitaras… El viaje va a ser largo. Lo vas a sufrir. Cuando te
subes en el tren, el vagón parece una guardería. Niños que no paran de gritar y
dar saltos. Estás rodeado. Va a ser largo, sí. Sin embargo, como por arte de
magia, al abrir La calle Great Jones,
de Don DeLillo, el mareo desaparece. Te sumerges en la lectura y apenas das dos
o tres cabezadas. Llegas a Murcia siendo persona, pero al levantarte te das
cuenta que no puedes ni con tu alma. Te arrastras hasta el coche prometiéndote
no volver a repetir estas cosas.
En casa, R. te
ha preparado una sorpresa que no cuentas por pudor y que te despierta del todo.
Creías que estabas muerto, pero tu libido está por las nubes. Sucede en el
sofá. Es de los mejores que recuerdas. Después de tanto tiempo juntos, el sexo no
sólo no se ha resentido sino que cada vez es mejor. Es diferente, conocéis ya
de sobra el cuerpo del otro. Pero hay algo que sigue latente desde la primera
vez y que revive en cada momento. Algo secreto, oculto, invisible, que aparece
cuando menos te lo esperas y hace que sientas la necesidad imperiosa y urgente
de recorrer de nuevo ese lugar que ya habitas. No sabes cómo llamarlo. Amor,
claro. Pero hay algo más. Deseo. Animal, puro, sin destilar.
MARTES 19
Afectos.
Asistes en el
Espacio Pático a la presentación de El
verbo de hizo carne, el libro de relatos erótico-religiosos de Rubén
Castillo. Tienes pendiente leerlo. Después, os quedáis un rato hablando entre
amigos sobre arte y literatura. Se produce un pequeño momento de tensión que,
afortunadamente, acaba arreglándose al final. Te das cuenta de que ante la
cultura no puede uno posicionarse desde un punto de vista meramente racional. Es
como la vida; está construida a través de emociones y afectos. Y éstos son
delicados y sensibles.
JUEVES 21
Futuro.
Por la mañana,
conferencia de José Carlos Somoza sobre Shakespeare y la novela de suspense. La
disfrutas y aprendes. Somoza es uno de tus escritores favoritos. Es autor de
thrillers. Un autor best-seller, se podría decir. Pero su imaginación y su
capacidad para crear suspense y tensión es excepcional.
Por la tarde,
sigues con la literatura y acudes a la presentación de Edición anotada de la tristeza, el libro de poemas con el que José
Alcaraz ha ganado el Premio de Poesía Joven de RNE. Es un libro hermoso,
construido a través de grandes espacios en blanco y pequeñas notas al pie.
Recuerdas que su lectura fue sobrecogedora. La presentación también lo es. Y
acabas con la sensación de que quizá sea cierto eso de que Murcia es un lugar
de escritores. Están sucediendo muchas cosas. O quizá siempre han sucedido y
ahora tú les prestas más atención. Pero acabas teniendo claro que si algo no
está en crisis en esta región, eso es, sin duda, la literatura.
Después, en la
noche, la presentación de otra iniciativa más: AHARMUR, la asociación de
Historiadores del Arte que han iniciado unos jóvenes con ganas de hacer cosas.
Está claro: nadie se queda parado, la gente se mueve. Y esto es un signo de
esperanza. El futuro se construye así. Desde el presente, creando, haciéndose
ver, mostrando que seguimos vivos, que está surgiendo vida en medio de toda la
mierda que nos rodea. El futuro es ahora. En todas estas pequeñas grandes
cosas. Hay que comenzar a saber verlo.
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