Presente continuo 11
VIERNES
8
Tecnología.
Nuevo
teléfono. Llevabas algunos meses queriéndolo cambiar. Con las actualizaciones
continuas se había quedado demasiado lento y llegaba a desesperarte. El nuevo
es mucho más rápido. Una máquina fascinante.
La
tecnología te apasiona. Siempre te han atraído las maquinitas. Eres un geek. Lo
reconoces: te gustan todos los gadgets. Es un vicio, casi tanto como los
libros. Cuando piensas en todos los cachivaches electrónicos que has ido
teniendo a lo largo de los años, te ruborizas. Sobre todo porque ahora ya
ninguno sirve para nada. Cada dispositivo venía con una promesa de felicidad. Y
ninguno llegó a cumplirla del todo. Todos fueron sustituidos en la plenitud de
su vida. Obsolescencia programada. Caminos cortados, vidas posibles, cajones
llenos de sueños que no llegaron nunca a hacerse realidad.
SÁBADO
9
Gravedad.
Sientes
cierta culpabilidad por haber estado toda la noche con el nuevo juguete. Así
que te levantas temprano y te pones a escribir. Toda la mañana. Escribes
precisamente este diario, la parte publicada la semana pasada. Tenías que
haberlo enviado anoche, pero con el móvil te distrajiste y ahora vas con el
tiempo justo. Necesitas más de dos horas para escribirlo. Esta semana apenas
has podido sentarte frente al ordenador y ahora tienes que reconstruirlo todo a
partir de unas simples notas.
Después
de comer, en la hora de la siesta, ves el Madrid con L. en El Parlamento. Gana
el Madrid. Sin solución de continuidad, y antes de volver a casa, en un bar de
copas de Pérez Casas ves empatar al Murcia. Son las ocho de la tarde y te das
cuenta de que llevas varios gin-tonics encima. Has quedado con R. para ir al
cine a ver Gravity y L. dice que te
vas a marear entre el 3D y las copas. Pero no te mareas, no. Lo que sí ocurre
es que Gravity te enerva. Es una
película plana, sin historia, sin guión, sin profundidad emocional alguna. Es
pura superficie, efectismo burdo. Crees que funcionaría mejor como el vídeo
promocional de un planetario que como película. Imágenes impactantes, todas
construidas digitalmente. Pero ya está. Experiencia visual despojada de todo lo
demás. Y muy pretenciosa. Sales cabreado del cine. R. comparte tu indignación.
DOMINGO
10
Lo imposible.
Ves
las noticias del tifón de Filipinas y te quedas sin habla. Es imposible hacerse
cargo del número de víctimas. Lo inimaginable tiene lugar. Si lo pensaras
detenidamente te romperías por dentro. Quizá por eso no lo piensas, para seguir
escribiendo, para seguir leyendo, para seguir comiéndote los macarrones con
queso después de las imágenes que muestra el telediario. Unas imágenes que no
te afectan. Son tan inconcebibles que no es posible asumirlas. Al final del
telediario, sin embargo, vuelven a ponerlas. Esta vez, con música. Utilizan la
banda sonora de Lo imposible. Y la
realidad se convierte en una película. Es entonces cuando consiguen emocionarte.
Y te enfadas contigo mismo porque sabes que la emoción y el estremecimiento no
provienen de la realidad, sino de la ficción. Si ahora lloras con las imágenes
es porque la música conecta con un imaginario establecido de sensaciones y
emociones. El espectáculo sustituye lo real.
LUNES 11
Texto para un cuerpo.
Pasas
toda la mañana preparando el recital literario que tienes por la tarde en el
Zalacaín. Estás nervioso. Es tu primer recital. En alguna ocasión has leído
cuentos en público, pero ha sido siempre algo breve. Así que lo preparas a
conciencia. Quieres leer un poco de todo, desde tus primeros cuentos hasta
algún fragmento de la novela que estás escribiendo ahora. Y también hacer algo
diferente. Algo que escribiste ayer y llevas pensando unos días. Un texto para
un cuerpo. El jueves pasado, hablando sobre cómo colaborar con el colectivo La
Mano Robada, pensaste en que esa sería una buena manera de hacer algo juntos.
Un cuento-performance. M. ofreció su cuerpo como página en blanco. Y tú
aceptaste el reto.
Por
la tarde, antes del recital, pasas por la casa de los chicos de La mano robada
para guiarlos en la escritura y asegurarte de que vas a poder leer el texto.
J.I. comienza a escribir en el brazo de M. y, a las pocas palabras, te das
cuenta de que no entiendes del todo su letra. Será mejor que lo escribas
directamente. Esto no estaba planeado. Aun así, decirles hacerlo. Y lo que
sucede en ese momento es extraño. Aunque el cuento ya está pensado y escrito en
el papel, escribirlo sobre el cuerpo desnudo de M. es como volver a
materializarlo. Te sientes como una especie de copista medieval. Recuerdas
mientras escribes algunas escenas de The
Pillow Book, la película de Peter Greenaway en la que el cuerpo se convierte
en un libro. Y eso es para ti ahora el cuerpo de M., un libro. O mejor, un
cuaderno. Un cuaderno vivo que recorres con tu escritura. Ella está desnuda. Completamente.
Es joven. Muy bella. Su piel es suave. Sus pechos son hermosos. En otras
circunstancias probablemente estarías excitado. Sin embargo, cuando escribes, cuando
recorres su piel con tu escritura, cuando tienes que tocar sus pechos para
escribir en uno de sus pezones, cuando recorres su vientre o incluso cuando
tienes que arrodillarte frente a su pubis y posar tus manos sobre su sexo para
escribir en él, paradójicamente, te das cuenta de que tu libido ha sido
sublimada. Es un acto puro, despojado de toda sexualidad. Estás ante un cuerpo.
No un objeto, ni mucho menos. Sino un cuerpo que siente, lleno de vida. Un
cuerpo que respira. Ésa es la clave. Eso es lo que hace que la escritura tenga
sentido. Vida desnuda, intensa, natural, salvaje.
Más
tarde, cuando leas su cuerpo para finalizar el recital, de nuevo volverás a
sentir esa extraña neutralidad paradójica. Una sublimación absoluta. Un texto
que es un cuerpo. Un cuerpo que es un texto. Una escritura viva. Un acto de
belleza.
El
Zalacaín está lleno de amigos y también de gente que no conoces. Tus nervios
aumentan por momentos. Y un instante antes de ponerte frente al micrófono, tu
corazón comienza a palpitar con intensidad. Es raro, has dado más de doscientas
conferencias, has recorrido los espacios más variopintos y te has enfrentado a
todo tipo de público. Pero esta noche es diferente. No sabes por qué, pero lo
que sientes no se parece a nada que hayas experimentado antes. No es
exactamente nerviosismo. Y de eso te das cuenta en el momento en el que
comienzas a leer uno de los primeros cuentos que escribiste. Aumentan las
palpitaciones y notas cómo algo se mueve por dentro. A diferencia de lo que
ocurre con las conferencias, donde sientes que te vas gastando conforme
avanzas, ahora sientes todo lo contrario; es como si te estuvieses llenando de
energía. Imaginas entonces las palpitaciones como el parpadeo de la luz en el
cargador de una batería. Cuando acabas, estás pletórico. Es como un subidón de
una extraña droga de diseño.
Por
la noche no puedes dormir. Todo vibra. Tienes que hacer una meditación para
sacar de tu cuerpo la energía sobrante. Imaginas que sale por tu pecho, como
una explosión hacia el resto del mundo. Mientras lo haces, intentas saborear el
momento. Te gustaría retenerlo para siempre. Quisieras que fuera posible meter
algo de esto dentro de una cajita para poder rescatarlo en el futuro. Porque eres
consciente de que todo pasa y las cosas no van a ser así para siempre.
Precisamente por eso quieres detener el tiempo, apresar este instante de
absoluta felicidad. E intentas grabarlo a fuego en tu memoria. Para que cuando
las cosas sean diferentes puedas decirte: sí, ese día fue feliz, estuvo ahí,
existió.
MIÉRCOLES 13
Magma.
Presentación
de la Revista Magma en el Espacio Pático. No cabe un alma. Tienes que decir
unas palabras. Apenas tienes tiempo de preparar nada e improvisas sobre la
marcha. No es difícil esta vez. Sólo tienes que agradecer: agradecer que hayan
contado contigo, que existan iniciativas así, que la gente no se quede parada
en tiempos como estos, que nazca una plataforma para dar voz a la cultura en
Murcia, y que lo haga de esa manera, elegante, con estilo, con inteligencia,
como si fuera una revista cultural de Brooklyn. Larga vida a Magma, dices para
acabar. Y esperas que sea así.
JUEVES
14
Fin de fiesta.
Sales
temprano para Huesca. Haces escala en Madrid durante unas horas y aprovechas
para solicitar el visado chino. Al final te convencieron para viajar a Pekín.
Cuando llegas a Madrid no das crédito a lo que sucede con la basura. Lo habías
visto en la televisión, pero no podías imaginar que estaba por todas partes. La
sensación es extraña. Parece el día después de algo. Un día de resaca. El fin
de una fiesta bizarra.
Después,
comes con A. y, entre otras cosas, habláis precisamente de esa sensación de
post-festum. Reconoces que eres un afortunado habiendo nacido unos años antes,
cuando había oportunidades. Ahora ni siquiera habrías podido conseguir una
beca. Por muchas matrículas de honor que hubieras sacado. Porque ahora las
cosas son mucho más difíciles. Es el final de una fiesta. Es el día después. El
momento en el que todo ha comenzado a resquebrajarse.
A
las nueve llegas a Huesca. Está lejos. Hace frío. Mañana hablas sobre arte y
memoria. Estás cansado. Caes a la cama y te duermes sin leer.
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