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Las partículas elementales [y algo de Fringe, y de Amor, incluso]

Llevaba tiempo queriendo leer Las partículas elementales. Michel Houellebecq es un escritor que me atrae. No tanto por el sexo y el mal gusto del que hace gala, sino sobre todo por la inteligencia de sus planteamientos. Sus libros son tratados de sociología contemporánea. Pocos, creo, han sabido retratar mejor la crisis de valores de que sufre el hombre contemporáneo. Es, en el fondo, un moralista. De lo que he leído de él me gustó El mapa y el territorio, aunque sólo quizá por el tratamiento del mundo del arte. Y sobre todo Plataforma, que la considero una obra maestra, casi el Viaje al fin de la noche de nuestros días.

Las partículas elementales me ha gustado menos como novela. Creo que narrativamente funciona mucho peor que Plataforma –allí se notan los avances el oficio de escritor a la hora de plantear una trama más que un mosaico–. Aun así, como cartografía del fin de una era, Las partículas elementales es magistral. El fracaso del proyecto moderno en el ámbito de las emociones, la capitalización de las relaciones y el lado oscuro de la liberación sexual burguesa, que lleva a ciertos lugares que no son sino otra forma de intercambio de mercancías, en este caso, los cuerpos. Cuerpos que ya son sólo pura superficie deseante, pero sin interioridad, sin lugar de amarre.

Como he dicho muchas veces aquí, las lecturas no son autónomas, y la interpretación y la experiencia de las obras siempre depende de lo que uno tiene en la cabeza en ese momento. Curiosamente, he leído el libro mientras veía Amor, que comenté en el post anterior, y el final de Fringe –prometo un post sobre la serie en breve–. Y no he podido evitar relacionar cosas. Los tres textos –libro, película y serie– reflexionan sobre lo mismo: las emociones, en especial, el amor.

La película de Haneke, como comenté, plantea un último escenario de amor, de entrega al otro, cuando el cuerpo se resquebraja. Un resquebrajamiento y decadencia del cuerpo que es lo que, en el fondo, preocupa a Houellebecq. Y le preocupa porque, en el mundo que presenta Las partículas elementales, el cuerpo lo es todo; debajo no hay nada, ni tampoco alrededor. En ese mundo es impensable la entrega del protagonista de Amor. En ese mundo, aunque en alguna ocasión se atisba algún resquicio de relación, los vínculos sociales se han convertido en pura relación contractual. Y los cuerpos, en mercancías que se arreglan, se recauchutan –con la cirugía estética–, pero que cuando dejan de funcionar del todo, cuando ya no pueden ser arreglados para dar placer, se abandonan y dejan de tener un lugar en la lógica del sistema. Un sistema en el que las emociones son expulsadas.

Esa tensión entre cuerpo y emoción es la que plantea también Fringe, especialmente en las últimas temporadas, y sobre todo a raíz de la aparición de los observadores, seres humanos del futuro que han sido mejorados, acrecentando la razón, la rapidez, la potencia del cuerpo, pero sacrificando la emoción. Seres fríos, puramente racionales, que constituyen la perfección genética de la especie –de hecho, la anomalía es aquella que incorpora atisbos de emoción–.

El final de la novela Houellebecq, el epílogo en el que plantea el futuro de las investigaciones genéticas de uno de los protagonistas, abre la puerta a un futuro en el que los cuerpos serán mejorados por la ciencia. Pero esa mejora sobre todo habla de la posibilidad de convertir a los sujetos en cuerpos deseantes, absolutamente erotizados. Es curioso que en los observadores de Fringe el sexo se haya eliminado –incluso el género cabría decir, ya que no hay, o no se han visto, sujetos-mujer en esa nueva raza–. Es ahí donde los futuros de Las partículas elementales y de Fringe difieren radicalmente. Y donde, en cierto modo, aparece la "ingenuidad-Fox" de la serie y la perspicacia del libro Houellebecq. El sexo, el deseo, el placer... pueden ser las herramientas de capitalización y dominación de los cuerpos. El amor y la empatía desaparecerán, pero no a través del triunfo de la razón, sino de la biología, de una biología tuneada y modificada, tanto genéticamente como a través de la construcción de imaginarios de liberación.

No sé, quizá –seguro– todo esto no sean sino divagaciones a bote pronto que me surgen tras la lectura. Lo que está claro es que hay una serie de preocupaciones comunes. Y que todas ellas nos hablan de la reconfiguración de un sistema de creencias y modalidades de existencia. En un caso, como en Fringe, se aboga por la resistencia y la preservación de los valores; en otro, Las partículas elementales, se presenta el final y se proyecta un futuro de placer capitalizado; y por último, en Amor, el más complejo de todos, se muestra la convivencia y la tensión de esos dos mundos, de la imposibilidad –o la complejidad paradójica– de entrelazar dos sistemas de experiencia.

Me gustaría quedarme con Fringe y con su bendita ingenuidad. Pero me temo que nuestro mundo camina hacia algún lugar que se encuentra a medio camino entre el escenario de Amor y el de Las partículas elementales.

Comentarios

  1. Tu conclusión, por certera, da tanto miedo como algunos de tus relatos.

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  2. Y, a pesar de no seguir "Fringe" ni haber visto "Amor", creo que tienes toda la razón.

    Buen libro, aunque, creo, "El mapa y el territorio" lo supera ampliamente. A la espera de "Plataforma", creo que es lo mejor que he leido del francés.

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  3. me ha atrapado este escrito lo buscare. es muy interesante la vuelta que se da.

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