Fin de un sueño

En «La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica», Walter Benjamin observaba que las nuevas tecnologías de reproducción de la imagen –por mucho que acabasen con el aura de las obras de arte singulares– tenían un nuevo potencial democrático y emancipador que podía servir para que el pueblo accediera a una serie de experiencias, conocimientos y emociones que estaban reservados a unos pocos privilegiados. Ese potencial, sin embargo, como el propio Benjamin advirtió, llevaba también aparejado un gran peligro: la posibilidad de dominación y control de las masas a través, precisamente, de la democratización.

En efecto, el cine, la publicidad, las nuevas formas de cultura de masas… fueron utilizadas por los regímenes totalitarios como herramientas de identificación nacional –la manipulación nazi es un ejemplo–, pero también, y sobre todo, de manipulación, control, docilización y sumisión de los ciudadanos. Lo que observó Benjamin fue que la posibilidad de emancipación estaba siempre ligada al peligro del sometimiento. Aquello que nos puede hacer libres es también, al mismo tiempo, aquello que nos puede convertir totalmente en esclavos.

En estos días se está librando la batalla por la regulación de Internet. Un lugar que, como no podía ser de otro modo, está sujeto a esa doble lógica. Por un lado, nos encontramos con la utopía de un mundo común, de un lugar de acceso y comunicación de conocimientos más allá de toda frontera. Y, por otro, con la herramienta de control y sometimiento más precisa que se ha conocido. Si nada lo remedia, acabarán ganando los de siempre. Y, una vez más, la posibilidad emancipadora se convertirá en la condena a la monitorización. De nosotros depende que no desaparezca del todo ese sueño que, al menos en un principio, tuvo algo de realidad.

[Publicado en La Razón, 20/01/2012]

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