Mantra
Por fin, en varios días, logro sentarme de nuevo al ordenador algo más relajado. Aunque la actividad sigue siendo frenética, hoy, después de mucho tiempo, me encuentro con un día sin nada que entregar para el día siguiente. Julio todavía será un mes lleno de cosas todos los días y de textos y fechas límites para cumplir, pero al menos la inmediatez del "de un día para otro" se ha tomado un descanso por un momento. Siempre me lo monto fatal. Acabo una cosa y al día siguiente tengo que entregar la otra, y así sucesivamente, de modo que nunca tengo la tranquilidad de ponerme a hacer nada. Y el acostumbrarme a esa rutina, hace que los proyectos a más largo plazo vayan quedando siempre pospuestos. Está la novela, que nunca logro sentarme el tiempo necesario para darle el empujón que le falta; está el libro sobre Benjamin y las tecnologías de segunda mano, que también debería acabar ya; está también el libro sobre la noción de antivisión en el arte contemporáneo, que sólo me falta juntar los artículos ya publicados y darles una coherencia; y más cosas así que siguen estando en el estatus de proyectos. Pero los textos y las cosas de urgencia nunca me dejan sentarme con la tranquilidad necesaria.
Si todo va bien, este verano, este agosto, después de lograr acabar varias cosas aún por entregar, podré dedicarme de verdad a la novela y juntar también los textos para el libro sobre la antivisión. Y, también si todo va bien y algunas cosas se cumplen, durante el primer cuatrimestre, que me gustaría pasarlo en Estados Unidos, podré dedicarme, ya de una vez, a acabar el libro sobre Benjamin y las tecnologías obsoletas.
Como he hecho otros años –y alguno he cumplido–, me prometo, desde ya, cerrar el chiringuito de las cosas menores y de encargo. Hasta que no acabe lo que tengo entre manos, no acepto absolutamente nada más. Lo escribo aquí porque así al menos parece que, al hacerlo visible, le doy una cierta fuerza a las intenciones. Y lo mismo, hasta consigo creérmelo. Pero es fundamental. Nada más hasta que estén acabados esos proyectos. Nada más. Nada más. Nada más. Nada más. Nada más. Me lo repito a mí mismo porque sé de mi debilidad. Pero debo hacerlo. Voy a hacerlo. Sólo lo necesario, sólo lo necesario. Tengo que volver a la concentración del tiempo pasado en el Clark Institute. Trabajo serio y ninguna distracción. Distracción de trabajo, digo. De las otras, por supuesto que seguiré teniendo. Series, películas, cafés y copas. Vamos, lo que viene a ser vida, que a veces parece que a uno se le olvida.
Si todo va bien, este verano, este agosto, después de lograr acabar varias cosas aún por entregar, podré dedicarme de verdad a la novela y juntar también los textos para el libro sobre la antivisión. Y, también si todo va bien y algunas cosas se cumplen, durante el primer cuatrimestre, que me gustaría pasarlo en Estados Unidos, podré dedicarme, ya de una vez, a acabar el libro sobre Benjamin y las tecnologías obsoletas.
Como he hecho otros años –y alguno he cumplido–, me prometo, desde ya, cerrar el chiringuito de las cosas menores y de encargo. Hasta que no acabe lo que tengo entre manos, no acepto absolutamente nada más. Lo escribo aquí porque así al menos parece que, al hacerlo visible, le doy una cierta fuerza a las intenciones. Y lo mismo, hasta consigo creérmelo. Pero es fundamental. Nada más hasta que estén acabados esos proyectos. Nada más. Nada más. Nada más. Nada más. Nada más. Me lo repito a mí mismo porque sé de mi debilidad. Pero debo hacerlo. Voy a hacerlo. Sólo lo necesario, sólo lo necesario. Tengo que volver a la concentración del tiempo pasado en el Clark Institute. Trabajo serio y ninguna distracción. Distracción de trabajo, digo. De las otras, por supuesto que seguiré teniendo. Series, películas, cafés y copas. Vamos, lo que viene a ser vida, que a veces parece que a uno se le olvida.
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