Columna SalonKritik. Tiempo-cero/experiencia-cero.

[Originalmente en Salonkritik]

Toda producción cultural está sometida a una lógica del tiempo que le retira a medio plazo su fuerza transformadora, absorbida por el sistema general de organización de los mundos de vida –en tanto forma institucionalizada. […] Es necesario transformar radicalmente la forma contemporánea de la cultura si se pretende que recupere su poder simbólico, de organización y transformación de los mundos de vida. Es tarea del programa crítico combatir con todas las armas posibles el proceso de sistemática banalización y depotencialización simbólico de la cultura. -José Luis Brea.

Últimamente, se compara una y otra vez la literatura con las artes visuales. Este nuevo y remozado Ut pictura poesis está, sin duda, dando lugar a uno de los debates más fructíferos del panorama teórico contemporáneo. Partiendo de esa relación creciente, en este breve texto quisiera llevar el debate otro aspecto en el que la comparación que también podría resultar interesante: la experiencia de la lectura de la obra literaria y la experiencia de la contemplación de la obra visual. La tesis que me gustaría defender aquí, es que en el mundo contemporáneo estos dos niveles son totalmente incomparables, pues mientras que seguimos leyendo los libros, hemos dejado ya de contemplar –de leer– las obras de arte. Como digo, aún seguimos leyendo libros, entendiéndolos mejor o peor, pero completando un proceso de lectura que, por lo general, es el requerido por el autor. Aunque ninguna lectura satisface la expectativa del autor –y aquí deberíamos aludir a la estética de la recepción y a las nociones de lector ideal–, y aunque, por supuesto, cada lectura está condicionada por un contexto y una historia, y hay lecturas más informadas que otras; aunque todo esto ocurra en el ámbito de la literatura, hoy a nadie –a muy pocos, la verdad– se le ocurre decir que ha “leído” un libro, y menos hacer una crítica literaria, si tan sólo lo ha hojeado por encima. Esto, que no es sino de sentido común, apenas sucede en el ámbito de las artes visuales, donde el tiempo requerido para la contemplación de la obra es mayor que el tiempo del que muchas veces disponemos para verla.

En un mundo saturado de estímulos y actividad, como el presente, apenas hay tiempo para ver las obras de arte con el detenimiento y profundidad que sería necesario. Si uno lo piensa bien, la experiencia que tenemos en un museo, en una bienal, en una exposición de arte, se parece mucho más a la experiencia de hojear un libro que a la experiencia de leerlo. Llegamos a la exposición, deambulamos entre las obras y, con las mismas, salimos hacia otro lugar. Eso recuerda bastante a lo que uno hace en una librería ante la mesa de novedades. Mira la portada de un libro, lee el título, si le interesa algo, lee la contraportada y la solapa, en ocasiones incluso lo abre y lee la primera frase, y hasta puede llegar a leer un fragmento o alguna página que otra si dispone de tiempo. Esa experiencia ante el libro, por supuesto, no es la experiencia de la lectura. Si uno tiene verdadero interés en el libro, lo compra y lo lee en casa con tranquilidad. Lo que ocurre en gran parte de las exposiciones de arte contemporáneo –pero también de arte en general– es que ese segundo momento después de hojear el libro, el momento de lectura, no existe o progresivamente ha sido suprimido por un déficit de tiempo. Evidentemente, estamos ante diversos modos de existencia de los objetos –modos alográficos y autográficos en el sentido propuesto por Gerard Genette– y no podemos llevarnos la obra de arte a casa –aunque cada vez más esto sea puesto en cuestión con el vídeo y otros formatos artísticos en los que lo autográfico es ya apenas un residuo fantasmático de un tiempo que ya no es el nuestro–. Como digo, no se trata de que no leamos la obra porque no podamos llevarla a casa sino porque no tenemos tiempo material para hacerlo. Se ha comprobado de varias maneras que el tiempo medio que uno está ante una obra de arte no es superior a los dos minutos, llegando a los diez en los casos extremos, y al mero vistazo, la ojeada, en la mayoría de las ocasiones... Seguir Leyendo

Comentarios

  1. Nos encontramos entonces con una serie de artistas que más que escribir libros –por seguir utilizando la metáfora literaria– lo que hacen es producir el objeto libro: una portada atrayente, solapas con biografía y contexto de la colección en la que se insertan, y contraportadas con un discurso claramente localizable y, si acaso, una primera frase en la primera página, por si alguien dispone de un tiempo extra y sostiene el libro en las manos –y, por supuesto, con un precio, no vaya a ser que a alguien se le vaya a ocurrir comprar–.

    ¿Y acaso no es eso lo que hacen hoy muchos escritores, producir objetos libro? Es más, ¿acaso no es eso lo que esperan muchos lectores?

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  2. Y respecto a las artes visuales, una sugerencia. O una petición. O ambas cosas: tal vez sería posible que alguien con conocimientos, experiencia, sentido crítico y tiempo (por ejemplo, digamos... tú en lo que se refiere a Manifesta 8) indicase a los profanos y muy profanos (entre los que me cuento) dónde ir, qué mirar y cómo entender. En definitiva, cómo podemos aprovechar la ocasión. Porque estarás de acuerdo conmigo en que si tú te ves obligado a hojear, un profano ni siquiera sabe el idioma en el que está escrito el libro, o si lo está cogiendo del derecho o del revés. Y como es bien sabido por todos, ir para nada es tontería

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  3. Querido Leandro. Te tomo el comentario y prometo, en breve, dar indicaciones. Te comprendo perfectamente, y por eso decía yo lo de ir a las visitas guiadas de Manifesta, porque es algo de lo que se aprende.
    De todos modos, y como recomendación primera: no te pierdas lo que hay en el edificio de correos. Especialmente sube a la segunda planta y adéntrate en la habitación con la obra de ann veronica jansens. Una vez perdido el sentido, degusta con placer una de las obras más bellas (e inteligentes) que he visto en los últimos años, la de Jasper Rigole, también en la segunda planta. Con eso, y con las risas que puedes echar después de ver el vídeo de Common Culture, también en la segunda planta, ya se puede ir uno tranquilo a casa habiendo tenido una experiencia estética más que aceptable.

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