Leer, perder la memoria
Últimamente no hago sino perder la memoria. Creo que la mezcla de la pulsión lectora de estos días con el insoportable calor murciano (que no hay humano que lo resista) me está achicharrando las neuronas. Si viajar es perder países, o teorías (como diría Vila-Matas), leer es perder memorias, o al menos para mí, ahora, en estos días. En estos días en los que pierdo el reloj, las llaves, los bolígrafos, las cartas, el dinero... En estos días en los que por las mañanas me enjabono y me aclaro en la ducha varias veces (cinco es mi record, aunque nunca puedo recordarlo) sin darme cuenta de ello. También me dejo el frigorífico abierto, el ordenador encendido, las luces del coche encendidas o las llaves de la moto puestas. Esto último ya me ha pasado en más de una ocasión y, milagrosamente, no ha habido consecuencias. Aunque lo de esta vez más grave: la moto, nuevecita y aparente, toda la noche, en plena calle, con las llaves en el contacto, a la vista de todos. Demasiado fácil, seguro que han pensado los ladrones. Y no se han atrevido a montarse, arrancar y salir corriendo.
Me está pasando como al Nathan Zuckerman de Sale el espectro (la magnífica novela de Philip Roth que acabo de leer y disfrutar), que tiene vacíos de memoria y necesita escribir para recordar. Espero que la cosa no vaya a más y que el alzheimer me respete al menos hasta la vejez. De lo contrario, me veré en breve como el protagonista de Memento, la película de Christopher Nolan, escribiéndome en el cuerpo cuál es mi coche y lo que debo hacer cada mañana, o como Michael Scofield, el hermano listo de Prison Break, tatuándome en la espalda el plano de la prisión de Fox River (en mi caso, el del Mercadona de Ronda Sur). Y siguiendo por ese camino, no sería descabellado acabar como Jerome, el personaje de Ewan McGregor en The Pillow Book, convirtiendo todo mi cuerpo en un libro donde escribirme todos los días. El libro de la memoria. Superficie, al menos, no me faltaría. Un Moleskine XXL. Eso así, algo agrietado, desvencijado y con las hojas amarillentas.
Me está pasando como al Nathan Zuckerman de Sale el espectro (la magnífica novela de Philip Roth que acabo de leer y disfrutar), que tiene vacíos de memoria y necesita escribir para recordar. Espero que la cosa no vaya a más y que el alzheimer me respete al menos hasta la vejez. De lo contrario, me veré en breve como el protagonista de Memento, la película de Christopher Nolan, escribiéndome en el cuerpo cuál es mi coche y lo que debo hacer cada mañana, o como Michael Scofield, el hermano listo de Prison Break, tatuándome en la espalda el plano de la prisión de Fox River (en mi caso, el del Mercadona de Ronda Sur). Y siguiendo por ese camino, no sería descabellado acabar como Jerome, el personaje de Ewan McGregor en The Pillow Book, convirtiendo todo mi cuerpo en un libro donde escribirme todos los días. El libro de la memoria. Superficie, al menos, no me faltaría. Un Moleskine XXL. Eso así, algo agrietado, desvencijado y con las hojas amarillentas.
Pues según en qué páginas de ese cuaderno, habría que pensar muy bien lo que se va a escribir
ResponderEliminarTranquilo M A que todos tenemos lagunas, si te tatuas el plano de todos los mercadonas que hay en Murcia te va a faltar piel en el cuerpo....
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