El otro momento es ahora
La verdad es que esto ya va a ser vicio. No puedo dejar de leer. He emprendido una batalla contra la estantería y estoy poco a poco poniéndome al día de todo aquello que dejé para otro momento. Parece que ese "otro momento" es ahora. Por primera vez en tiempo soy consciente de que he vuelto a por algo que dejé para más adelante. Por lo general esas cosas se quedan ahí para siempre y uno ya no vuelve, sino que sigue acumulando libros para un momento futuro que nunca llega. Pero esta vez, y haciendo un esfuerzo terrible de contención (aunque es cierto que sigo comprando libros este verano, pero me engancho enseguida con ellos), voy leyendo lo ya adquirido, eso que me miraba impaciente desde la estantería.
De este modo, tras acabar la tríada del post anterior, he vuelto brevemente a Paul Auster, y he leído Mr. Vértigo, regalado por una buena amiga que ahora lo está pasando mal. Ese volver a Auster ha sido como un volver a los orígenes, sobre todo porque Mr. Vértigo es aún una historia memorable, una de esas que catapultó a Auster a la cima de la literatura.
Después de Auster, tenía aún algún librito de Mario Bellatin que no había leído. Así que había que continuar la racha de lectura y acabar todo lo que haya salido de la pluma de este escritor. Bellatin es uno de los grandes. El año pasado tuve la oportunidad de estar con él en un taller literario breve y creo que no he disfrutado escribiendo así (y siendo corregido constantemente) en mucho tiempo.
Y tras Bellatin, me tocaba leer el último libro de relatos de Gonçalo Tavares, Agua, perro, caballo, cabeza, publicado por Xordica. Mira que me gusta Tavares (ya lo decía en el post anterior), pero este libro me ha superado. La abstracción de gran parte de los relatos y su carga excesivamente personal me han dejado fuera del texto en la mayoría de los casos. Confieso que no he llegado a entenderlo del todo o que no he tenido las fuerzas y el coraje como para detenerme el tiempo suficiente para saborearlo como hubiera sido necesario.
Y por último, después de lo anterior, me he metido un poquito con Aire Nuestro, de Manuel Vilas (Alfaguara), que también me esperaba desde el año pasado. Es un experimento realmente interesante, con un humor inteligente y penetrante que no deja títere con cabeza. Pero no he podido disfrutarlo como se merece. Es problema mío. No sé lo que me pasa con el humor. No logro hacerme con él en la literatura. Aunque a veces no lo parezca, los que me conocen saben que soy una persona chistosa y que el humor es una de mis pasiones. Sin embargo, por alguna razón no me van los libros de humor. Si los leo muy de vez en cuando es simplemente por saber cómo va la cosa. Pero no es mi plato. En cambio, me fascina el drama, la tragedia, el terror, el regodeo en la miseria humana. No sé por qué será.
Anoche, antes de irme a la cama, agarré Mariana y los comanches, de Ednodio Quintero (Candaya). Sólo quería echarle un vistazo, para ver si hoy podía comenzar a leerlo. Pero fue abrirlo y leer de un tirón más de cien páginas. Quintero es otro de los descubrimientos del verano. Lo tenía ya tiempo en el punto de mira, sobre todo después de las recomendaciones de Villoro y Vila-Matas. Pero, de nuevo, no había encontrado el momento para ponerme. Afortunadamente, ese otro momento incierto que nunca llega por fin ha llegado.
De este modo, tras acabar la tríada del post anterior, he vuelto brevemente a Paul Auster, y he leído Mr. Vértigo, regalado por una buena amiga que ahora lo está pasando mal. Ese volver a Auster ha sido como un volver a los orígenes, sobre todo porque Mr. Vértigo es aún una historia memorable, una de esas que catapultó a Auster a la cima de la literatura.
Después de Auster, tenía aún algún librito de Mario Bellatin que no había leído. Así que había que continuar la racha de lectura y acabar todo lo que haya salido de la pluma de este escritor. Bellatin es uno de los grandes. El año pasado tuve la oportunidad de estar con él en un taller literario breve y creo que no he disfrutado escribiendo así (y siendo corregido constantemente) en mucho tiempo.
Y tras Bellatin, me tocaba leer el último libro de relatos de Gonçalo Tavares, Agua, perro, caballo, cabeza, publicado por Xordica. Mira que me gusta Tavares (ya lo decía en el post anterior), pero este libro me ha superado. La abstracción de gran parte de los relatos y su carga excesivamente personal me han dejado fuera del texto en la mayoría de los casos. Confieso que no he llegado a entenderlo del todo o que no he tenido las fuerzas y el coraje como para detenerme el tiempo suficiente para saborearlo como hubiera sido necesario.
Y por último, después de lo anterior, me he metido un poquito con Aire Nuestro, de Manuel Vilas (Alfaguara), que también me esperaba desde el año pasado. Es un experimento realmente interesante, con un humor inteligente y penetrante que no deja títere con cabeza. Pero no he podido disfrutarlo como se merece. Es problema mío. No sé lo que me pasa con el humor. No logro hacerme con él en la literatura. Aunque a veces no lo parezca, los que me conocen saben que soy una persona chistosa y que el humor es una de mis pasiones. Sin embargo, por alguna razón no me van los libros de humor. Si los leo muy de vez en cuando es simplemente por saber cómo va la cosa. Pero no es mi plato. En cambio, me fascina el drama, la tragedia, el terror, el regodeo en la miseria humana. No sé por qué será.
Anoche, antes de irme a la cama, agarré Mariana y los comanches, de Ednodio Quintero (Candaya). Sólo quería echarle un vistazo, para ver si hoy podía comenzar a leerlo. Pero fue abrirlo y leer de un tirón más de cien páginas. Quintero es otro de los descubrimientos del verano. Lo tenía ya tiempo en el punto de mira, sobre todo después de las recomendaciones de Villoro y Vila-Matas. Pero, de nuevo, no había encontrado el momento para ponerme. Afortunadamente, ese otro momento incierto que nunca llega por fin ha llegado.
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