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Propósitos presentes

El comentario de Emilio me da la excusa perfecta para el último post del año. Como bien dice Emilio, igual que las pastillas de sacarina, el tiempo, que a veces creemos infinito, también tiene su fin, al menos lo tiene para nosotros. Supongo que hay un momento en el que uno siente que se le va de las manos y que ya no hay manera de dejar las cosas para otro momento, porque comenzamos a desconfiar de que los momentos vuelvan a nosotros.

Uno acumula cosas por hacer que al final nunca realiza del todo. Así que los fines de año se llenan de buenos propósitos. El 31 de diciembre es la fecha para soñar en el cambio, en que las cosas pueden comenzar a ir mejor. Esta vez, como Emilio, yo tampoco he hecho propósitos para el año nuevo. Aunque sea por motivos diferentes, ni siquiera me había puesto a pensar en que cambiamos de década. Por lo general uno piensa en lo que no ha sido o en lo que está por venir. Yo suelo ser muy melancólico, y el pasado siempre irrumpe. Me acuerdo de mis padres y de todos los que ya no están. Supongo que conforme uno se hace mayor, la gente comienza a no estar. Otras veces, insatisfecho con el presente, pienso en lo que vendrá, en lo que ocurrirá.

Pero esta vez, como digo, no hecho propósitos. Y no porque esté desesperanzado, sino porque, como he comentado en algún post anterior, he empezado a saborear la vida más en el presente que en el futuro. A lo largo de este año he recuperado la vida. Después de un tiempo en el que me he dejado la piel trabajando, he frenado algo el ritmo, pero sobre todo he aprendido a dar a las cosas su justa importancia. He seguido produciendo, trabajando como el que más, pero sabiendo el lugar que ocupa cada cosa.

El futuro está lleno de cosas por venir, es cierto. Quedan libros a medio escribir, otros ya escritos por ver la luz, otros que aún ni siquiera se me han ocurrido, queda la ilusión de dedicarle más tiempo a la música, queda la experiencia americana… pero queda, sobre todo, seguir viviendo como hasta ahora. No pido más. Ni menos. Virgencica, que me quede como estoy. Y no es resignación, sino algo muy diferente. Siento que se han cumplido mis deseos. Evidentemente, hay mucho por hacer. Tengo treinta y dos años. Como quien dice, estoy empezando en esto. Pero tengo la sensación de que esto es lo que había venido a hacer aquí.

Como buen lacaniano, estoy convencido de que goce absoluto nunca se puede satisface del todo, el deseo nunca se puede cumplir. Ser consciente de esto es lo único que nos acerca la felicidad, la toma de conciencia de que lo único que podemos hacer es acercarnos, nunca llegar del todo. Esto es en el fondo como el juego de la petanca, gana el que más cerca se queda.

La felicidad es un vacío inaccesible. Perdemos la vida entera intentando entrar dentro de ese vacío. Y eso nos crea ansiedades y frustración. Pero nunca valoramos el lugar en el que estamos. A veces estamos cerca, pero queremos estar aún más. Luego nos pasamos y valoramos aquella cercanía primera como algo que se aproximaba a lo que buscábamos. Y es que el goce, como la felicidad, sólo se consigue a toro pasado. Sólo después nos damos cuenta de que antes habíamos sido felices.

Como ya he dicho, este año (y sin haberlo buscado demasiado) me ha enseñado cómo dar importancia a lo que uno tiene cerca. Así que lo escribo para algún día recordarlo. El 31 de diciembre de 2009 estuve cerca de la felicidad.

Y no temo que todo esto se vaya al traste. Estoy seguro que así sucederá. Nada es eterno. Por eso hay que disfrutar de lo que se ha logrado. Ser consciente de la fugacidad de las cosas es lo único que nos hace valorarlas en su justa medida.

La clave está en buscar el equilibrio.

Debemos ser justos con los que ya no están, con los que lo dieron todo para que uno esté donde está, recordarlos como se merecen, honrarlos, pero no vivir en el pasado, sino transmutar el pasado en el presente, incorporarlo, transustanciarlo, hacer que cada acción de nuestra vida tenga un sentido, que las cosas que hagamos merezcan la pena. Eso es hacer justicia con la memoria.

Pero también el futuro debe estar en el presente. Proyectarnos hacia el tiempo venidero es la única manera de no quedarnos anclados en el mismo lugar. Evolucionar, cambiar, mutar. Pero no a través de algo que está por venir y que desconocemos totalmente, sino por medio de lo que ya tenemos. La clave está en pensar en que el futuro está aquí, en la punta de nuestra lengua, en las yemas de nuestras manos. No es algo inaccesible, sino una potencia de nuestro presente. El equilibrio, por tanto, está en saber que todo está condensado en el aquí y ahora.

Aquí y ahora somos pasado, y aquí y ahora somos futuro. Por eso esta noche vieja no se me ha llenado la mente de propósitos para el año que entra, ni tampoco se me han llenado los ojos de lágrimas por los que no están (ya he llorado bastante). De algún modo, ellos están aquí y ahora, en lo que hago, en lo que escribo, en lo que pienso, en lo que soy.

Quizá a más de uno esto le parezca un rollo a medio camino entre la autoayuda y el New Age baratero. Es posible. No me importa. A lo mejor es que no hay más. En cualquier caso, es lo que ahora pienso. Y si lo escribo es porque quizá, en un futuro lejano, cuando ya ni me reconozca, pueda venir aquí a saber que un día estuve cerca de la felicidad.

Comentarios

  1. Yo tengo treinta y cinco y a veces me pregunto a qué narices estoy esperando para hacer algunas cosas.

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  2. Pues los dos están en la que será la mejor década de sus vidas. Disfrútenla. Felicidades.

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  3. Como jugar a las siete y media, dicho sea con el máximo respeto que me merece todo aquél que ni no llega, ni se pasa. Porque ya sabemos que las siete y media es un juego vil que no hay que jugarlo a ciegas, pues juegas cien veces, mil, y de las mil ves, febril, que o te pasas o no llegas; y el no llegar da dolor
    porque indica que mal tasas, pero ay de ti si te pasas, si te pasas es peor.

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  4. Como te dije con "Bodas de madera" me he vuelto a emocionar. Ojalá pueda, como dices, saborear más el presente y no pensar tanto en el futuro.

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