Noche comunal
La cosa tuvo su aquél. Aunque no estaba en mi mejor momento, al final el resultado fue más o menos digno. La verdad es que tocar después de un músico de verdad, me producía más que respeto. Pero como se ve que a esas horas la vergüenza se disipa, me puse manos a la obra como si tal cosa. Eso sí, advertí a los presentes que podían hacer de todo menos escucharme (hablar, mirar las imágenes, comer). La música debía tener el estatus de ruido de fondo. Y la verdad es que se lo tomaron en serio. Me atrevería a decir que demasiado en serio. No sé si alguien llegó a escucharme tocar. Pero el caso es que eso fue lo que me liberó para soltarme. Cuando fui consciente de que todos estaban "a lo suyo", me pude poner "a lo mío". Y creo que la cosa se me fue incluso un poco de madre. Tanto, que estoy convencido de que tuve la culpa de la accidental clausura del evento. Esto merecería un post especial, pero adelanto aquí algo.
Después de mi actuación, llegó el turno de la guitarra eléctrica. Y al poco de comenzar, entró en medio de la sala un señor con la mirada inyectada en sangre, cagándose en todo lo cagable y amenazando con "romperlo todo" si la música no paraba enseguida. Eran las doce y cuarto de la noche. Un viernes de diciembre. Vamos, que tampoco la cosa era para tanto. Además, la música que se estaba tocando en ese momento era relativamente agradable. Pero al individuo en cuestión, con pinta de bacala que se preparaba para comenzar la ruta, le pareció que aquello era intolerable. Y en lugar de llamar a la policía o pedir educadamente que se moderase el volumen de la música, le echó más cojones que Manolete y se plantó en medio de más de treinta personas amenazando con ahostiar al que le hiciera la contra. Una chica casi se busca la ruina al preguntarle con sorna si aquello era una performance. No estaba, ciertamente, la cosa para bromas. Así que se decidió que había que cerrar el chiringuito.
La verdad es que no encuentro otra forma mejor de acabar este tipo de eventos. Ahora bien, lo mejor fue sin duda su comentario del final. Mirando con desprecio al personal, al salir por la puerta airoso tras haber puesto orden en aquel sindiós artístico, al susodicho en cuestión no se le ocurrió otra cosa que decir: "putos hippies". A muchos se les saltaron las lágrimas. A algunos de risa, a la mayoría de nostalgia.
Después de mi actuación, llegó el turno de la guitarra eléctrica. Y al poco de comenzar, entró en medio de la sala un señor con la mirada inyectada en sangre, cagándose en todo lo cagable y amenazando con "romperlo todo" si la música no paraba enseguida. Eran las doce y cuarto de la noche. Un viernes de diciembre. Vamos, que tampoco la cosa era para tanto. Además, la música que se estaba tocando en ese momento era relativamente agradable. Pero al individuo en cuestión, con pinta de bacala que se preparaba para comenzar la ruta, le pareció que aquello era intolerable. Y en lugar de llamar a la policía o pedir educadamente que se moderase el volumen de la música, le echó más cojones que Manolete y se plantó en medio de más de treinta personas amenazando con ahostiar al que le hiciera la contra. Una chica casi se busca la ruina al preguntarle con sorna si aquello era una performance. No estaba, ciertamente, la cosa para bromas. Así que se decidió que había que cerrar el chiringuito.
La verdad es que no encuentro otra forma mejor de acabar este tipo de eventos. Ahora bien, lo mejor fue sin duda su comentario del final. Mirando con desprecio al personal, al salir por la puerta airoso tras haber puesto orden en aquel sindiós artístico, al susodicho en cuestión no se le ocurrió otra cosa que decir: "putos hippies". A muchos se les saltaron las lágrimas. A algunos de risa, a la mayoría de nostalgia.
Impagable
ResponderEliminarHola, mi queridísimo amigo virtual. Qué rabia vernos siempre con estas prisas. Pues nada, que Feliz Navidad y, con permiso de Athena, decirle que está usted muy guapo. Besos y un abrazo fuerte para los dos.
ResponderEliminarQuerida Wunderk, muchas gracias por los piropos. Lo mismo le digo. La verdad es que siempre vamos apresuperados en el mundo real. Pero menos mal que tenemos nuestros avatares particulares. Muchos abrazos.
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