Celebración
Después de pasar el fin de semana recluido (con la excepción del tránsito al cementerio), logro acabar el texto sobre Carlos Schwartz para la exposición del TEA. De nuevo, me dejo muchas cosas en el tintero, pero al menos esbozo una serie de intuiciones sobre la cuestión de la luz en el arte contemporáneo, algo que siempre me había interesado. Nada más enviarlo, entro en la página de la ANECA y compruebo que mi acreditación como contratado doctor es positiva. Otra cosa hecha.
Para celebrarlo, después de hablar dos horas seguidas en clase sobre los burdeles y el mundo de la noche, me meto a la librería sin rumbo fijo, es decir, del peor modo posible, porque todo es apetecible. Y es de esta manera que he vuelto a casa repleto de material para las próximas semanas. Entre las cosas que han caído: Pensar la muerte, de Jankélevich; Teoría de la imagen, de W.J.T. Mitchell; La mirada social, de Alain Tourane; y Cómo saborear un cuadro, de Victor Stoichita. Eso y, por supuesto, Aire nuestro, la última novela de Manuel Vilas. No sé si podré esperar a hincarle el diente. Y es que sobre la mesita de noche, en ámbito novelas, ya no cabe nadie más. Está Fernández Mallo y su Nocilla Lab, Enodio Quintero y Mariana y los comanches. Y, además, todo el cargamento de libros de relatos que compré en la SELIN de Blanca. Creo que con eso me voy a plantar por una temporadita. Espero acabarlo todo antes de irme a USA, donde intentaré no llevarme una sola letra en español, aunque la lengua de Cervantes sea hoy la segunda más hablada del mundo.
Para celebrarlo, después de hablar dos horas seguidas en clase sobre los burdeles y el mundo de la noche, me meto a la librería sin rumbo fijo, es decir, del peor modo posible, porque todo es apetecible. Y es de esta manera que he vuelto a casa repleto de material para las próximas semanas. Entre las cosas que han caído: Pensar la muerte, de Jankélevich; Teoría de la imagen, de W.J.T. Mitchell; La mirada social, de Alain Tourane; y Cómo saborear un cuadro, de Victor Stoichita. Eso y, por supuesto, Aire nuestro, la última novela de Manuel Vilas. No sé si podré esperar a hincarle el diente. Y es que sobre la mesita de noche, en ámbito novelas, ya no cabe nadie más. Está Fernández Mallo y su Nocilla Lab, Enodio Quintero y Mariana y los comanches. Y, además, todo el cargamento de libros de relatos que compré en la SELIN de Blanca. Creo que con eso me voy a plantar por una temporadita. Espero acabarlo todo antes de irme a USA, donde intentaré no llevarme una sola letra en español, aunque la lengua de Cervantes sea hoy la segunda más hablada del mundo.
De la luz en el arte contemporáneo a los burdeles y el mundo de la noche, sin solución de continuidad. Está claro: hay muchas clases de luz
ResponderEliminarEs verdad que hay muchas clases de luz...A mí me interesa la influencia del arte en la estética luminosa de los puticlubs de carretera, en los que se ha pasado primero por una fase cinematográfica por la influencia obvia de Spielberg y las luces del ovni de "Encuentros en la tercera fase"; con lo que en cierto modo el contacto sexual tenía la conotación de algo más allá de lo conocido, algo de otra galaxia o de tierras desconocidas (tal vez haciendo referencia subliminar a la extranjería de las meretrices). Tras este periodo galáctico los clubes de repente sufrieron una transformación que les llevó a seguir una estética Dan Flavin como si ya -acostumbrados a lo extranjero y lejano- necesitáramos de una luz distinta para ver con cierto deseo aquello que ya nos es familiar.
ResponderEliminarPor cierto Miguel Angel el libro de Stoichita que comencé a devorar anoche es -como todo lo suyo- delicatessen fino.
Javier