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Propiedad intelectual II

Ya he hablado aquí en más de una ocasión de ese “ente” llamado SGAE y de sus “impagables” actuaciones. No quisiera repetirme, pero es que me lo ponen en bandeja. Desde hace unas semanas, esta sociedad defensora del buen uso de la cultura y de los derechos de los productores de capital simbólico, está intentado hacer pagar unas decenas de miles de euros a los ayuntamientos de Zalamea y de Fuente Obejuna (sí, con "b", aunque suene mal). ¿El motivo? Por supuesto, la representaciones de El Alcalde de Zalamea y Fuenteovejuna. Después de colarse en bodas y celebraciones privadas, esta es una de las actuaciones más rastreras que uno pueda imaginar. Lo que ocurre es que aquí, evidentemente, es que los autores no son los que cobran. El dinero no es para adecentar las tumbas o la memoria de Calderón y Lope. Ni mucho menos. Aquí el que quiere cobrar es el adaptador, es decir, el que ha “tuneado” la obra. Hay que pagar la originalidad del versionador. Vamos, lo último que nos quedaba por escuchar.

La verdad es que uno lo piensa y se enciende. Si la SGAE hubiese existido en el pasado, habría acabado sin lugar a dudas con la historia de la cultura occidental. Una historia que lejos de sustentarse sobre la originalidad, ha estado basada en la copia y la versión. Las grandes pinturas, como las canciones o las obras teatrales se versionaban y rehacían hasta la saciedad. Sólo de esa manera pudieron darse a conocer y pasar a la posteridad. Ya los antiguos sabían que creer en la originalidad de las ideas es el pensamiento más zafio e ingenuo de todos cuanto pasan por la mente. Y es que la creación nunca es “ex-nihilo”. Mientras no aceptemos esto, aquí seguirá cobrando hasta el claquetista.

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