Vivir-entre
Salgo hacia Ámsterdam en un viaje relámpago. Es una ciudad que me fascina, y una vez más el destino me conduce hacia allí. Ahora serán apenas dos días. Dos días intensos de reuniones para elegir la lista de candidatos al comisariado de Manifesta. No tendré tiempo de nada más. Eso sí, sacaré un ratito para visitar a Mieke Bal y acabar definitivamente la redacción de nuestro libro sobre la estéticas migratorias, y también para darle un repaso rápido a Atheneun, la librería con más encanto de la ciudad.
Lo peor de este tipo de viajes es que interrumpen el flujo de trabajo. Llegan siempre, como todos los viajes, cuando uno está más concentrado en lo que hace. Esto es siempre así, se mire por donde se mire. La nueva condición del viaje es la de la interrupción. Tengo que aprender a llevarlo mejor. De lo contrario, corro el peligro de vivir sólo en el "entre-viaje". Y la cosa se irá salvando mientras haya un "entre". Lo peor es que a veces ni siquiera existe ese espacio del intervalo. Y no porque uno esté todo el tiempo viajando, sino porque cuando se regresa uno no acaba de llegar del todo.
Lo peor de este tipo de viajes es que interrumpen el flujo de trabajo. Llegan siempre, como todos los viajes, cuando uno está más concentrado en lo que hace. Esto es siempre así, se mire por donde se mire. La nueva condición del viaje es la de la interrupción. Tengo que aprender a llevarlo mejor. De lo contrario, corro el peligro de vivir sólo en el "entre-viaje". Y la cosa se irá salvando mientras haya un "entre". Lo peor es que a veces ni siquiera existe ese espacio del intervalo. Y no porque uno esté todo el tiempo viajando, sino porque cuando se regresa uno no acaba de llegar del todo.
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