Sí o no
Día cansado, pero productivo. Conozco de nuevo a gente interesante. Y, para variar, me meto en más líos de la cuenta. No sé decir que no. Sin comerlo ni beberlo, me ha salido más trabajo para el año que viene. Me lo monto fatal. Al final siempre acabo cayendo. Tengo que comenzar a mirármelo. Sobre todo porque ese no decir no a veces me lleva a lugares de los que dificilmente puedo salir. Callejones estrechos de los que me las veo negras para escapar. Y cuando la cosa es de trabajo, todavía es pasable. Pero cuando se sale de madre, las consecuencias pueden ser funestas.
Lo he dicho en más de una ocasión, tengo que aprender de Bartleby. I would prefer not to. Pero a veces me entra el mal de Montano, y no puedo parar de decir que sí. Sí a lo que sea. Me entra la pulsión afirmativa y me recuerdo al protagonista de Di que sí, esa horrosa película en la que Jim Carrey, que a todo decía que no, comienza a decir que sí y le cambia la vida. Le cambia para bien, llevándolo por caminos inesperados, sorprendentes y esperanzadores. El poder del sí. Yo estoy a medio camino entre una cosa y la otra. Quisiera decir que no, pero me sale lo contrario. Pero, pensándolo bien, tampoco está tan mal. Si lo digo será porque en el fondo lo deseo. Por decir que sí, como he escrito, a veces me meto en berenjenales de los que me cuesta trabajo salir. Pero otras veces descubro cosas que jamás había imaginado.
Por decir que sí me las he visto tocando el órgano en una iglesia con una escolanía, escribiendo un guión para una película de animación sobre una secta egipcia, componiendo la melodía de un festival de cine, montando una ruta turística en bicicleta por la huerta de Murcia o dando conferencias sobre lo todo lo habido y por haber. Y esto no es ni siquiera significativo de los marrones varios a los que me lleva el sí. Es una parte de lo que puedo contar. De lo otro prefiero no hablar. Y es que digo que sí a todo lo que se me presenta. Me gusta demasiado probar las cosas que me ofrece la vida y el azar. A veces me la pego de bruces. Otras me sale mejor. Pero, qué queréis que os diga, merece la pena el riesgo. Lo cierto, en cualquier caso, es que no me arrepiento de una sola de las experiencias del sí. Volvería a decir que sí a todo. Al final siempre se aprende algo. Eso al menos es lo que me digo, o lo quiero escuchar.
Lo he dicho en más de una ocasión, tengo que aprender de Bartleby. I would prefer not to. Pero a veces me entra el mal de Montano, y no puedo parar de decir que sí. Sí a lo que sea. Me entra la pulsión afirmativa y me recuerdo al protagonista de Di que sí, esa horrosa película en la que Jim Carrey, que a todo decía que no, comienza a decir que sí y le cambia la vida. Le cambia para bien, llevándolo por caminos inesperados, sorprendentes y esperanzadores. El poder del sí. Yo estoy a medio camino entre una cosa y la otra. Quisiera decir que no, pero me sale lo contrario. Pero, pensándolo bien, tampoco está tan mal. Si lo digo será porque en el fondo lo deseo. Por decir que sí, como he escrito, a veces me meto en berenjenales de los que me cuesta trabajo salir. Pero otras veces descubro cosas que jamás había imaginado.
Por decir que sí me las he visto tocando el órgano en una iglesia con una escolanía, escribiendo un guión para una película de animación sobre una secta egipcia, componiendo la melodía de un festival de cine, montando una ruta turística en bicicleta por la huerta de Murcia o dando conferencias sobre lo todo lo habido y por haber. Y esto no es ni siquiera significativo de los marrones varios a los que me lleva el sí. Es una parte de lo que puedo contar. De lo otro prefiero no hablar. Y es que digo que sí a todo lo que se me presenta. Me gusta demasiado probar las cosas que me ofrece la vida y el azar. A veces me la pego de bruces. Otras me sale mejor. Pero, qué queréis que os diga, merece la pena el riesgo. Lo cierto, en cualquier caso, es que no me arrepiento de una sola de las experiencias del sí. Volvería a decir que sí a todo. Al final siempre se aprende algo. Eso al menos es lo que me digo, o lo quiero escuchar.
Menos mal que no se le ocurrió decir el "no" en nuestra boda. Hubiera sido para matarlo allí mismo (pero sin acritud).
ResponderEliminarEl sí duchampiano nos lleva por caminos inescrutables y a la vez fascinantes.jajaja
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