Cuerpo y pintura

Estos días reflexionamos en clase sobre la presencia de la pintura en el arte contemporáneo. Y aunque parezca mentira, hemos llegado a la conclusión de que la pintura, el más viejo de los medios expresivos, sigue estando vigente en la sociedad tecnológica contemporánea. Hoy vivimos rodeados de imágenes. Como ha sugerido Jean Baudrillard, la nuestra es la era de la “pantalla total”. La era del simulacro, en la que la realidad es sustituida por su imagen. Sin embargo, esa imagen es una imagen incorpórea, una imagen que ya no tiene un referente en el mundo real, una imagen pura, inmaterial, sin peso ni volumen, modificable y volátil.

La pintura es también una imagen. Eso nadie lo puede negar. Sin embargo, si lo pensamos bien, se trata de un tipo particular de imagen: una imagen-materia o una imagen-cuerpo. Hay en la imagen pictórica una implicación del cuerpo, un resto que no está presente en las demás imágenes. La pintura se vincula en este sentido con el excedente, con lo que queda, con lo que no puede ser modificado. Frente a esa espectrografía de la imagen, la pintura sigue proponiendo imágenes corpóreas. Y en ese sentido, la pintura tiene un potencial político de resistencia: porque muestra aquello que la imagen se empeña en negar, el cuerpo. En la era de la imagen incorpórea, de la utopía digital, la pintura sería algo así como el cuerpo de la imagen, aquello que pesa, que no puede ser fácilmente movido, la huella de una mano, de un gesto, la profundidad y el espesor de un medio que nos sigue proporcionando maneras de habitar el mundo real.

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