Esto no es una lista de lo mejor del año. Porque para hacerla tendría que haberlo leído todo. Y soy consciente de mis límites y gustos como lector. A pesar de leer muchísimo (soy un vicioso del asunto), no me llega para dar cuenta de muchísimas cosas. No me he puesto a contar, pero creo que la cosa sobrepasa los cien libros. A un ritmo de dos o tres por semana salen entre 120 y 140. No llevo un registro. De todos modos, aunque lo llevara, este texto lo escribiría de memoria. Sobre todo porque me gusta pensar, al acabar el año, en los libros que más poso me han dejado, los que he seguido habitando un tiempo después de su lectura. Si me pidieran uno solo, por encima de todos los demás, creo que tendría que quedarme con Madre de corazón atómico , de Agustín Fernández Mallo (Seix Barral). Es el libro perfecto. El que más me ha marcado de todos los que ha escrito. Hasta el momento, mi preferido de su bibliografía era Limbo (Alfaguara) —tengo clavada en la memoria la histor...
aguantar hasta ese punto asegura una dosis más que justa de nimiedad y jerigonza, en un mundo sin melancolía, los caballos bajo la lluvia podrían relinchar a gusto
ResponderEliminarun gesto
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Esta vez no he visto el debate. Sólo lo he oído durante 42 segundos. Me atrevería a decir que si los candidatos eructaran sucesivamente (en intervalos cronometrados) la melancolía no aumentaría en progresión galopante: en mi casa, a esa hora, seguiría habiendo, como mucho, un melancólico. Dicho lo cual naturalmente nada me impedirá salir inmediatamente al patio -desde el que le escribo estas nimias reflexiones- y constatar que el mirlo sigue incubando tres huevos verdes en su nido perfecto, alojado sobre una maceta colgada de la pared.
ResponderEliminarAquí y ahora no puedo silbar, pero le mando un silencioso y cordial saludo.