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El dolor de la contención

Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) es uno de esos escritores que, sin hacer demasiado ruido, poco a poco ha ido fraguando una obra sólida, seria e inteligente. Después de una serie de novelas y colecciones de relatos publicados en pequeñas editoriales, el salto a una editora como Seix Barral es sin duda un paso decisivo y necesario en la trayectoria de un escritor no convencional como es el caso de Menéndez Salmón. Un autor que, desde un principio, ha dado muestras de una escritura intelectual, plagada de referencias culturales, en el límite muchas veces del ensayo o la filosofía.

En La ofensa (Seix Barral, 2007), esta escritura inteligente y sutil configura una novela que pausadamente va creando un universo de sensaciones incómodas que hace que el lector, casi sin darse cuenta, acabe con un regusto amargo. Una sensación producida también por una escritura distanciada, que narra la catástrofe casi desde la ataraxia, con la misma indiferencia que el protagonista desarrolla ante el dolor. De ese modo, con una escritura no implicada o no empática, los hechos adquieren peso por sí mismos, y lo narrado se dota de un cuerpo físico y psíquico que hacen de un libro de menos de ciento cincuenta páginas un libro pesado, en el buen sentido de la palabra. Un libro que, bajo la apariencia de la liviandad que proporcionan los capítulos breves y la supuesta rapidez con la que uno lo lee, esconde un universo que vuelve al lector una y otra vez, durante y después de la lectura.

La ofensa es la historia de una resistencia, la de volver a ver la catástrofe. Cuenta la historia de un sastre alemán que, como otros muchos alemanes, durante la Segunda Guerra Mundial, tuvo que presenciar de primera mano las más dramáticas atrocidades. Atrocidades que acaban por hacerlo insensible a las emociones. En un momento, el dolor que presencia es tal que su mirada parece saturarse. Lo que ve supera lo que espera ver, y su cuerpo no puede asimilarlo. En cierto modo, la historia es una metáfora de los desastres de la guerra, pero también de la responsabilidad de aquellos que los presencian. La responsabilidad del testigo.

La historia de Kurt Crüwell es extrapolable no sólo a sus contemporáneos, sino a cualquier persona que, ante el desastre, queda inmovilizado. Es, probablemente, extrapolable a todos nosotros, que mostramos muchas veces la misma insensibilidad que el sastre alemán cuando, mientras comemos, contemplamos escenas de decapitaciones, mutilaciones o asesinatos. Como si hubiésemos visto demasiado, parece que, de algún modo, nuestra mirada también se ha saturado y ya no podemos ver más. Del mismo modo que Kurt, se podría decir que hemos perdido la sensibilidad.

[Publicado en El faro de las letras, Murcia, 12-10-07]

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