Oye, que estoy llegando

Hoy he comprobado que es mentira lo que nos dicen en los aviones, eso de apague sus dispositivos electrónicos y teléfonos móviles. En el vuelo a París, nos hemos sentado al lado de un colega con una pinta realmente particular. Con un insoportable olor a zumarre (expresión murciana que condensa el significado de varios días de alcohol, tabaco y sobaco retestinado) y un sello en el brazo de la discoteca Bikini, el amigo se ha dormido antes de despegar, con el ipod encendido y el respaldo del asiento extendido. Aunque estaba violando todas las normas de seguridad, ningún azafato le ha dicho nada cuando hemos despegado (azafatos cuyo comportamiento surrealista a lo largo del vuelo merecería un post aparte). Poco antes de aterrizar se ha despertado y, sin sigilo alguno, como si la cosa no fuera con él, ha sacado el móvil del bolsillo. Con sorpresa, hemos comprobado que lo había tenido encendido durante todo el viaje. Y con cara de afterhours y voz de ultratumba, como si saliera de Pachá, ha llamado para decir (eso sí, en perfecto francés): oye, que estoy arretizando, hasta ahora. Womahn y yo nos hemos mirado horrorizados. Lo primero que he pensado ha sido: qué irresponsable. Pero acto seguido, al ver que nada había ocurrido y que nadie le había llamado la atención, he comenzado a pensar que nos engañan. Que si nos dicen que apaguemos los móviles no es por razones de seguridad, sino por otras razones. Algunos amigos, como Fernando Castro, piensan que es por el lío que se armaría en cabina. ¿Os imagináis a la gente llamando a medio vuelo para decir: Manoli, mira parriba que estoy pasando sobre tu casa? O los que tienen miedo a volar, todo el tiempo hablando con el psicólogo. Habría seguro terapias on-board one by one. Aunque sin duda lo peor sería las madres llamándote para ver por dónde vas, diciendo: oye, ¿has pasado ya los pirineos?, o: dile al piloto que no corra, que lo importante es llegar. En fin, que he tenido hoy la revelación de que no nos dejan hablar por salud mental. Así que sólo os pido que me guardéis el secreto.

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Comentarios

  1. Hace años que no vuelo, la última vez fue a Bruselas hace tres años, fue un vuelo insípido y normal nada que ver con los vuelos de los años, sesenta al setenta, aquello si que era emocionante. En aquellos años empezaron casi de broma las compañías de vuelos baratos, en unos de mis viaje a centro Europa me desplace con una recién admitida compañía en nuestros aeropuertos por el gobierno de la época, su procedencia era del Este, venían de llevar un contingente de emigrantes turcos y solo tuvieron tiempo de cargar combustible y salir para Franfurk.
    Debajo de los asientos estaban llenos de mondaduras de plátanos, los pies se pegaban al suelo y olía a orines, nada más despegar se llenó el avión de humo, los pasajeros soltamos los cinturones y nos pusimos en pie, los más atrevidos soltaron el dispositivo de las mascarillas de oxigeno, el segundo de cabina nos explicó que era la calefacción con una voz de “cazalla”, en cuanto tomamos altura alguien dijo que entraba aire congelado, oíamos el silbido sin saber de donde venia, nos repartieron mantas, todas olían a pies sudados , las azafatas dijeron que la presurización estaba bien, seguimos volando.
    Llegó la hora de la comida, como era un vuelo barato nos dieron un mini bocadillo y una botellita de algo que decían que era vino, nadie tomó el segundo trago, y así entre sustos, frío, saltos, hambre y miedo aterrizamos en un aeropuerto lleno de nieve dando patinazos, más de uno besó la nieve, yo me juré no volar jamás, seis meses después rompí el juramento

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