Día en blanco
Ayer fue un día improductivo. Por la mañana, en el cendeac, de trámites. Toda la tarde en la sala de armas, haciendo esgrima. Por la noche, no se me ocurrió otra cosa que ver Piratas del caribe 2, cuyo comentario me ahorro. Y Antes de dormir, casi acabo la lectura de Silencio de Blanca, de José Carlos Somoza. Es decir, no hice nada. Y, sin embargo, tuve la sensación de que así podría ser feliz, trabajando lo justo, y dejando mucho tiempo al ocio. Pasando tiempo con mi mujer, en casa, en mi sofá. Por momentos, me replanteé mi vida. Tuve la sensación de que había emprendido el camino equivocado. Y me acosté con la intención de cambiar, de dejarme arrastrar por una vida sin complicaciones (sin más que las de la vida misma, que no son pocas). Pero esta convicción ha durado bien poco. Esta misma noche, he soñado que, en un jornada en la que apenas me levantaba de mi scriptorium, leía a Heidegger para escribir un texto que se me avecinaba, que preparaba un curso sobre el tiempo y el arte contemporáneo, y que comenzaba a pensar en un proyecto expositivo. Sin duda, mi subsconsciente está lastrado. Ya lo decía Freud, el Yo no es el amo en su morada. Y es cierto. Ya no soy dueño de mi tiempo, ni de mi vida. Ayer constaté que me gustaría tener días en blanco, tiempos muertos, pero intuyo que no puedo hacer nada para remediarlo. No puedo matar el tiempo.
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