23
Para paliar mi desesperación y complejo de culpa, anoche fui a ver al cine “El número 23”. Y la verdad es que por momentos pude evadirme de la realidad. Sobre todo porque sentí que mi culpa era compartida y que había mucha gente, como el director de la película, que tenía razones para sentirse culpable. Lo cierto es que yo había puesto demasiadas esperanzas en esta película. El argumento, a priori, parecía interesante: un hombre que lee un libro en el que parece reflejarse toda su vida. Y, enseguida, la obsesión del personaje de la novela se traslada al personaje real, el de la película, Jim Carrey (que no lo llega a hacer mal del todo).
El problema es que la obsesión es una soberana gilipollez, el número 23. A medio camino entre un pitagórico retrasado y un cabalista paranoico, el protagonista de la ficción comienza a ver que todos los hechos importantes de su vida han sido protagonizados por ese número. Lo que no llegué a comprender del todo es por qué se obsesiona. ¿Qué mal puede hacer un número? Todo es número. ¿Y qué hay de malo en eso? Cualquier griego habría dormido perfectamente tranquilo y sin esas pesadillas en las que el protagonista llega a incluso a asesinar por la obsesión con el 23. Sin duda, aparte de la falta de interés, las incongruencias y lo lento que es Jim Carrey leyendo el libro (media película para una novelucha de menos de 100 páginas), lo peor son las paranoias numéricas, sobre todo cuando las deducciones se llevan al extremo para justificar la presencia del 23 el desarrollo de la humanidad. Entre otras muchas: "Existen 23 discos en la columna vertebral humana", "Julio César fue apuñalado 23 veces cuando fue asesinado", "segun el calendario maya, el mundo se acabara un 23 de diciembre de 2012 (20+1+2=23)", o, en resumen, "2/3=0’666", es decir, el número del diablo. Lo más indignante de la película es que se olvidan de lo mejor, la verdadera clave que hace del 23 algo semejante a la sección áurea y al número phi, algo que está en lo más profundo del modelo social falocentrista de Occidente (y perdón por la vulgaridad): “con los dedos de la mano y los dedos de los pies, los cojones y la polla todos suman... 23”.
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El problema es que la obsesión es una soberana gilipollez, el número 23. A medio camino entre un pitagórico retrasado y un cabalista paranoico, el protagonista de la ficción comienza a ver que todos los hechos importantes de su vida han sido protagonizados por ese número. Lo que no llegué a comprender del todo es por qué se obsesiona. ¿Qué mal puede hacer un número? Todo es número. ¿Y qué hay de malo en eso? Cualquier griego habría dormido perfectamente tranquilo y sin esas pesadillas en las que el protagonista llega a incluso a asesinar por la obsesión con el 23. Sin duda, aparte de la falta de interés, las incongruencias y lo lento que es Jim Carrey leyendo el libro (media película para una novelucha de menos de 100 páginas), lo peor son las paranoias numéricas, sobre todo cuando las deducciones se llevan al extremo para justificar la presencia del 23 el desarrollo de la humanidad. Entre otras muchas: "Existen 23 discos en la columna vertebral humana", "Julio César fue apuñalado 23 veces cuando fue asesinado", "segun el calendario maya, el mundo se acabara un 23 de diciembre de 2012 (20+1+2=23)", o, en resumen, "2/3=0’666", es decir, el número del diablo. Lo más indignante de la película es que se olvidan de lo mejor, la verdadera clave que hace del 23 algo semejante a la sección áurea y al número phi, algo que está en lo más profundo del modelo social falocentrista de Occidente (y perdón por la vulgaridad): “con los dedos de la mano y los dedos de los pies, los cojones y la polla todos suman... 23”.
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Magnífico el final del artículo; creo que incluso partiendo desde cualquier otra premisa hubieras llegado a esa conclusión sin remisión posible.
ResponderEliminar“con los dedos de la mano y los dedos de los pies, los cojones y la polla todos suman... 23” como me gusta que acudas a las fuentes clásicas del saber, como el Cálico Electrónico...
ResponderEliminar¡El Informal, hombre, El Informal!
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