la noche-antes
Hoy me he levantado saturado. Saturado de proyectos a largo plazo. Y eso es lo peor, porque sólo puedo trabajar bajo presión, aunque, por otra parte también necesitotener la mente entretenida con cosas que deberé hacer más adelante. Es decir, presión y utopía.
Trabajar en proyectos a largo plazo implica dos cosas que nunca he tenido: paciencia y perseverancia. Yo siempre he sido más de tiempos rápidos. Por eso quizá nunca llegue a escribir a una novela; me cansaría a la mitad. O si lo hago será en pequeños fragmentos que vienen y van, que se dejan y retoman. Y así salen luego las cosas, con diferentes estilos y tiempos.
En la carrera, era de los de la noche antes. Durante el curso, me dedicaba a leer otras cosas, y la semana de exámenes dejaba de dormir y ya está. Y es que si no siento la pistola apuntando a mi sien izquierda no puedo hacer las cosas. Esa fue quizá la razón de que tuviese que hacer la tesis en dos meses, después de cinco años de idas y venidas. Dos meses sin apenas dormir, con la sensación de que cada día era una prórroga a mi muerte.
Pero necesito esa presión. Hacer algo la noche antes de que las cosas sucedan. Incluso la noche antes de mi boda escribí un pequeño discurso para leerlo a los asistentes. El ritual de “la noche antes” es para mí ya ineludible. Una especie de rito de paso sin el cual nada puede ocurrir. Esa noche-antes no es posible dormir; es ya, de algún modo, el día-después adelantado. No hay frontera entre el final y el antes. De hecho, esa noche-antes es tan efectiva porque se siente ya la presión del día-final. Y durante esa noche-antes son muchos los momentos en los que viene la tentación del abandono, del ya no importa, del ha pasado ya. Pero si uno resiste, esa noche-antes es el momento de mayor lucidez de la mente, un momento en el que emerge una especie de instinto de supervivencia intelectual. Y esto hace que, de algún modo, sea comparable al Tantra -salvando las distancias, claro está.
En el Tantra, uno de los objetivos que se persigue es lograr la prolongación del orgasmo mucho más allá de la eyaculación, buscando esa suerte de momento más-allá-del-mundo que tiene lugar en el acto sexual. No negándome a eso –nunca lo haré–, con la que se me viene encima, lo que me gustaría lograr es algo así como un Tantra intelectual de la noche-antes, una prolongación de esa conciencia a cien por hora que se produce bajo la presión de la última hora. Eso sí, con pequeños cortes para poder vivir.
Trabajar en proyectos a largo plazo implica dos cosas que nunca he tenido: paciencia y perseverancia. Yo siempre he sido más de tiempos rápidos. Por eso quizá nunca llegue a escribir a una novela; me cansaría a la mitad. O si lo hago será en pequeños fragmentos que vienen y van, que se dejan y retoman. Y así salen luego las cosas, con diferentes estilos y tiempos.
En la carrera, era de los de la noche antes. Durante el curso, me dedicaba a leer otras cosas, y la semana de exámenes dejaba de dormir y ya está. Y es que si no siento la pistola apuntando a mi sien izquierda no puedo hacer las cosas. Esa fue quizá la razón de que tuviese que hacer la tesis en dos meses, después de cinco años de idas y venidas. Dos meses sin apenas dormir, con la sensación de que cada día era una prórroga a mi muerte.
Pero necesito esa presión. Hacer algo la noche antes de que las cosas sucedan. Incluso la noche antes de mi boda escribí un pequeño discurso para leerlo a los asistentes. El ritual de “la noche antes” es para mí ya ineludible. Una especie de rito de paso sin el cual nada puede ocurrir. Esa noche-antes no es posible dormir; es ya, de algún modo, el día-después adelantado. No hay frontera entre el final y el antes. De hecho, esa noche-antes es tan efectiva porque se siente ya la presión del día-final. Y durante esa noche-antes son muchos los momentos en los que viene la tentación del abandono, del ya no importa, del ha pasado ya. Pero si uno resiste, esa noche-antes es el momento de mayor lucidez de la mente, un momento en el que emerge una especie de instinto de supervivencia intelectual. Y esto hace que, de algún modo, sea comparable al Tantra -salvando las distancias, claro está.
En el Tantra, uno de los objetivos que se persigue es lograr la prolongación del orgasmo mucho más allá de la eyaculación, buscando esa suerte de momento más-allá-del-mundo que tiene lugar en el acto sexual. No negándome a eso –nunca lo haré–, con la que se me viene encima, lo que me gustaría lograr es algo así como un Tantra intelectual de la noche-antes, una prolongación de esa conciencia a cien por hora que se produce bajo la presión de la última hora. Eso sí, con pequeños cortes para poder vivir.
Cualquier pretexto te vale para hablar de orgasmos.
ResponderEliminarQué poca vergüenza.
pues la verdad es que sí, texto, pre-texto, pos-texto e, incluso, pro-texto (forma de acción textual) me sirven para sacar a la luz mi única obsesión, el orgasmo. Como sabes estudié orgasmo litúrgico y los sábados en misa solía tocar "Volumina" de Ligheti. Eso ha marcado profundamente mi escritura, masturbatoria en todo momento... (y no te digo lo que me estoy tocando).
ResponderEliminarJoan: (gritando) tu vida sólo es… ¡nihilismo, cinismo, sarcasmo y orgasmo!
ResponderEliminarHarry: ¿sabes? con ese slogan en Francia me harían Presidente.
De "Desmontando a Harry (Deconstructing Harry)" (Woody Allen, 1997).