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Semana cendeac

Después de una intensa semana, hoy respiro por fin. Esta semana hemos comenzado la programación del CENDEAC y ha sido ciertamente extenuante:

1) El martes, la conferencia de Alberto Ruiz de Samaniego: fantástica. Alberto es uno de esos escritores e intelectuales que realizan su trabajo sin hacer demasiados alardes públicos, poco a poco, con profundidad, seriedad y brillantez. Ahora ha sido elegido comisario del pabellón español de la próxima Bienal de Venecia. Y yo me alegro muchísimo. Me alegro institucionalmente, porque esto siempre viene bien como reclamo para nuestra programación. Pero sobre todo, me alegro personalmente. Ya es hora que el trabajo intelectual, pausado, serio y sin concesiones ocupe un lugar así. El caso de Alberto es representativo de toda una generación de pensadores que, a la sombra de las lógicas espectaculares del comisario-estrella, realizan una labor de fondo que, a largo plazo, será la única capaz de sostener un mundo de apariencia en el que a lo único que se aspira es a citar sin sonrojarse a Deleuze, Foucault o Derrida.

2) El jueves y el viernes, el seminario-performance de Franko B.: increíble. El jueves, el italiano afincado en Londres hizo desnudarse uno a uno a más de treinta espectadores. La experiencia era interesante. Una sala de espera, como la consulta del médico, en la que cada espectador cogía un número. Después alguien (durante dos horas, mismamente yo) entraba para avisar y decía: "el siguiente, por favor". Lo hacía pasar a una habitación y le decía que se desnudase y que, cuando estuviese preparado, tocase un timbre que se había colocado allí. En ese momento entraba el artista, vestido, y le preguntaba: ¿por qué estás aquí? Las caras de los espectadores tras la acción eran sorprendentes: una sonrisa de oreja a oreja, la experiencia de haberse "desnudado" no sólo físicamente. Por supuesto, cada cual tuvo una experiencia distinta, pero en líneas generales creo que fue bastante positiva.

La performance del viernes fue completamente diferente. El artista estaba sentado desnudo sobre una silla en un pedestal, completamente inmóvil. Lo realmente impactante era el juego de luces y sonido. Entre una completa oscuridad y una luminosidad cegadora (no exactamente igual a la que aparece en la foto). Me pareció más interesante que la primera. Para mi ensayo sobre la antivisión y la ceguera en el arte contemporáneo, creo que es una obra fundamental: el espectador como expectador, ciego, expentante... esperando ver algo; algo que, cuando se muestra, es cegador, como esa verdad que quema a los ojos... Luego esa luz cegadora, estroboscópica, se queda en la retina (uno sale del espectáculo con las manos en los ojos y con la imagen en la mente). Allí no puedes verla con claridad. Sólo es posible verla en el recuerdo, en la imagen.

Es ciertamente curioso. En el post anterior escribía yo que los recuerdos no aparecen fijos en la mente y que es muy difícil hacer que se queden quietos. Aquí ocurría todo lo contrario. Durante los 11 minutos de la performance, la imagen que se ofrecía del cuerpo del artista nunca permanecía fija. Las luces hacían que pareciese borrosa y en completo movimiento, como si flotase en un espacio incierto. Sólo se fijaba cuando se iluminaba por completo. Y entonces no se podía mirar directamente, porque uno se quedaba ciego. Sólo al sesgo y en la distancia, cuando ya todo ha pasado, se puede rememorar el evento. Y, también, en cierto modo, darle sentido.

Franko B. es uno de los artistas que más al límite ha llevado su práctica. Se hiere, se corta, se desangra, está tatuado de la cabeza a los pies, tiene una dentadura de metal... acojona con sólo mirarlo. Ahora bien, es una de las personas más agradables que uno puede encontrar: generoso, cordial, simpático, cariñoso... vamos, lo que en esta tierra se conoce como "buena gente".

3) El jueves por la noche, la fiesta: esto merece atención especial. Sucedieron tantas cosas que le tengo que dedicar una entrada.

Comentarios

  1. ¿Para cuándo esa entrada sobre la fiesta?

    ¡Cojoneyá!

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  2. Llegará, no se preocupe. Las cosas buenas llevan su tiempo. Y esta no lo es. Así que lleva el tiempo que sale de los mismísimos.

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