El piano del vecino
Mi vecino se ha comprado un piano. Lo toca a todas horas. También a la hora de la siesta. Lo toca bien, pero de modo insistente. Su piso es el segundo; el mío, el cuarto. Pero por alguna extraña razón parece que está tocando en mi dormitorio. Lo que me más me inquieta de todo es el repertorio. Se lo digo a mi mujer: ¡no comprendo el repertorio! ¡Eso no es repertorio clásico! A veces, de rebote, se puede escuchar algo de Bach, pero por lo general hay mucho Queen. Más de la cuenta. Lleva ya dos semanas con Bohemian Rhapsody en bucle. A veces me arranco a cantar a voz en grito, a ver si algo le llega y se da por aludido. El otro día casi saco el micrófono.
Mama, ooh, didm't mean to make you cry...
No me entendáis mal, no soy el grinch, también tengo en casa un Clavinova. Y me pongo los putos auriculares cuando toco, sobre todo si es a deshoras. No sé si lo suyo es un piano digital o de los de toda la vida, aunque intuyo que es digital, porque a veces se oye más flojo que otras. Entonces, me digo, si puedes modular la intensidad del sonido, ¿por qué lo pones a todo lo que da? ¿Es para que te escuche? ¿Es para molestar?
No sé, puedo lidiar a todas horas con la musiquita, pero me mata a la hora de la siesta. Y lo peor es que ya lo escucho hasta cuando no lo toca. Se me ha metido en el oído el pianito. Ayer, en Barcelona, antes de la presentación de mi último libro —ya hablaré de eso—, mientras me preparaba para una siesta en uno de los colchones más cómodos en los que he dormido, el sonido imaginario del piano llegó a mi habitación de hotel. Creo que ya me acompaña a todas partes.
Lo peor es que a veces me gusta lo que toca, sobre todo cuando introduce algo nuevo. Pero el bucle... Ay, el bucle. Me tiene bien loco.
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