Arena en los ojos
Creo que salió bien la cosa y que el público la disfrutó. Pero no es exactamente esto lo que quería contar aquí, sino algo que, aunque tenga que ver con la imagen, tiene mucho más que ver con la realidad.
Era la primera que viajaba a Valencia desde la tragedia de la DANA. Y ayer, precisamente, se cumplía un mes de la catástrofe. Durante todo el viaje en coche, tenía el corazón encogido. Sabía lo que me iba a encontrar por el camino, en la autovía de entrada a la ciudad. Conforme llegaba a Valencia, continuaban allí los restos del desastre. Sobre todo los coches destrozados y amontonados. Los había visto cien veces en las imágenes de la televisión y los medios, pero al verlos con mis propios ojos la nuca se erizó y comencé a llorar. Hay algo que no pueden transmitir las imágenes. Algo que tiene que ver con la cercanía, con la presencia real, con estar ante la realidad sin la barrera de la pantalla, la realidad que te toca, te atraviesa y te tambalea.
A las seis de la tarde, la hora que a la pasaba por allí, había un gran retención que hacía que tuviese que conducir con una lentitud extrema, casi a cámara lenta. Parecía, en efecto, una película de catástrofes, un territorio devastado. Lo que veía se me clavaba. Como digo, sobre todo los coches, que, por alguna razón, se ha convertido en uno de los vestigios icónicos del desastre. Pero confieso que lo que me tocó verdaderamente fue algo que era del orden de lo invisible o que, al menos, estaba en el límite de lo invisible: el polvo en suspensión. Una ligera bruma arcillosa, como la de los días de calima. El polvo que se introdujo en mis ojos y ya se quedó todo el día conmigo, mezclado con la humedad de la emoción. La arenilla en los ojos que me hizo pensar también inmediatamente en el cuento de Hoffman, "El hombre de la arena", que Freud utiliza para hablar de lo siniestro y el trauma visual, el miedo a perder los ojos.
Me pregunté por un momento si eso pueden hacerlo las imágenes: echar arena a los ojos, hacerlos temblar como ese polvo que se había introducido en los míos y que era, más que ninguna cosa, un índice de la catástrofe, una huella, una presencia real. No supe contestarme. Simplemente seguí conduciendo. A causa de la retención, llegaba justo a la conferencia y no pude darle más vueltas al asunto. Sin embargo, toda la tarde tuve conmigo esa sensación incómoda en los ojos. El resto de algo que no quería irse del todo. Más que nunca, sentí de modo físico aquello que había visto y me había causado dolor, como si la expresión "esa imagen 'se me ha clavado' en la retina" adquiriese por primera vez sentido literal.
Esta mañana, de regreso a Murcia, el polvo parecía haberse disipado algo, aunque de nuevo los ojos han vuelto a humedecerse. Ya no sé si en ellos había arena o solo lágrimas. Ahora, en casa, mientras escribo esto frente al ordenador, tengo la sensación de que algo de ese polvo ha caído sobre el escritorio. No me quito de encima esa bruma arenosa. Sé que regresará cada vez que, en una pantalla, aparezca una imagen de esa tragedia. La arena de lo real.
😔
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