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Tomar impulso

 Llevo unos días con un cansancio extraño. Más incluso de la cuenta (el nivel de inicio suele ser alto). Es una sensación como de aire pesado sobre mí, como de carga real sobre la cabeza. Hoy me visto arrastrando los pies por la universidad, como si estuviese en un viacrucis. Me lo ha dicho una compañera: hijo, parece que has salido del desierto.

Supongo que es el inicio de curso, que me ha caído encima sin apenas preparación. Lo estoy viviendo como un guantazo en la cara. El 31 de agosto estaba con la novela a tope. En dos meses, a ese ritmo, tal vez la hubiera terminado. Pero el 1 de septiembre llegó la realidad. Y la realidad es, más allá de las clases, la gestión del departamento. El inicio de curso es una puta pesadilla. Gestionar bajas, sustituciones, plazas que no llegan a resolverse, rellenar informes..., hacer frente a peticiones varias. Y, claro, las clases. Al menos ahí disfruto. 

Para continuar con la escritura de la novela y no posponerlo todo hasta navidad, la única solución que he encontrado es levantarme temprano (las seis o seis y media) y escribir unas dos horas seguidas, incluso antes de desayunar. Eso me hace llegar a la universidad con la sensación de haber aprovechado algo. Eso sí, a media mañana estoy para el arrastre. 

Supongo que el cansancio proviene de ahí. También de quedarme leyendo por las noches (porque, claro, leer hay que leer, y estudiar, y tratar de estar al día). 

Una de las cosas que más me cansan –bueno, que más me exasperan– de la gestión y de estos días de no parar es la sensación de que el tiempo se diluye y se van los días sin que en realidad se consiga nada. Se pone uno constantemente listas de tareas y trata de hacerlo todo. Hacer y tachar, hacer y tachar. Y casi nunca se piensa en lo que se ha hecho. 

Hoy he tomado la determinación de pensar también un ratito en lo que día a día he realizado: el párrafo y medio que he conseguido escribir, los mails que he contestado, los fuegos que he apagado, las gestiones que he llevado a cabo. Es la única manera de comprobar en que se emplea el tiempo, de trabajar no sólo por aquello que falta (la lista de lo que hay que hacer), sino desde aquello que está aquí (lo que se ha conseguido). Ser consciente y valorarlo. Mirar lo que uno ha hecho antes de levantarse de la mesa de trabajo. Pensar en la cantidad inmensa de cosas en las que uno ha empleado el tiempo. Celebrar también el éxito.

Sé que suena a autoayuda. Y literalmente lo es. De hecho, lo escribo ahora para intentar ayudarme a mí mismo a lidiar con la vorágine del tiempo. Instaurar también el mirar atrás y no sólo el mirar hacia delante. Pensar que también a veces es necesario frenar y contemplar lo que se ha recorrido. Aunque sólo sea para tomar impulso y saber que no se camina en falso.

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